Este librito de Martha C. Nussbaum, que tiene por subtítulo "por qué la
democracia necesita de las humanidades", es un sereno alegato a favor de
la reintroducción de este tipo de materias en una educación marcada por
el conocimiento puramente técnico. Su motivo es claro: la pura
educación técnica, favorecedora del crecimiento económico, no nos da las
claves para ser felices, no evita las desigualdades sociales y
económicas y pone en peligro la ciudadanía democrática. Con la vista
puesta a medio camino entre la India y los Estados Unidos, acompañan a
su alegato las experiencias educativas de Rabindranath Tagore, John
Dewey, Rousseau y naturalmente, Sócrates, maestro de todos los
educadores morales.
El libro constituye una estupenda propedéutica para
todos aquellos que deseen analizar, más allá de simplezas ideológicas,
los motivos serios de por qué una educación en las humanidades se puede
convertir en una prioridad para nuestra época. Siendo muy concisos, la
autora propone tres metas: educar nuestros sentimientos morales (nuestra
capacidad empática y afectos), construir una argumentación socrática
que justifique razonablemente dichos sentimientos y la ponga en contacto
con otros individuos, y por último, necesitamos ser conscientes de los
problemas que nos afectan actualmente como ciudadanos del mundo, más
allá de las cuestiones locales. Al mismo tiempo que fija estos objetivos, Nussbaum es consciente de la necesidad de dar un giro radical a nuestros métodos educativos. En cualquier caso, la necesidad de la filosofía o la historia no justifica la necesidad de justificar asignaturas al uso tradicional ni seguir utilizando la metodología clásica fundamentalmente memorística. Una verdadera educación filosófica supondría acabar con buena parte de nuestro currículum, métodos y evaluación tradicional y adentrarnos por vericuetos educativos que la propia autora tan solo se atreve a intuir, y que en definitiva, constituye la parte raras veces realizada y siempre imperfecta de los filósofos metidos a pedagogos. Es preciso ahondar en la senda de
proyectos alternativos (como el proyecto de Filosofía para niños -P4C- o
estrategias de pensamiento -thinking based learning-), por poner
algunos ejemplos creativos para superar la inercia tradicional de la enseñanza filosófica. En cualquier caso, la crítica es acertada: justificar la filosofía a partir de la mera repetición de contenidos supone una traición hacia el espíritu de la disciplina y el reconocimiento de su inutilidad.
A medio camino entre el pesimismo y la
esperanza en el futuro, la autora es consciente que la educación
socrática está más amenazada que nunca, justo cuando más se necesita.
Aunque uno podría preguntarse si ha habido algún momento de la historia
en la que las humanidades no hayan sufrido este destino, desde los
mismos días de Sócrates.
(Post ampliado de la reseña de libros del blog)
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