No pude evitar preguntar al señor Tiburcio sobre su parecer en relación con las hojas que le pasé sobre Hannah Arendt y el juicio de Eichmann. No hizo falta preguntarle nada: en cuanto entré en su despacho, recibiendome con su habitual parsimonia, él entró directamente en el asunto.
- Eso que ha escrito usted para la revista es de gran interés. Yo creo que incide en un tema interesante, en la completa desviación de toda la historia de la ética occidental.
- Le he preguntado por mi artículo, no por sus pensamientos.
- Perdón, perdón. El artículo es interesante, pero incompleto. Le ruego que me deje completarlo al menos verbalmente, es una necesidad intelectual con la que me he levantado hoy y que me atormenta si no la suelto.
- Está bien, adelante. - Pues sí, los desarrollos de la filosofía y del derecho han convertido al hombre más en juez soberano y se han olvidado de la compasión. Esto es lo que nos recuerda Arendt en su obra. Para los judíos histéricos, marcados por la venganza, será tabú. Para mí, es quizás un legado sin igual a la ética occidental.
- Hasta ahí estamos de acuerdo.
- Y de dónde viene esta desviación?
- Por Zeus, que está usted a punto de decirmelo.
- Efectivamente, efectivamente. Se ha tergiversado desde los tiempos de Sócrates y Jesucristo. Pues sí: Sócrates dijo que el conocimiento conlleva necesariamente el bien. Y Jesús fue más claro todavía. "la verdad os hará libres". Y Kant, que es un mero continuador de esta tradición, concede la autonomía a aquellos que hace un buen uso de la capacidad del entendimiento.
- Eso no es nuevo: conocimiento y libertad son dos requisitos indispensables para decir si una acción es ética o no... no puede prescindir de ellos sin modificar la misma disciplina. No veo dónde está el problema.
- Pero los hemos malinterpretado. Hemos pensado que el conocimiento en cuanto que nos hace responsables, nos permite actuar también de jueces al igual que de acusados. Pero el conocimiento moral, en realidad, no suele ser únicamente en esa dirección. En la medida que sabemos más cosas de nosotros mismos, nos damos cuenta de nuestra complejidad intrínseca.Y si nosotros mismos somos seres complejos, el prójimo lo es mucho más. Es casi un desconocido en sus motivaciones y comportamientos.
- Si no me equivoco, está usted negando la posibilidad de una intersubjetividad, de una comunicación mínimamente fluida entre los individuos. Muy típico de sus argumentos escépticos. Como consecuencia de esto...
- No piense que aquí el escepticismo no tiene nada que decir. Deberíamos ser más exigentes con nosotros, y al mismo tiempo, más compasivos con los demás. Es decir, nos debería impulsar a ser jueces duros de nosotros mismos y abogados de los demás. Esto lo tenía muy claro Jesús: "el que esté libre de pecado..." etcétera. Pero esto se olvidó rápidamente por la iglesia.
- Si no me equivoco, está usted negando la posibilidad de una intersubjetividad, de una comunicación mínimamente fluida entre los individuos. Muy típico de sus argumentos escépticos. Como consecuencia de esto...
- No piense que aquí el escepticismo no tiene nada que decir. Deberíamos ser más exigentes con nosotros, y al mismo tiempo, más compasivos con los demás. Es decir, nos debería impulsar a ser jueces duros de nosotros mismos y abogados de los demás. Esto lo tenía muy claro Jesús: "el que esté libre de pecado..." etcétera. Pero esto se olvidó rápidamente por la iglesia.
- Pero esto en principio es contradictorio. Si somos perfeccionistas con nosotros mismos, si somos modelos de virtud, nos podremos creer en la responsabilidad de juzgar a los demás.
- Y ahí está el problema! Nos creemos superiores a los demás, nos hacemos dioses y señores, y los demás, súbditos y esclavos! Pecamos de orgullo y soberbia. Hay gente que odia a los nazis. Yo no. Yo odio a los aliados: rusos, americanos e ingleses por igual. Porque cuando pudieron dar una lección de moralidad ejemplar a los ojos del mundo entero, cuando pudieron reconocer sus propios errores y aberraciones, decidieron mezclarse con los asesinos y mancharse con su sangre de los juicios de Nuremberg. La sangre derramada por los verdugos es la peor y más gratuita de todas: siempre pudo ser evitable. Qué asco. Y sigue coleando hasta nuestros días, desde la muerte de un dictador como Sadam Hussein a cada pena de muerte que se aplica en países "civilizados", pasando por la del asesino de Arizona.
- Dicho de otra forma, el escaso conocimiento moral que tenemos sobre los demás nos empuja a reconocer humildemente que nunca podremos conocer las razones e influencias que pudieron impulsar a un hombre a seguir una senda equivocada, incluso cuando hablamos de los infames nazis. Y este impedimento es lo que no nos permite juzgar a los demás.
- Sí, esa es la moral humana de mi escepticismo.
- Bien, pues permítame ahora presentar algunas objeciones a su interpretación. En primer lugar, es poco realista. Si aceptamos eso, sencillamente el derecho debería dejar de existir, y no podemos vivir sin él. Es un mal menor comparado con la anarquía que propone usted. Su visión se mantiene justamente en su reducida escala individual, en su opinión y sus juicios.
-Acepto la crítica gustosamente, aunque le pongo a su vez una objeción.
- Me la puedo imaginar.
- Que no podamos juzgar poniendo la vida del posible culpable como precio a pagar por sus crímenes. Mi moral escéptica, como usted ha visto, está en contra de la pena de muerte. Es el único límite infranqueable.
