Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 31 de octubre de 2010

PROVOCACIÓN Y CRÍTICA

          Volvemos a nuestro blog con los límites de la tolerancia. Esta vez de la boca del sr. Dragó, egocéntrico de profesión, de boca demasiado ancha y que posiblemente ahora ande algo arrepentido de contar por ahí sus fantochadas de Tokyo. Suele ocurrir en el gremio de artistas y literatos situaciones semejantes y si he de reconocer la verdad, no sé por qué todavía este tipo de situaciones siguen generando polémica. Estoy sumamente cansado de escuchar este tipo de declaraciones, que suenan demasiado a argucias provocadoras para llamar la atención del personal y en este caso, vender un libro. Desde Bukowski y la generación beatnik hasta Irvine Welsh y la novela punk (con mucha más clase, por supuesto, y también mucho más inmoral y provocativo), siempre salen a la luz este tipo de vivencias escandalosas para la sociedad bienpensante y políticamente correcta. Y esto seguirá así: basta que la sociedad fije un código moral, por digno y perfecto que sea, que el artista occidental, en nombre de la libertad y la creatividad (y el negocio), se sienta irresistiblemente tentado a romper esos moldes.

          Claro que si este tipo de declaraciones no son nuevas, la reacción altisonante de las voces críticas con este escritor también suenan a fanfarrias del pasado. A más de uno le gustaría actuar de ayatoláh Jomeini y hacer de este escritor un nuevo Salman Rushdie o algo por el estilo. Semejante llamamiento talibán sobra igualmente, aunque el estado tenga el derecho a renunciar a cualquier posible mecenazgo del autor. En cualquier caso, situaciones como esta me convencen una vez más que los dogmas están a ambos lados del espectro ideológico: la tolerancia siempre tiene límites infranqueables para todos los individuos, sea cual sea su ideología. Muchas veces el arte se ha cebado en la tradición religiosa, otras en la ecología. Ahora han tocado la fibra sensible del progresismo (en el fondo es la convención de nuestros días). Estos tienen todo el derecho a berrear en nombre de la dignidad humana, pero ya han caído en la trampa del artista. Poco importa que sean unas pretendidas memorias o una novela: la creación artística no tiene límites morales y  el artista apela ahora a sus criterios personales para justificar su obra. El ofendido pasa a ser censor de la obra y al mismo tiempo su máximo publicista. Contradicciones que tiene la vida.
          Y es que ante estas obras que parecen quebrar nuestro orden moral, la única respuesta es el silencio y no la prohibición o la recriminación a grandes voces. No tenemos por qué leer el libro: nadie nos obliga a hacerlo. Tampoco tenemos por qué seguir dándole más publicidad. No conceder ni una palabra más a lo que pensamos que son meros egocentrismos de dudoso gusto. Y se acabó.

sábado, 30 de octubre de 2010

SOBRE EL SENTIDO COMÚN

Finales de octubre: borrascas, nubes y el ocaso de Platón.
       Las tardes lluviosas son buenas para dedicarlas a filosofar un poco, así que fui hasta la casa del sr. Tiburcio a ver qué se cocía por allí. Encontré a nuestro hombre contemplando por la ventana la lluvia, mate en una mano y pava en la otra, feliz de que las nubes escépticas taparan el asfixiante sol platónico y regaran bien los campos secos. Así que aproveché su buen humor para preguntar a un escéptico como él lo que el vulgo llama el "sentido común", algo con lo que no solemos contar los filósofos de rosca y media como nosotros.         
       Todo esto venía causado por la desazón que me produjo encontrarme con el blog de maese Despotrikator hablando sobre el mismo asunto, en el que cortaba con navaja occamiana lo que era el sentido común frente al escepticismo. Según el insigne bloguero, el escepticismo es una sana metodología para luchar contra el sentido común. Este sentido común viene a ser entendido como el hecho de aceptar la "evidencia de la realidad": algo que nunca puede ser puesta en duda ni cambiada. La gente que presume de sentido común tiende a ser lógicamente muy conservadora en lo que respecta a cuestiones políticas, sociales y económicas. Peor aún: disfrazan su interés particular en nombre de dicho eufemismo. Frente a ello el escepticismo permitiría revolver ese acomodaticio estado de cosas.         
        "Mejor dicho, dije al señor Tiburcio, este escepticismo permite la puesta en duda de la realidad. En el fondo, esto es lo que intentan los profesores de filosofía y asignaturas afines.
        "Y después de ese proceso, qué ocurre? Tras la duda tiene que llegar otra verdad, otra evidencia, que corre el peligro de suplantar el sentido común y convertirse en algo tan fanático como lo que se quiere destronar.
         "No tiene por qué ocurrir eso, contésté con cierto enfado.
         "Peor me lo pones. Si tras la duda no encontramos ninguna seguridad puede cundir el desánimo. Estoy seguro que sus alumnos se lamentan del hecho de que después de dudar no aparece ninguna propuesta alternativa a lo que ven en la realidad. Regresan entonces a lo seguro y abandonan la asignatura: yo no les culpo. Hay que estar bastante endurecido para aceptar el escepticismo en su faceta más pura.
        "Entonces el escepticismo implica en muchas ocasiones volver al sentido común. Aceptar las cosas como vienen dadas.
        "Así es.
        "No veo entonces la ventaja que podemos sacar de formar gente escéptica.
        "Ser tolerantes. Es la única que tiene frente a posibles dictaduras del sentido común.
        "En lo demás, su escepticismo es malsano y hasta cínico, me atreví a decir.
        "Nunca nadie dijo que el escéptico nos conduzca a una revolución, concluyó.
        Y se llevó el mate a la boca, y no quiso hablar más sobre el asunto.   

