Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

sábado, 6 de octubre de 2012

MARTHA NUSSBAUM, SIN ÁNIMO DE LUCRO

   Este librito de Martha C. Nussbaum, que tiene por subtítulo "por qué la democracia necesita de las humanidades", es un sereno alegato a favor de la reintroducción de este tipo de materias en una educación marcada por el conocimiento puramente técnico. Su motivo es claro: la pura educación técnica, favorecedora del crecimiento económico, no nos da las claves para ser felices, no evita las desigualdades sociales y económicas y pone en peligro la ciudadanía democrática. Con la vista puesta a medio camino entre la India y los Estados Unidos, acompañan a su alegato las experiencias educativas de Rabindranath Tagore, John Dewey, Rousseau y naturalmente, Sócrates, maestro de todos los educadores morales. 
    El libro constituye una estupenda propedéutica para todos aquellos que deseen analizar, más allá de simplezas ideológicas, los motivos serios de por qué una educación en las humanidades se puede convertir en una prioridad para nuestra época. Siendo muy concisos, la autora propone tres metas: educar nuestros sentimientos morales (nuestra capacidad empática y afectos), construir una argumentación socrática que justifique razonablemente dichos sentimientos y la ponga en contacto con otros individuos, y por último, necesitamos ser conscientes de los problemas que nos afectan actualmente como ciudadanos del mundo, más allá de las cuestiones locales. Al mismo tiempo que fija estos objetivos, Nussbaum es consciente de la necesidad de dar un giro radical a nuestros métodos educativos. En cualquier caso, la necesidad de la filosofía o la historia no justifica la necesidad de justificar asignaturas al uso tradicional ni seguir utilizando la metodología clásica fundamentalmente memorística. Una verdadera educación filosófica supondría acabar con buena parte de nuestro currículum, métodos y evaluación tradicional y adentrarnos por vericuetos educativos que la propia autora tan solo se atreve a intuir, y que en definitiva, constituye la parte raras veces realizada y siempre imperfecta de los filósofos metidos a pedagogos. Es preciso ahondar en la senda de proyectos alternativos (como el proyecto de Filosofía para niños -P4C- o estrategias de pensamiento -thinking based learning-), por poner algunos ejemplos creativos para superar la inercia tradicional de la enseñanza filosófica.  En cualquier caso, la crítica es acertada: justificar la filosofía a partir de la mera repetición de contenidos supone una traición hacia el espíritu de la disciplina y el reconocimiento de su inutilidad.
      A medio camino entre el pesimismo y la esperanza en el futuro, la autora es consciente que la educación socrática está más amenazada que nunca, justo cuando más se necesita. Aunque uno podría preguntarse si ha habido algún momento de la historia en la que las humanidades no hayan sufrido este destino, desde los mismos días de Sócrates.

(Post ampliado de la reseña de libros del blog)

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