Ayer recibí un lacónico mensaje por el móvil de mi mejor amigo. "Hobsbawn ha muerto. Esto es el final". Abrí bien los ojos, como quien espera hace tiempo la noticia y al mismo tiempo siente un pena terrible por la pérdida. Cómo un personaje al que no has visto en la vida se puede transformar en alguien cercano a ti, solo lo consiguen horas de conversación privada, de monólogo a veces, o de críticas sin respuesta, que parten de la lectura de libros que te llegan hasta dentro de tu alma. Sí, los libros tienen ese poder comunicador, aunque solo algunos, por supuesto. Ese sentimiento fue lo que me indujo el gran profesor Hobsbawn a través de las "Eras" cuando yo era estudiante universitario, o el confidente de sus memorias personales del siglo XX, en mi etapa de inmigrante, o el crítico político que se escondía tras multitud de ensayos, leídos en muy distintos momentos de la vida. Cuando escribo estas líneas, miro de reojo sus libros en la estantería, con títulos en inglés, en español, gastados o casi nuevos. Tan solo Duby me inspiraría tanta admiración al leer páginas de historia, pero no pasó para mí de ser meramente un gran profesor: Eric Hobsbawn fue algo más.
Nunca llegué a hablar personalmente con él, ni falta que hacía. Pero sí hablé horas sobre él, con multitud de personas de distintos gustos e ideologías, de forma que se hacía cercano en la distancia. Comentando las vivencias de sus libros, como quien describe las juergas o desgracias de un amigo cercano. Sus libros me permitieron descubrir no solo una forma de hacer historia, sino de ser parte integrante de esa misma historia que cuenta con una vida trepidante. Tan solo en el mundo de la filosofía personajes como Sartre pueden tener semejante maleta de vivencias, y recuerdo la gran enseñanza del otro maestro. En el mundo de la vida no cuenta estar equivocado o en lo cierto: cuenta ser tú mismo y tener clarividencia. A Sartre le sobraba de lo primero y le faltaba quizás lo último (tal vez por deformación filosófica), pero Hobsbawn llegó a un punto intermedio que rozó la perfección.
"Hobsbawn ha muerto". En ese frío mensaje de condolencia lejana, se escondían muchas cosas, al igual que nos ocurrió también cuando fallecieron Richard Rorty, Rawls y otros pesos pesados que de una forma u otra, han marcado tu vida no solo profesional o académica, sino tu propia forma de ver las cosas más mundanas. Cuando un maestro muere, los discípulos quedan huérfanos y sienten la propia muerte llamando en su entorno, como aseguraría Heidegger. Al menos, siempre estarás a nuestro lado en el momento que te necesitemos. Es lo más parecido a la inmortalidad que pdemos conocer en este mundo finito, y el reconocimiento más grande que puede hacerse a una persona.
"Hobsbawn ha muerto". En ese frío mensaje de condolencia lejana, se escondían muchas cosas, al igual que nos ocurrió también cuando fallecieron Richard Rorty, Rawls y otros pesos pesados que de una forma u otra, han marcado tu vida no solo profesional o académica, sino tu propia forma de ver las cosas más mundanas. Cuando un maestro muere, los discípulos quedan huérfanos y sienten la propia muerte llamando en su entorno, como aseguraría Heidegger. Al menos, siempre estarás a nuestro lado en el momento que te necesitemos. Es lo más parecido a la inmortalidad que pdemos conocer en este mundo finito, y el reconocimiento más grande que puede hacerse a una persona.