viernes, 29 de octubre de 2010

UNA CHARLA DE BIOÉTICA

El lunes y de forma algo apresurada (esperaba la sesión para una semana más tarde), di la charlita de bioética a mis compañeros. Visto el trabajo que me llevó hacer la ponencia, dejo aquí esta presentación para quien le quiera echar un ojo. El tiempo que disponía ni siquiera me permitió terminarla y quedaron la eutanasia y otros muchos temas para la próxima charla. De alguna manera, se ha cumplido en la charla un pequeño objetivo: poder hablar de forma más o menos aséptica y profesional sobre estos temas en los que hay tanta confusión ideológica y al mismo tiempo tanta desinformación.   

sábado, 23 de octubre de 2010

SOMBRAS DE PLATÓN

No lo he podido evitar: el símil de la línea se ha cruzado con mi cámara fotográfica y
ha ocasionado esta imagen.

martes, 19 de octubre de 2010

NEDERLANDSE WETENSCHAP

          Con este título homenajeo mis escasos conocimientos de lengua ducha (holandés en el código privado de los bulberos de Warmond, dutch = ducho) y dedico unos minutos de atención a lo que se conoce como la tolerancia holandesa, para algunos sinónimo de libertinaje y decadencia moral y para otros el modelo a seguir en la lucha por las libertades de occidente. Y es que en Holanda es llamativa la gran cantidad de dilemas morales que se saldan con una autonomía completa del individuo para seguir el plan de vida que más le guste, sin interferencia estatal alguna. Pensemos en la liberación del  aborto, el movimiento gay, la legalización de la eutanasia activa, de las drogas blandas (cannabis) o del ejercicio de la prostitución.
Límites de la tolerancia y luces que se
apagan: el Red Light District.
         Aparentemente, la interpretación que podemos hacer de la sociedad holandesa es la de una sociedad  abierta a esta diversidad, que se combina además con un multiculturalismo obligado producido por la alta tasa de inmigración en el país. Y sin embargo, eso nos conduce al mayor de los engaños. Detrás del turístico barrio rojo (en horas bajas) y el humo mareante de los coffeshops, se esconde una sociedad que "tolera" pero no abraza esa pluralidad. Cuando empiezas a conversar con gente holandesa pensando encontrarte con adalides de la libertad te sorprende vértelas con mentalidades cerradas, con estrictos códigos morales, y en ocasiones con abierta repugnancia hacia muchos de los usos que permite la relajada legislación del país. Y sin embargo, muchos de ellos no plantean en ningún momento cambiar esas leyes: actúan con tolerancia frente al contrario y permitiendo la autonomía del individuo en último término.
        La filósofa Susan Sandes afirmaba precisamente que la tolerancia no refleja gusto por la pluralidad, sino más bien animadversión y rechazo. El verdadero uso de la palabra "tolerancia" se hace respecto a cosas y decisiones que no compartimos y que pensamos equivocadas. Sin embargo, y a pesar de ese rechazo individual, consideramos que esa tolerancia sigue siendo estrictamente necesaria para mantener una convivencia en el ámbito de una sociedad plural. Esa es la gran enseñanza que nos puede facilitar la sabiduría holandesa de cara a nuestros conflictos internos.

domingo, 10 de octubre de 2010

DISTINGUIR LO PÚBLICO Y LO PRIVADO: EL ABORTO

     
             El problema

Cartel de la campaña antiabortista: para sus defensores, una trágica
realidad. Para los abortistas,  una doble
 argucia. humanizar el feto y desprestigiar el ecologismo.

