"La filosofía muere de inanición en medio de sus preceptos si no está vivificada por la historia"
Esta cita recurrente que encontré en un viejo manual de filosofía política, ilustra muy bien la oscura y profunda relación que existen entre las dos grandes disciplinas de las humanidades. Y sin embargo, el punto exacto de colaboración entre una y otra está tan alejado de nosotros como en la época de Bodino. Ya entre la utopía platónica de la República y los escritos políticos de Aristóteles se percibe este abismo. El propio Bodino precisamente se abandonó a un dilatado estudio de la historia que apenas le permitió extraer una teoría del estado coherente. La antitesis opuesta la encontramos poco después con Hobbes, que propuso hacer científica la teoría política dando principios universales y mecanicistas al comportamiento humano y al propio estado. E igual podríamos decir del contractualismo y por supuesto toda la filosofía de inspiración kantiana hasta llegar al mismo Habermas... La filosofía petrifica los principios fluidos de la historia y es semejante de alguna manera a lo que algunos constructivistas dicen hoy en día cuando hablan de la filosofía política como una especie de "sociología trascendental", término que no creo que guste demasiado al gremio filosófico.
Pero el equilibrio, como decimos, no es fácil. Los filósofos que usan la historia para justificar el presente suelen ser los pensadores conservadores, y que no caen en la cuenta que las ideas también movilizan ese tiempo presente (es indudablemente lo más fácil). Sin embargo, aquellos filósofos que usan la historia para pronosticar el futuro se enfrentan al problema de un encorsetamiento conceptual demasiado estricto que acaba matando la dinámica histórica, como hará Marx. Cuando la filosofía se proyecta en la historia (y se convierte en utopía política deseable de alcanzar), la historia acaba jugando una mala pasada y traicionando a sus profetas... pero es la forma de como esa misma historia se acelera.
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