Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

viernes, 19 de febrero de 2010

LA MUERTE DE UN FILÓSOFO.



Nuestra historia se remonta a siglos lejanos, muy lejanos, pero que aún podemos leerlos en algún libro, concretamente han pasado casi exactamente mil quinientos años; a pesar de la distancia, el lector curioso tal vez puede llegar a la intuición que esos años no son tan distintos a los nuestros, si entendemos que la violencia y la ignorancia son comunes a la naturaleza humana y universales en el tiempo.  
Vemos una habitación hecha de adobe desnudo. Cerrada a cal y canto. En el espacio cuadrado y casi desnudo tan solo hay una mesa. Sobre ella, unos pocos papeles de pergamino, algo de tinta y un puntero rudimentario para escribir. Unas cuantas hojas, con tachones, aprovechadas hasta el último resquicio, aguardan bien ordenadas en un lado de la mesa. En las tablas viejas del mismo mueble abundan anotaciones en griego y en latín. En una de ellas se puede leer Boetius.
Una pequeña ventana ilumina tenuemente la habitación desnuda, que hoy llamaríamos minimalista si no lo invadiera la suciedad y la humedad. En la penumbra, un hombre aguarda. Sentado en un rincón relleno de pajas y retenidas por unos maderos, sabe que la espera no va a ser muy larga. Sus contactos con sus amigos están rotos. Sus poderosos valedores, quedan muy lejos de su alcance. Su familia tiene pocos contactos con él. El rey, mientras, está furioso, enloquecido. Se sabe perdido, y teme por su vida.
La mente de los bárbaros es poco estable, piensa. El respeto que le había inspirado el rey, Teodorico de nombre, su señor a fin de cuentas, se convirtió en estupor. El estupor, con la larga espera y la desesperación, en odio. Pero el odio cuando se está encerrado y completamente indefenso se vuelve algo inútil. Ningún filósofo ha hecho gala de poder físico o corporal, pero algunos desarrollan una inigualable capacidad de resistencia hacia la adversidad. Indaga en sí mismo y recrea sus últimas fortalezas, a saber: el orgullo de su espíritu romano frente a los bárbaros, la ataraxia del sabio y quizás la fe del cristiano platónico. Si no hubiese testificado en el senado contra el rey, seguiría en su palacio, su biblioteca y rodeado de los suyos. Esa memoria, ese condicional imposible de rectificar ya, le atormentaba día y noche.
Pero eso nunca lo dejó por escrito en la cárcel. Sí dejó sus conversaciones con la Diosa filosofía, sus quejas, sus descubrimientos, sus consuelos. Lo mejor de sí mismo salió en la penumbra de esa cárcel. Pocos que lean ese consuelo pueden pensar que es un hombre esperando a la muerte en ese lúgubre lugar.
La puerta se abre. No entra ningún conocido, ni familiar. En su lugar, un par de soldados que sin más explicaciones, le sacan fuera. Típica brutalidad germana, tan directa, tan incivilizada. Tan efectiva. Reclamar un juicio es ingenuo en esas condiciones. Boecio fue sacado fuera. Sintió el aroma del aire fresco por última vez, abandonando las humedades de la celda en la que había estado más de un año recluido. Bendice esa sensación, sabiendo que es pasajera.
Mucho quedó en el tintero. Casi todo Aristóteles por traducir, más concretamente. Recibió la palabra de Casiodoro, nuevo ministro y viejo amigo, de que sus páginas se conservarían. Tanto sin escribir, se lamenta Boecio, una obra truncada a medias.
Durante mucho tiempo no puede evitar hacer comparaciones. Un nuevo Sócrates sufre condena, otro nuevo Séneca pierde el favor del emperador. Pero es solo una sombra de la realidad. Sócrates tuvo derecho a un juicio. A él le fue denegado defenderse, quizás precisamente por miedo a su dialéctica. A Séneca lo condenó un emperador romano desquiciado, a él un rey bárbaro paranoico. Entonces Roma era dueña del mundo; ahora es rehén de un rey extraño en Rávena. Pero es preciso dar la cara por la verdad y la honestidad. Y sin embargo este es solo un pensamiento, uno más de los muchos que llevan a la muerte, y superados pronto por el miedo. Todo esto se borra cuando ve el poste. Su temperamento filosófico le abandona. El deseo irracional de mantenerse vivo le incita a gritar. Tan solo el orgullo es lo que se mantiene en su espíritu hasta el final, y le obliga a guardar silencio.
La ejecución de estos presos es habitual en el civilizado reino de Teodorico. Se le ata al poste, quedando de pie. Una soga de cuero o de otro material menos noble se le coloca a la altura del cuello. Al otro lado del poste, un sencillo mecanismo enrosca la soga ejerciendo en cada movimiento una mayor presión sobre la garganta del reo. Éste se revuelve, siente la presión a cada instante. Sus músculos se tensan inútilmente. Su cara enrojece. Las órbitas de sus ojos saltan, pudiendo estallar en cualquier momento. Finalmente, la asfixia llega al preso y muere entre las convulsiones del miedo y de la falta de aire.
Boecio conoce muy bien todo esto. Ha permitido, en su época de primer ministro, muertes así, aunque raramente las ha presenciado. Los patricios no acostumbraban a mancharse las manos y lo dejaban para los verdugos: costumbres de la época. Ahora se vuelve contra él, y siente en un instante piedad por todos los que ha ajusticiado, quizás en una empatía fugaz. Tal vez no lo sabe, pero con él muere el último de los romanos. Le dejamos en su triste destino, injusto a todas luces.
Los orígenes de la filosofía estaban manchados con la sangre de Sócrates. Ahora otro asesinato, mucho menos conocido, cierra esta larga etapa. Mil años separan a uno del otro. Quizás el aplazamiento de su muerte hubiera cambiado el rumbo de la filosofía medieval. Quizás no. En todo caso, pasarían seis siglos hasta que lo que se perdió en esa oportunidad, regresara a Europa. .

