Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

viernes, 19 de agosto de 2011

RAZINTGER Y LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER

      Una interpretación marxista de la visita papal sin necesidad de ser atea ni laicista. 
     Claudico. Intento resistirme y no puedo, pretendo no escuchar ni leer nada y no hago otra cosa que buscar artículos de opinión y meterme en conversaciones ajenas. Me gustaría no tener que dedicar ni un párrafo a la visita del Papa y aquí estoy, mareando la perdiz, como otros tantos. Supongo que el tema tiene cierto morbo cultural y uno está cansado de asistir a las caídas brutales de la bolsa sin sumirse en la desesperación. Quizás sea porque hablar y actuar en cuestíones de religión o de fútbol sea más fácil que de la recesión económica, y porque basta un "sí" y un "no" para unirte en cuerpo y alma sobre un proyecto que parte de las decisiones de los individuos, llámenlo Pep o Mou, Papa o antipapa. En las cuestiones económicas, desgraciadamente, lo sistémico tiene tanta o más fuerza que lo individual, y uno necesita algo más que entereza para defender unos principios determinados contra el mundo entero. 


       Pero precisamente de economía vamos a hablar, como también lo ha hecho el Sumo Pontífice. Y una muestra de esta superficialidad de miras, de este idealismo subjetivista, lo constituyen las recetas del Papa ante la crisis económica. La crisis económica es ante todo una crisis moral, una cuestión ética, en la que el hombre deja de ser el centro de la economía para convertirse en simple peón. Hasta aquí el 15M y Razintger van de la mano, por mucho que les pese a los contendientes respectivos. Jesucristo y Marx caminan juntos en la lucha contra la alienación y recuperar la dignidad humana. Pero el decir que la crisis económica es una crisis moral no quiere decir que su solución sea solo ética. Para cambiar el mundo, no bastan las ideas. Hay que cambiar la base material, la infraestructura, si quieren un término pasado de moda, o no tenemos nada que hacer. Esta frase no la leí por primera vez en Marx; la escuche de García Trevijano en un congreso de filósofos hace quince años. Fue abucheado de inmediato. Y aquí Marx se separa tanto del 15M como de Ratinzger o de los anarquistas del Tea Party, a los que consideraría unos ingenuos idealistas de solemnidad o unos cínicos farsantes y encubridores. 
      Para expresar esto mejor, consideren el siguiente ejemplo: estoy encerrado en mi habitación. Siento deseos de salir. Imagino el mundo exterior. Lo puedo dibujar en un folio o expresarlo en un poema. Puedo hasta creer que me siento libre conectándome a la red. Pero está claro que si no encuentro una llave, o echo la puerta abajo, mis condiciones reales de libertad no cambiarán. Como no desaparezcan las paredes que me aprisionan, no alcanzaré la libertad. Es cierto que necesito en primer lugar el deseo y la idea de ser libre, pero después hay que actuar en consecuencia, proyectarse sobre ese mundo real y objetivo. Cambiarlo.         
      Y ahora pongamos un ejemplo económico: es muy difícil fomentar el altruísmo social a todos los niveles si no cambiamos las reglas de juego que se imponen de facto a esa solidaridad ideal. Defender el amor al prójimo cuando nos encontramos con un mundo que de hecho devora al débil es una prédica en el desierto. De qué vale predicar la transparencia en los mercados cuando hay paraísos fiscales y desrregulación financiera, o se ponen trabas a cualquier tasa sobre los movimientos especulativos de capital. De qué vale hablar de solidaridad cuando se rechazan continuamente la subida de impuestos a las clases altas, no como algo antieconómico (que siempre podría discutirse), sino como inmoral. Las prédicas de Ratinzger alcanzan el mismo grado de ingenuidad que las declaraciones de Obama, ZP, Barroso, Merkel y compañía, cuando se creen que las meras palabras van a calmar un mercado bursátil. Es más, es una ingenuidad que acaba siendo irritante. Una vez expresado el deseo, hay que pedir acciones concretas. Desgraciadamente, de los labios del Papa no se ha escuchado ni una sola declaración concreta sobre la crisis económica. Tal vez no sea el lugar, pero al menos se podría exigir a la iglesia el ser tan explícitos sobre estas cuestiones como lo son sobre el aborto o la eutanasia.     


