Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

martes, 22 de diciembre de 2015

POPULISMOS: LA DEFENSA DE CHANTAL DELSOL

     Ha caído en nuestras manos este libro interesante que ya de por sí tiene un par de buenas virtudes: no es demasiado extenso (lo que siempre se agradece para gente con demasiadas cosas que leer y poco tiempo para ello) y la autora desarrolla una interdisciplinariedad envidiable: toca de forma igualmente virtuosa filosofía, historia y análisis político. La temática no puede ser más actual para Francia: el auge de partidos como el Frente Nacional necesita de una explicación seria, más allá del actual desdén manifestado por toda la clase política francesa y en general Europea ante este tipo de ideología. Y aquí surge la primera duda para el lector hispano: qué razón hay para incluir Podemos o Syriza en los partidos de ultraderecha europeos como Aurora Dorada, Forza Itália, el Vlaams blok belga, los hermanos Kaczynsky de Polonia o el FN. Acostumbrados a plantearnos un origen sudamericano de los partidos populistas, de carácter estatalista, caudillista y generalmente de izquierdas (incluyente socialmente hablando y no xenófobo, aunque sí anticapitalista y antiimperialista), Chantal Delsol nos despista un poco. Y sin embargo, es también el otro reverso de la moneda: el populismo francés tiene una plasmación derechista basada en un modelo social excluyente, ultranacionalista, antieuropeo y naturalmente xenófobo.



     Quizás esto se entienda mejor al poner las raíces históricas del populismo nada menos que en la tiranías de las polis clásicas. Y aquí se explica cómo estos gobiernos carismáticos, autoritarios, fueron sin embargo la puerta para que determinados grupos sociales habitualmente excluídos en las decisiones de las aristocracias locales gobernantes de las polis, iniciasen su entrada en la política, legitimando en un par de generaciones el nacimiento y consolidación de las democracias en las polis clásicas. Por tanto, aparece un primer elemento positivo en este análisis del populismo griego: las tiranías de la época no son abiertamente antidemocráticas, sino proponen una radicalización de las condiciones para una democracia. Hay una abierta oposición a que una minoría, supuestamente elitista, aristocrática, controle una ciudad que ya ha dejado de ser una aldea y que cuenta con nuevas estructuras políticas y sociales. El experimento democrático y la experiencia populista no gusta a todo el mundo: la reacción aristocrática de Platón, marcando un hito en la historia del pensamiento político, acaba vinculando una relación directa entre populismo y la degeneración de las polis democráticas. Tienen que ser los gobernantes, sabios, tocados por el conocimiento del logos universal, instruidos y superadores de las pasiones que lastran a los miembros del populacho, aquellos que tomen las riendas del gobierno de la polis.  
      Esta primera eclosión populista se extenderá indefinidamente con las consecuencias del proyecto moderno ilustrado. En un primer momento, el movimento elitista de la Ilustración sueña con un pueblo llano, sencillo, intuitivo e inteligente que recibe cálidamente sus ideas de fraternidad e igualdad universal. Sin embargo, poco a poco las contradicciones del proyecto moderno irán generando una figura, el idiotes, según la autora, que se identifica con el individuo "entendido bajo su propia particularidad, constreñido dentro de su propia inteligencia", atado a su terruño ideológico e incapaz de reconocer la misión emancipativa y universal del ideal liberal moderno. Frente a este ideario demasiado frío, lejano, global y peligroso, estos idiotes necesitan un referente político más vivo y carismático que los mensajeros de la razón weberiana, que encuentran precisamente en el ideario populista, sea este inclusivo o excluyente.
     En la medida en que el idiotes se encarna y se materializa en un partido y en un líder, la élite política rechaza sus tesis en nombre del sentido común, que no deja de ser un último suspiro de ese proyecto moderno, bajo nuevas formas (las libertades individuales, la estabilidad social y el progreso económico, que vienen a ser los conceptos emancipativos tradicionales ilustrados).  El principal argumento de esta masa de idiotes es precisamente aclarar a la élite tradicional política que esos valores han dejado de encarnarse dentro de sus fronteras o que han quedado fuera de su alcance. Por eso el populismo es tan efectivo entre los desplazados dentro del sistema global, no solamente en el siglo XXI, sino desde los comienzos de la modernización, en EEUU (el partido de los grangers) o Rusia. El fenómeno es más viejo de lo que parece, pero cada oleada modernizadora lo hace más evidente y palpable.  
     Este diseño conceptual es suficientemente claro en el libro. Sin embargo, se enfrenta con sus limites. Por ejemplo, la autora tiene que aclarar que Hitler y el fascismo no es populista bajo su esquema con desigual éxito. Hitler es un bárbaro, un error de la civilización, pero como decimos, nadie puede asegurarnos que un líder populista no se desliza por la senda de la barbarie. Se han explicado demasiadas cosas bajo el esquema dialéctico modernidad-tradición, global y local, de origen marcadamente marxista o hegeliano, aunque estos autores no sean citados con demasiada frecuencia.
    Por otra parte, echamos de menos referencias más abundantes al populismo latino-americano, infravalorado en el conjunto de la obra, hasta tal punto que a veces un lector español y la autora del libro tienen la sensación de estar hablando de dos populismos distintos. Frente al europeo, el populismo latino-americano tiene un control de las instituciones y del aparato estatal no soñado por los europeos, capaz en ocasiones de modificar el estado de derecho a su antojo. La lucha entre la élite liberal y modernizante y los líderes populistas y carismáticos apenas existe porque en muchas ocasiones la élite y la cultura política del país es abiertamente populista (la explicación dialéctica de Desol no funciona tan bien como en Europa). Su capacidad para crear complejos clivajes políticos y amplias clientelas dentro de la sociedad tampoco tiene comparación con Europa; por último, el populismo latino tiene efectividad promovendo una inclusión social por clientelaje de determinadas minorias hasta entonces irrelevantes para las oligarquías dominadoras de estos países. Esto hace que, siendo un libro de lectura muy interesante para un amplio público, el lector español lo pueda llegar a percibir  como incompleto.



