El fin de semana pasado hice una pequeña incursión con mi amigo Juan en el poblado minero de Aldea Moret, un fantástico complejo minero de 1880-1950 y a caballo entre la ruina absoluta y la restauración paulatina. Precisamente entre las ruinas estuvimos un buen rato, divagando con nuestras cámaras y tomando frágiles instantáneas con el miedo a que estas se pierdan para siempre, en la destrucción definitiva o en la restauración.
Entre fotografía y fotografía, me venía a la mente el sentimiento que alumbra a toda persona amante de lo histórico: la nostalgia por reconstruir o recuperar un orden perdido de las cosas. La añoranza, la morriña, las saudades, es una de las fuerzas principales que permite construir una identidad, ya sea comunitaria o puramente personal. Toda identidad cultural tiene un paraíso perdido, un momento originario de esplendor, del que solo quedan unas pocas ruinas, tesoros del tiempo que debemos restaurar y preservar. Rousseau y los románticos fueron los pioneros de este tipo de sentimiento que mira al pasado.
Pero como decía esta nostalgia también puede ser puramente personal. El explorar un inmenso edificio en ruinas te sepulta de nuevo en la curiosidad típica de los niños y permite reconstruir escenas perdidas en nuestra memoria. Los psicólogos constructivistas tienen aquí una de sus bazas fundamentales. Decía el amigo Heli, quizás con razón, que la filosofía era una cosa de jóvenes adolescentes, con preguntas orientadas todas ellas hacia el futuro, mientras que la historia es el refugio de los espíritus maduros, que miran más hacia ese pasado.
Los problemas comienzan con la restauración, la nostalgia revivida. La comunidad percibe esta sensación y se ampara en la preservación de esos restos. Pero, afortunada o desafortunadamente, el sentimiento de nostalgia no es el mismo para todo el mundo, ni todos sentimos la misma historia, ni con la misma fuerza. Por lo general este sentimiento se refugia en una visión, también romántica, de unir el esfuerzo de conservar con lo realmente antiguo. En consecuencia, hay un doloroso salto que nos lleva de renovar el presente más rabiosamente actualizado a preservar un pasado que hunde sus raíces en tiempos cuasimíticos. Entre uno y otro, está el presente desactualizado o el pasado irrelevante: una larga franja histórica de los últimos ciento cincuenta años y de materiales innobles -el hierro, el cemento, el ladrillo...- que son abandonados sin remordimiento alguno, sin nostalgia.
La arqueología industrial en nuestro país y en nuestra comunidad es una asignatura pendiente, quizás engañados por nuestra propia tradición histórica. Países como Inglaterra exhiben con orgullo los restos de su Revolución Industrial. En nuestro caso, desde que nos creímos que no había existido tal cosa en nuestro país, nos obligaron a restaurar viejos castillos. Pero esta otra historia más reciente, la de nuestra fallida revolución industrial, pasó de largo y se ha desvanecido en el tiempo.
Fotos de Juan Alcón. Para ver más fotos, consultar nuestro otro blog: caceresnatural.blogspot.com
Em Portugal é ainda pior.
ResponderEliminarNo Porto (isso é o que eu conheço, passei muito tempo lá) a situação de edifícios industriais velhos é terrível.
ResponderEliminarParabéns pelo vosso blogue! É fantástico e vou segui-lo de perto.