     Y si  nos deshacemos de la incómoda economía, alguien puede preguntarse qué queda de las JMJ: por un lado, la religión como espectáculo cultural, barroco y postmoderno, con imágenes que podían estar sacadas de una sarcástica película de Fellini, como los confesionarios en los parques, el papamóvil o la ampolla de Juan Pablo II. Por otro, una religión como identidad individual y colectiva, sin otra proyección que la salvación del individuo y de nuestro pequeño grupo de creyentes, a pesar de su pretendida universalidad. Alguien podría pensar que esto es lo que hace el hecho religioso tan importante y una pregunta crucial de sentido existencial, y no lo voy a poner en cuestión. Pero es difícil no sentir la tentación de caer en la vieja crítica marxiana de que todo esto es mera superestructura, panem et circenses del siglo XXI, que oculta y adorna la aprisionante jaula de hierro en la que todos andamos metidos. Mero oropel para esconder el oscuro día a día. Resignación, flatus vocis, insoportable levedad del ser.  
      Más de un joven terminará las jornadas y su conciencia estará satisfecha, e incluso tal vez sienta plenitud existencial. Pero cuando tenga que volver a las colas del  INEM o esperar pacientemente la respuesta a sus CV en decenas de empresas, las palabras del Papa, y mucho menos la de los políticos, tendrán escaso consuelo entonces. Parece ser que la falta de coraje ante la crisis económica no es solo una característica propia de nuestros políticos, sino también de los mandatarios de la iglesia. Quizás porque, como Marx entendió para su época, el auditorio actual de la iglesia en el primer mundo siga siendo el de los privilegiados dentro del sistema. El compromiso de los pobres forzosamente será  siempre un objeto lejano y pocas veces el verdadero sujeto de sus celebraciones. Y naturalmente, la iglesia no va a lanzar piedras contra su propio tejado: con el laicismo llamando a las puertas y cautivando conciencias día a día, no están los tiempos para compromisos sociales estridentes.   

2 comentarios:

  1. Bonita reflexión... ¿¿ Pero crees que de alguna forma la transmutación de la crisis económica y los problemas reales, materiales, tangibles y cotidianos en cuestiones " morales" y "" espirituales"" es incoherente con la religión en general y con el cristianismo y el catolicismo en particular?? En ése sentido la palabra de Dios es bastante clara. No recuerdo exactamente dónde pero me viene a la cabeza lo que estoy seguro de que es una cita bíblica ( sólo entre otras muchas posibles para ilustrar lo mismo): " Mi Reino no es de este mundo" ( dice Jesús).

    Es uno de los grandes topicazos sobre Marx, y ni siquiera sé de dónde sale la frase, pero atribuyendo la crisis, SIN MÁS ANÁLISIS, a una crisis de fe creo que el Papa ha ilustado perfectamente eso de que " la religión es el opio del pueblo"... Una constatación que es más de sentido común que específica del marxismo.

    De todos modos creo que TODO lo que dice el Papa, el discurso general de la Iglesia, la Biblia, los Evangelios en particular, las homilías y demás son sólo HUMO. HUMO CON EL QUE AHOGARNOS EL ESPÍRITU.

    * Para ver que es humo no hay más que escuchar y analizar con un mínimo de atención cualquier texto eclesiástico o bíblico y ver como el sentido que se le puede ver es muy muy muy nimio, si acaso. Y ya sé que EL SIGNIFICADO ES EL USO, pero ciertamente me parece que hay jergas mucho más difíciles de usar en la vida y en el mundo que otras...

    * Que con ese humo se trata de ahogarnos el espíritu no hay más que ver contra qué aplican sus discursos... Por ejemplo el caso que tú recoges en el que se invita a despreocuparse de las cuestiones económicas y volverse más bien a ellos y sus mensajes de abstinencias, pudores, contenciones, etc.

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  2. Gracias por el comentario...
    La verdad es que yo sí abrigaba cierta esperanza desde parte de la iglesia comprometida por este mundo. De hecho, hay una larguísima tradición dentro de ella por el cambio social (desde los franciscanos hasta la teología de la liberación).
    Y como decías tú, la frase "mi reino no es de este mundo", fue rechazada por el concilio Vaticano II (que dijeron "el reino empieza aqui, aunque no plenamente") pero parece que hoy vuelve a cobrar la misma fuerza de siempre. Esta huída hacia la espiritualidad la creo legítima para los creyentes, pero es sin duda sospechosa e insuficiente para un joven de hoy en día y da la sensación, efectivamente, de humo.

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