- Permítame proseguir con las objeciones. Usted está en contra de los aliados y de los juicios hechos por los judíos. Y por qué no ser clemente con los propios judíos? Por qué no ponerse en su piel? La incapacidad de juzgar implica no hacerlo con ninguna de las partes, ya sean víctimas, abogados, fiscales o jueces. En el fondo usted siente siempre compasión por el acusado, y nunca entiende las razones del juez.
- No, yo no deseo clemencia por los acusados, lo que exijo es distancia en los jueces. Quizás porque las víctimas que se convierten en jueces se transforman en monstruos vengativos sedientos de sangre. Nunca he querido imaginarme a una víctima de terrorismo, venga de donde venga, haciendo las leyes en este país. Empezaría una espiral violenta que no acabaría nunca. No me da la razón en este punto?
- He de confesar que sí.
- Bien, bien, acabará siendo usted un gran escéptico como yo.
- Y usted dejará de serlo si sigue conmigo.
- Puras leyes de la dialéctica, amigo mío. En una conversación los acercamientos son inevitables.
- Dicho de otra forma, el escaso conocimiento moral que tenemos sobre los demás nos empuja a reconocer humildemente que nunca podremos conocer las razones e influencias que pudieron impulsar a un hombre a seguir una senda equivocada, incluso cuando hablamos de los infames nazis. Y este impedimento es lo que no nos permite juzgar a los demás.
- Sí, esa es la moral humana de mi escepticismo.
- Bien, pues permítame ahora presentar algunas objeciones a su interpretación. En primer lugar, es poco realista. Si aceptamos eso, sencillamente el derecho debería dejar de existir, y no podemos vivir sin él. Es un mal menor comparado con la anarquía que propone usted. Su visión se mantiene justamente en su reducida escala individual, en su opinión y sus juicios.
-Acepto la crítica gustosamente, aunque le pongo a su vez una objeción.
- Me la puedo imaginar.
- Que no podamos juzgar poniendo la vida del posible culpable como precio a pagar por sus crímenes. Mi moral escéptica, como usted ha visto, está en contra de la pena de muerte. Es el único límite infranqueable.
- Permítame proseguir con las objeciones. Usted está en contra de los aliados y de los juicios hechos por los judíos. Y por qué no ser clemente con los propios judíos? Por qué no ponerse en su piel? La incapacidad de juzgar implica no hacerlo con ninguna de las partes, ya sean víctimas, abogados, fiscales o jueces. En el fondo usted siente siempre compasión por el acusado, y nunca entiende las razones del juez.
- No, yo no deseo clemencia por los acusados, lo que exijo es distancia en los jueces. Quizás porque las víctimas que se convierten en jueces se transforman en monstruos vengativos sedientos de sangre. Nunca he querido imaginarme a una víctima de terrorismo, venga de donde venga, haciendo las leyes en este país. Empezaría una espiral violenta que no acabaría nunca. No me da la razón en este punto?
- He de confesar que sí.
- Bien, bien, acabará siendo usted un gran escéptico como yo.
- Y usted dejará de serlo si sigue conmigo.
- Puras leyes de la dialéctica, amigo mío. En una conversación los acercamientos son inevitables.
¿ La pena de muerte el único límite? ¿ Y las torturas? ¿ Y qué de regímenes penitenciarios distintos de los actuales, por ejemplo sin tiempo de ocio o esparcimiento, o sin un sólo instante en las 24 horas del día los 365 días del año tantos años como dure la condena del que el condenado pueda disponer con cierta libertad? ¿ Los trabajos forzados son razonables?
ResponderEliminar¿Compasión al juzgar? No sé como de bien me suena la compasión, pero tiene un tufillo cristiano que en principio me hace desconfiar ( a saber qué otras pasiones y virtudes lleva de la mano...). Pero creo que el problema está en la confusión de ámbitos. No creo que el ámbito penal tenga la función de sancionar éticamente las decisiones de los juzgados. Creo que son muchos los intereses que han modelado y modelan el sistema judicial, y no sé si la reflexión ética es uno de ellos.
Por otro lado la compasión es una emoción, y creo que cabe preguntarse al respecto cosas como en qué situaciones, o bajo qué condiciones o respecto de qué objetos ( p.ej., ¿sentirla por criminal o sentirla por hombre detrás del crimen y del criminal? Lo primero no parece tener mucho sentido y lo segundo acarrea su propia problemática, por ejemplo porque es una de esas cosas que Foucault plantea, generar ámbitos ( de conocimiento y por cierto conocimiento, por la aplicación del poder y para la aplicación del poder) que permitan la expansión del poder, etc.)), tiene sentido sentir compasión. Invocarla no es suficiente... También importa su naturaleza. Creo que una compasión cristiana es más parte del problema que su solución. Creo que las religiones son un importante amortiguador para otro tipo de compasión más fundamental ( aunque por ahora no soy capaz de formular su naturaleza) que espontáneamente surge ante el espectáculo del sufrimiento humano ( cualquiera que sea el grado, que no hablo del morbo de los más extremos). Quizás no sea esta compasión más que desprecio por los mecanismos de poder y sumisión que están siempre detrás de toda "violencia".
La verdad es que no tenía ninguna intención de vincular la "compasión" como la virtud cristiana, sino desde el más absoluto escepticismo.
ResponderEliminarTan solo hablaba de la compasión al señalar ciertos límites al castigo (que naturalmente no tiene que ser solo la pena de muerte) y a la incapacidad última de juzgar a un extraño. Y si nos ponemos postmodernos, la incapacidad de juzgar viene no tanto por el perdón cristiano, sino por la "diferencia" de Lyotard, la imposibilidad de distinguir a víctima y juez.
En fin, que es complicado.
Y muchas gracias por la reflexión. Quizás nuestro pasado cultural cristiano se revuelva en mis entrañas!