Exámenes escritos: ¿algo que debería pasar a la historia?
Abordamos un primer problema, aunque una visión ordenada del asunto nos debería haber obligado a empezar por otro sitio y no por el análisis de resultados. Los educadores de humanidades vivimos en una permanente contradicción. Contamos en nuestros días con un formidable aparato teórico en torno a distintas competencias, análisis de inteligencias múltiples y emocionales: conocemos muy bien los potenciales que tienen nuestros alumnos. Y sin embargo el mecanismo de la evaluación en torno a nuestras asignaturas de humanidades todavía no ha cambiado demasiado. Después de estudiar concienzudamente las teorías de competencias educativas, siempre me asalta la misma pregunta: ¿y cómo evalúo yo una competencia social o ciudadana de forma adecuada a un grupo de veintitantos chavales a los que veo una o dos veces a la semana? ¿Reduzco mi evaluación al comportamiento de clase, a su participación en debates? ¿Lo reduzco a un trabajo, a una exposición oral, a una prueba escrita? ¿Me resigno a aceptar la asignatura como una especie de relleno, en el que la evaluación es algo sin excesiva importancia?
Al final, uno acaba resignándose y acaba concediendo importancia suprema a las pruebas escritas de carácter fundamentalmente cognitivo, ya sea por medio de trabajos o por un examen tradicional. Las razones de esta resistencia a tomar criterios de evaluación alternativos no son algo superficiales. En primer lugar, una prueba escrita de carácter cognitivo ofrece garantías de una uniformidad considerable en la evaluación de un grupo de alumnos. Esa uniformidad permite obtener datos de una relativa objetividad, independientes de valoraciones subjetivas y sencillos de aplicar cuando nos encontramos con unas ratios de profesor/alumno descabelladas. Por último, parece ser el único criterio de utilidad cuando nos encontramos con cursos complejos y heterogéneos, en los que el grado de motivación para la participación en actividades alternativas es inexistente.
Cualquier cambio en la evaluación parte de una revisión de las ratios profesor/alumno. Es muy distinto dar clases a grupos de alumnos de entre 15 y 20 alumnos que a grupos más numerosos. Y naturalmente, la cuestión se hace más complicada todavía cuando nos encontramos una fuerte diversidad en el aula. Una evaluación alternativa basada en habilidades sociales, participación en clase o realización de proyectos, solo se hace posible en grupos pequeños y quizás relativamente homogéneos (aunque esto pueda ser muy discutible). Por otro lado, es evidente que el trabajo para el profesor que realiza estos criterios de evaluación novedosos se multiplica. Pensemos por ejemplo, una programación de Ética o de Filosofía y Ciudadanía que plantea las siguientes tareas evaluadoras (con sus respectivas competencias):
Realización de un trabajo de campo…………..…..20 %
Ponencia pública en clase…………...………..…...10%
Participación diaria en debates …………….….…. 5%
Ponencia pública en clase…………...………..…...10%
Participación diaria en debates …………….….…. 5%
Trabajos en TICs (un blog)……………….……... 15%
Realización de comentarios de texto……..………. 25%
Prueba escrita…………………………………… 25%
Una evaluación de este tipo permitiría asignar el suficiente terreno a los objetivos cognitivos más tradicionales para asegurar el aprobado de la asignatura, pero por otro lado permitiría una calificación brillante únicamente a aquellos alumnos que hubieran demostrado otro tipo de habilidades y competencias a lo largo del curso. De esta forma aseguraríamos criterios más o menos uniformes –como las pruebas escritas-, con otras de evaluación más compleja y creativa.