            Aquí estoy dándole vueltas otra vez al asunto, y esta vez no por gusto sino por necesidad de preparar una pequeña charla a mis compañeros de trabajo. El leer unos cuantos libros sesudos me ha hecho caer en la antítesis de siempre: si uno puede ser antiabortista en lo privado y abortista -o mejor neutral- en lo público. Bien podrían llamar a esto la cuadratura del círculo, pero no creo que sea del todo imposible alcanzar un grado de compromiso entre las dos partes. Una persona puede definirse plenamente antiabortista en su experiencia privada, personal (la mía, por tomar un caso) e intentar hacerla cumplir en su pequeña comunidad, mientras que en la esfera pública mantenerse en una posición neutral, que en el fondo viene a ser un ejercicio de tolerancia política con el aborto. La razón de esto es sencilla: el debate sobre esta cuestión de bioética está tan sumamente avanzado en nuestros días que se puede dar por cerrado. Las posturas están muy bien definidas y se pueden considerar inconmensurables entre sí. Descansan no solo en posiciones éticas enfrentadas sino en una valoración de las descripciones de la biología y de la propia noción de "vida" y de "persona" que son excluyentes. Entre los dos extremos éticos, casi desiertos e inhabitables, circulan miles y miles de posiciones intermedias que son tantas como individuos hay que piensan sobre este problema. Unas "tablas" o empate moral tan acentuado solo puede solucionarse en política con ejercicios de tolerancia por ambas partes o un llamamiento a urnas.

viernes, 8 de octubre de 2010

LA TEORÍA DE CUERDAS Y EL RETORNO A LOS GRIEGOS

         No es mi pretensión aquí establecer un tratado de física teórica, pues no voy más allá de la resolución de una raíz cuadrada y de la aplicación desordenada del teorema de Pitágoras en cuestiones matemáticas. En este sentido, emitir un juicio sobre una cosa tan sumamente complicada e interesante como la teoría de cuerdas puede suponer un atrevimiento intolerable, pero esta no es mi intención. Si los físicos tuvieran la misma delicadeza con la filosofía como la tienen muchos filósofos con la física, quizás podrían llevarse algo mejor. Aquí solo voy a hacer alguna observación sobre la supuesta cientificidad de esta atractiva teoría. El problema ha sido tratado por mentes privilegiadas y estrechamente cientifistas como las de Mario Bunge, y su veredicto es salomónico: la teoría de cuerdas no es científica porque no se somete a los criterios de falsabilidad de la teoría de Popper. Y sin embargo la teoría de cuerdas parece proponer la solución matemática para todas las contradiciones de la física actual, algo que no basta para muchos popes de la ciencia. Lo cierto del asunto es que Copérnico propuso el heliocentrismo como solucióm matemática a la teoría de los epiciclos en nombre de la simplicidad, al mismo tiempo que Bacon nos avisaba del deseo ávido del ser humano de poner un orden racional allí donde quizás no lo haya y pedía prudencia a los matemáticos sobre sus descubrimientos.   
         Sin embargo, seguimos viendo artículos nuevos sobre el problema, y uno bastante sorprendente recién salido en la revista Investigación y ciencia (una traducción extraña de "Scientific American", por cierto). Dieter Lüst, físico alemán, considera que el criterio falsacionista está superado para una nueva física matemática, que empieza a aceptar el hecho de que parte de sus hipótesis nunca podrán verificarse de forma empírica (otras por el contrario, estamos en trance de hacerlas con el CERN). Algo así ocurre con algunas de las consecuencias que parece necesitar la teoría de cuerdas:  la teoría del "multiverso" o la existencia de multitud de universos paralelos e independientes del nuestro, con distintas fórmulas matemáticas rigiendo sus destinos de gravedad, electromagnetismo y demás fuerzas físicas. La consecuencia de esto es encontrarnos con una teoría que no está lo suficientemente corroborada bajo los viejos patrones popperianos de la ciencia.  
         Este físico ha tenido la idea de considerar el principio antrópico como fórmula filosófica para solucionar esta falta de evidencia empírica. El principio antrópico sostenía que las condiciones en las que ha surgido nuestro universo han sido excepcionales, únicas, casi milagrosas, si entendemos que con ellas ha aparecido una cosa tan compleja como el ser humano. Cualquier pequeña modificación habría producido un cambio radical en la orientación y habitabilidad de nuestro universo, pero no: nuestro cosmos ha sido diseñado para albergar la posibilidad de vida inteligente. Esto, que ha sido considerado como la prueba más evidente de la existencia de Dios para muchos teólogos, tiene una dimensión radicalmente opuesta desde la teoría de cuerdas: solo podemos explicar que existe este universo único precisamente porque existen infinitos universos, y entonces la posibilidad de la vida humana no se hace tan sumamente remota o milagrosa como podemos pensar. Su argumentación parece seria: eliminamos el "factor milagro" y cualquier atisbo de divinidad, pero a costa de reproducir y ampliar los problemas de la física hasta el infinito matemático y por supuesto la no-verificación.   
         Alcanzado este punto, uno se pregunta hasta dónde queremos llegar en nuestras divagaciones, y si, realmente, nuestra ciencia otra vez no ha involucionado hasta la época de los griegos, como comentaba un alumno en clase, en la que el espíritu científico emergía con brillantes teorías y sucumbía casi al nacer por su falta de corroboración. Qué sé yo, como decía el maestro Montaigne.