Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

87

     Leí el otro día una buena anécdota que vale de ejemplo para reconocer cómo el poder invade cualquier espacio público, en su forma más ridículas y nimias. Cuando Beethoven, viejo, sordo y completamente aislado del mundo, estrenó su novena sinfonía en Viena, no solo fue un éxito para el público congregado, sino que se convirtió en un pequeño escándalo político. El público ovacionó cinco veces al maestro musical, y la policía tuvo que intervenir. El mísmisimo archiduque de Austria solo recibía tres ovaciones y aquello transgredía toda regla de subordinación y respeto al poder. Que un compositor sordo, por genial que fuera, recibiese una ovación más estruendosa de la que, de forma trémula y fría, se ofrecía al emperador, era algo que Johan S., intendente de la policía en el teatro, no podía aceptar y pidió el silencio sin éxito a aquella masa enfervorecida. 

      Lo intentó una vez, ordenando a sus subordinados pidiendo educadamente orden. Después otra vez más, abandonado por sus oficiales al cargo. Finalmente cayó rendido. Pensó por un momento que aquel lugar estaba infectado, como es bien sabido, de conspiradores liberales y críticos con la sagrada regla de los Habsburgo. Pero él mismo acabó por aplaudir, movido por la emoción y por el propio efecto contagiador de la fervorosa masa. Indudablemente, los melómanos convencidos ovacionan mucho más fuerte que los súbditos indiferentes y comprados, en el mejor de los casos, o atemorizados en el peor de ellos. Afortunadamente el emperador de Austria no estaba en la sala. Era el único palco vacío de todo el teatro. 

     Cuando el rumor llegó a oídos del archiduque, pidió el acta policial de lo ocurrido. Johan S., asustado con su propio comportamiento al sumarse a los aplausos, mintió y dijo: "ya sabe su excelencia, los rumores de los exaltados, hacen exagerar la realidad". "Da igual, no habría sido prudente reprimirlos. Bastaba con que usted no aplaudiera." Por supuesto, balbuceó entre dientes Johan S., sin levantar la vista del acta policial. Y así empieza, como ustedes saben, la caída de los poderosos mediocres, con las mentiras piadosas de sus más allegados.  

2 comentarios:

  1. ¡Qué interesante! Salvando las distancias, me recuerda a tanta anécdota protagonizada por Maradona, que se sigue viralizando después de su muerte ¡Cómo cuesta a veces aceptar a los GENIOS! ¿Envidia?

    ResponderEliminar
  2. Cuánto tiempo, querida Azul. Y me pillas igual... tomando mate. Siempre me ha llamado la atención ese poder que tenía Maradona sobre Argentina... y la envidia que levantaba.

    ResponderEliminar