Me imagino que más de una programación llevada ante un tribunal de oposiciones puede llevar unos criterios de evaluación tan ambiciosos como estos, pero después la realidad echaría por tierra muchas de nuestras expectativas. Esta evaluación sería prácticamente ejemplar, siempre que nos encontremos con un alumnado lo suficientemente motivado para llevar todo esto a la práctica, y siempre que contemos con un profesorado que le puede echar suficiente tiempo para cubrir todas estas necesidades evaluadoras, tanto en su tiempo fuera del colegio como dentro del horario de la asignatura: son necesarias también lecciones magistrales explicativas de todos estos proyectos que permita una base teórica para lanzar cualquier proyecto (por pequeña que esta sea). En nuestro panorama actual, con un profesorado que se enfrenta a mayor movilidad, aulas más numerosas y con una mayor carga horaria, cualquier evaluación novedosa se hace mucho más difícil de aplicar.
Queda además un último problema: ¿qué garantías podemos tener para que estos trabajos realizados individual o colectivamente son realmente creativos y originales? La posibilidad de plagio en nuestra educación se hace hoy tan sumamente sencilla que necesitamos afinar mucho la puntería para separar la creatividad y el trabajo personal de la mera copia. Imaginemos que pedimos la realización de un powerpoint, un blog o una exposición en clase. ¿cuánta gente no va a cortar y pegar de la Wikipedia, no van a memorizar frases enteras sin conocer los contenidos? Al final, acabamos construyendo dos evaluaciones alternativas, una para aquellos alumnos implicados en la asignatura –que habitualmente hacen pruebas escritas brillantes y destacan en cualquier actividad que se propongan- y aquellos desinteresados en cualquier actividad alternativa, que se centran en el examen –y en el que hay alumnos de todo tipo-.
Me imagino que más de una programación llevada ante un tribunal de oposiciones puede llevar unos criterios de evaluación tan ambiciosos como estos, pero después la realidad echaría por tierra muchas de nuestras expectativas. Esta evaluación sería prácticamente ejemplar, siempre que nos encontremos con un alumnado lo suficientemente motivado para llevar todo esto a la práctica, y siempre que contemos con un profesorado que le puede echar suficiente tiempo para cubrir todas estas necesidades evaluadoras, tanto en su tiempo fuera del colegio como dentro del horario de la asignatura: son necesarias también lecciones magistrales explicativas de todos estos proyectos que permita una base teórica para lanzar cualquier proyecto (por pequeña que esta sea). En nuestro panorama actual, con un profesorado que se enfrenta a mayor movilidad, aulas más numerosas y con una mayor carga horaria, cualquier evaluación novedosa se hace mucho más difícil de aplicar.
Queda además un último problema: ¿qué garantías podemos tener para que estos trabajos realizados individual o colectivamente son realmente creativos y originales? La posibilidad de plagio en nuestra educación se hace hoy tan sumamente sencilla que necesitamos afinar mucho la puntería para separar la creatividad y el trabajo personal de la mera copia. Imaginemos que pedimos la realización de un powerpoint, un blog o una exposición en clase. ¿cuánta gente no va a cortar y pegar de la Wikipedia, no van a memorizar frases enteras sin conocer los contenidos? Al final, acabamos construyendo dos evaluaciones alternativas, una para aquellos alumnos implicados en la asignatura –que habitualmente hacen pruebas escritas brillantes y destacan en cualquier actividad que se propongan- y aquellos desinteresados en cualquier actividad alternativa, que se centran en el examen –y en el que hay alumnos de todo tipo-.
Uno acaba intuyendo que una reforma en la evaluación -y naturalmente en los contenidos- pasaría por una reforma de la formación del profesorado, pero más todavía por una mejora de sus condiciones de trabajo, especialmente en lo que se refiere al número de alumnos por clase y su carga lectiva: la evaluación debería ser reconocida activamente en el horario del profesorado, tanto a la hora de realizar las pruebas evaluativas como el propio proceso de evaluar, y no pasar, como ocurre ahora, como un ingrato trabajo hecho fuera del horario lectivo y con desconocimiento total y absoluto por parte de la sociedad que demasiadas veces tilda el trabajo del profesor como privilegiado y con escasa carga horaria.