Apenas vi unos minutos del partido España-Alemania, los justos para ver el gol de Pujol. Sin embargo, a lo que no pude faltar fue a la enorme celebración que siguió después del partido. Y no iba yo movido por el deseo de exhaltar la roja ni los valores deportivos ni patrióticos ni nada por el estilo. Me movió un instinto de curiosidad antropológica insaciable, por ver cómo reaccionaría una ciudad entera ante la noticia de llegar a la final de un mundial de fútbol.
Nada más terminar, las calles desiertas se llenan de coches pitando y portando grandes banderas españolas. Todos van hacia un mismo lugar, el parque del Rodeo y allí, miles de personas aparecían coreando los nombres de España, espanol, Pujol y demás héroes del momento. Había que hacer cola para poder entrar por las puertas del parque, pero desde fuera se veían el lago central lleno de gente, como si se tratara de la playa de Benidorn. En los coches, una auténtica colección de clases y status sociales: chavalillas vestidas solo con la bandera, sentadas en los reposacabezas de descapotables, agitando botellas de alcohol y dando morbo al personal. Hinchas gordos pintados en rojo y amarillo, encorsetados en coches de segunda mano, medio desnudos y armados con trompetillas infernales. Adolescentes en biquini recién salidas del chapuzón en el lago, familias enteras entre los transeuntes, curiosos con cámaras de fotos, ociosos de verano y ociosos de año entero, gente ni-ni que se apuntan a cualquier fiesta por cualquier motivo, algún carrito de niño pequeño, banderas atadas a las espaldas. El conjunto aparecía en lo más parecido que he visto yo en mi vida a un Jardín de las delicias y que habría inspirado cualquier obra del Bosco o Brueghel, y que se iba transformando en una auténtica catarsis colectiva de gritos patrióticos, piel mojada, banderas al viento y alcohol.
Y yo miraba todo aquello, convertido en un punto en mitad de aquella marea de gente, sin decidirme a pensar en nada sobre el asunto, contemplando los acontecimientos con sorpresa y total fascinación: aquello era mucho mejor que un partido televisado. Echando fotos a diestro y siniestro, como un antropólogo en un trabajo de campo, que mira desde su cámara y apunta en su cuaderno lo que sucede a su alrededor. Y sí, por un momento pensé aquella célebre frase de Renton en Trainspotting: "Dentro de cien años, no habrá hombres ni mujeres, solo gilipollas", pero inmediatamente pensé también que esa frase era de una condescendencia absoluta con gente que sencillamente deseaba pasarlo bien y ser feliz. Quizás todo esto sea una gran dosis de adormidera, un bálsamo para ahuyentar el tedio o un símbolo de la frivolidad de nuestra sociedad, que prefiere vivir el mundial a manifestarse por los problemas del país, pero detrás de todos estos pensamientos intelectualoides nos olvidamos que las personas son mucho más sencillas, más divertidas, más hedonistas, más indiferentes y simples que lo que sugieren todas nuestras expectativas. No existen conjuraciones mediáticas ni de poderes ocultos que expliquen estas explosiones colectivas: la realidad se nos impone así, tal vez no guste, pero es preciso afrontarla como la que es. Y no tiene por qué estar mal, qué narices
NO te engañaré: me encanta que la gente se divierta... aunque sea por el fútbol. Pero hay cosas que dan que pensar: ¿Por qué tendrá tanto potencial de movilización todo lo que tiene que ver con la confrontación? ¿Por qué siempre que hay explosiones de orgullo patriótico (enfrentamientos futbolísticos, desfiles de fuerzas armadas...) hay un componente de batalla, de "nosotros contra ellos"? En fin será la naturaleza humana...
ResponderEliminarUn abrazo
Pues sí, es sospechoso que todo deporte tenga ese componente de agresividad encubierta. Acaso sea quizás un medio de limitar la agresividad humana. en cualquier caso, había que hacer olímpicos deportes como las justas medievales, o el lanzar troncos a la escocesa, je je.
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