6 comentarios:

  1. Ángel, gracias por la pag web y por el power point del contrato social! un beso!

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  2. Veré si puedo ir subiendo más cosas... Otro beso.

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  3. Me ha encantado tu último artículo, ¿es la última parte de la novela que estaban escribiendo? Es genial como mantienes la tensión y al mismo tiempo te sumerges en el relato histórico que nos traslada a la muerte de toda una edad de los hombres, la Antigüedad. Es extraordinario como 150 años después de los godos traspasaran el limes del Rin todavía se mantuviesen identidades tan marcadas sobre lo que era ser romano y lo que era ser bárbaro. Esto nos debería hacer reflexionar sobre los procesos de cambio en la historia y lo dilatados que son... Tu artículo me hizo reflexionar sobre la muerte de la modernidad que se inició a finales del siglo XIX y todavía hoy, tras unas cuantes resurrecciones, seguimos asistiendo a su lenta decadencia. Qué podríamos decir del sistema filosófico racionalista griego que tuvo su primera crisis con el helenismo y luego durante el Bajo Imperio Romano, para sucumbir definitivamente con la ruptura islámica del siglo VII d. C. o la muerte de Boecio. En fin, muchas gracias por tu bella escritura y agudas intuiciones, es un placer compartirlas, me encantaría leer completamente la novela. Sólo me gustaría preguntanter si ¿No crees que los momentos de incertidumbre son más dilatados en la historia que los de certidumbre? ¿Acaso no llevamos décadas de una travesía en el desierto que nos impide marcar un rumbo fijo a nuestros esfuerzos intelectuales? Nada más, sólo darte las gracias.

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  4. Pues gracias por el comentario...
    Lo cierto es que estoy cambiando el estilo de la novela, y darle un carácter más íntimo, pero aún le falta mucho. Y luego, que este blog come muchos esfuerzos literarios...

    El reino ostrogodo casi que fue un primer experimento de multiculturalismo medieval.
    desgraciadamente no pudo superar tensiones religiosas que además venían provocadas por el emperador Justino (y Justiniano, ya metiendo caña) del imperio de Oriente. De hecho, fue una trampa de este emperador lo que provoco que el ingenuo de Boecio se proclamara en una disputa religiosa partidario del partido romano-católico, sin darse cuenta que esto suponía en el fondo una auténtica traición al estado ostrogodo. Algo así como el rollo Becket o Tomás Moro en el siglo VI. Y lo más cachondo es el rechazo casi explícito del cristianismo en su obra de la cárcel, la Consolación de la filosofía: última obra de la antiguedad en la que no se cita al Dios cristiano. Esto no volverá a ocurrir hasta el siglo XVI...

    En fin...
    Saludos

    Y espero un artículo tuyo impacientemente...

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  5. Ángel y para cuando la novela?..me gustaria leerla!!....haber si encuentro un hueco para que me cuentes la historia del pobre boecio, ahora se que le matan pero no sé por qué jaja....Creo que voy a seguir estudiando a mi queridisimo Descartes!...oohh!!...porque me pongo a leer el blog y al final no estudio!carla

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  6. Buff... A esa novela aún le falta mucho. Mejor te paso alguna otra, para después de los exámenes.

    Y no te atragantes con Descartes...

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