Se reabre la guerra cultural en Europa y la polémica del velo musulmán. La eterna pregunta que se abre en el colegio de Pozuelo se extiende por toda Europa, Francia, Suiza y Bélgica. Están en juego los límites entre la autonomía individual y la autoridad del estado para establecer lo bien visto por la mayoría de sus ciudadanos. Detrás de la negación de las autoridades del colegio a llevar cualquier tipo de vestimenta que cubra la cabeza de los alumnos se esconde un auténtico choque de costumbres y tradiciones. Equiparar un velo a una simple gorra juvenil es desconocer las profundas fosas culturales que empiezan a convivir en nuestro país y a la que nos vamos enfrentando paulatinamente.
Dentro de una democracia, se plantean tres soluciones al problema: (a) que la alumna cumpla las reglas que exige la mayoría y se la integre en el sistema educativo actual, (b) llevar a esa aluma a un sistema educativo paralelo, de acuerdo con sus peculiaridades culturales y (c) establecer una excepción en el sistema educativo velando por las particularidades culturales de cada uno de los individuos. La primera opción es la solución "a la francesa" en la que el estado omnipotente, liberal, establece los marcos de convivencia entre los ciudadanos en nombre de la igualdad jurídica establecida por la sagrada Revolución Francesa. La tolerancia se entiende solo desde el marco de la tradición occidental, y todo elemento cultural diferente se considera como potencialmente peligroso y desestabilizador para el sistema. La segunda es la "opción turca": la tolerancia se afirma estableciendo compartimentos estancos entre los distintos grupos culturales de la sociedad. Este modelo es el más antiguo, marco de referencia de los imperios pluriculturales, desde el imperio romano hasta la actual Turquía. Esto es lo que se conoce como el "modelo del mijo": en una sola espiga -el estado unificador- emergen multitud granos -grupos culturales con autonomía para decidir sobre sus propios asuntos-. La última opción es la "solución canadiense", propia de sociedades de inmigración. La función del estado es velar por la máxima autonomía de los individuos manifestandose en sus peculiaridades culturales. Esto concede una complejidad y pluralidad cultural a estas sociedades que es entendida no como un riesgo, sino como algo enriquecedor.
Desde nuestra personal opinión, no existen soluciones éticamente superiores a las demás. Este es el típico ejemplo de un dilema filosófico que se tiene que resolver en la dinámica concreta de la historia. Los autores clásicos de Roma, los liberales como John Locke y los actuales cultural studies ofrecen argumentos contundentes a favor de una o de otra. Pero no creo que sean fácilmente exportables una solución a distintas realidades históricas, como si pudiera exportarse la fabricación de iglúes de hielo al verano extremeño. como sostenía Bhikhu Parekh en su libro Rethinking Multiculturalism, se imponen situaciones de compromiso y consensos inestables entre estas distintas opciones. La causa es evidente: Europa ha dejado de ser homógenea, y el reto de la inmigración llama a la puerta. Aunque el multiculturalismo se bate en retirada en los tiempos más recientes, quizás el retorno a nuestras raíces más puras no sea la última palabra ni la solución definitiva.
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