Una pregunta complicada de resolver: podría el populismo servir para poder incluir dentro
de una misma moneda líderes políticos tan distintos como Marine LePen y Pablo Iglesias. La respuesta es compleja.

viernes, 18 de diciembre de 2015

EL DOCENTE: UNA PROFESIÓN ABOCADA AL FRACASO.


     Existe un pésimo lema maquiavélico en la educación de nuestro país para evitar problemas en nuestra profesión: "Líbrate de un mal alumno, pero ten siempre contento a un mal padre". Esta semana al G.P. le ha tocado vivir esta cruda realidad del sistema educativo español: la bestia negra del profesorado no es el alumno irrespetuoso y desmotivado, sino los padres arrogantes y resabidos. Como evidentemente uno no puede dar demasiada información sobre el caso -no vaya a ser que...-, tan solo diremos que en un conflicto escolar, el GP ha tenido que tragarse con patatas la doble amenaza verbal de denuncia por parte de dos familias en una situación escolar donde ha habido una lesión.
      Después de aguantar sapos y culebras de ambas familias -a la cara o por la espalda-, sobre la incompentencia del tutor, su incapacidad para resolver conflictos, su falta de imparcialidad y un sinfín de cosas que no vienen a cuento ni recordar, uno acaba pensando que mejor se mete a ganadero y deja la educación: es más fácil tratar a una vaca o un toro que a un padre herido en su orgullo y en su legítimo deseo de salvar la dignidad de sus hijos.
     Nadie quiere ser profesor de secundaria, pero mucho menos querrá ser tutor. Ni siquiera en centros que no son demasiado problemáticos. Son responsabilidades para las que no tenemos autoridad competente real, y para los que no existe un respaldo jurídico ni social básico. Incluso si una ley como la LOMCE refuerza sobre el papel la autoridad del profesor, la escasa estima hacia el profesorado dentro de la sociedad lo convertirá en papel mojado.

 
    Por si fuera poco, todo el debate abierto a raíz del Libro blanco de educación propuesto a José Antonio Marina, sobre la falta de formación del profesorado no hace otra cosa que sepultar aún más la profesión en los lodos de la inutilidad y estupidez. Las medidas relacionadas con la formación del profesorado afianzan a corto plazo de cara a la sociedad la idea de que somos unos simpáticos inútiles incompetentes y algo gandules: profesionales de segunda clase, que llegan de rebote a la educación por falta de una cosa mejor. La necesidad del debate de Marina sobre la formación del profesorado es tan urgente como fácilmente malinterpretada.
    Nos podemos preguntar por el origen de esta incompentencia innata al profesor, y nos sorprendería acudir a los filósofos griegos para dar con la explicación adecuada. Desde los sofistas,  se impuso ya el vocablo de la techné, el conocimiento técnico y específico sobre una profesión determinada. Navegar, hacer zapatos, construir un edificio implicaba innegablemente un conocimiento técnico que no todo el mundo tenía. Lo que el público ignorante pudiese decir sobre estos asuntos, quedaba en el campo de la doxa, la opinión pública o personal, variable. Pensemos que si esta distinción ya existía hace 2500 años, la evolución tecnológica de nuestro tiempo no hace más que remarcarla. Pero el problema llegaba cuando los sofistas defendían que tanto la educación como la política requerían también de una techné particular, y vendían esa formación a un alto precio. No todas las opiniones son igual de válidas, incluso cuando tengamos la capacidad innata para opinar y estemos opinando de hecho cuando votamos en una democracia. 

      En España, tenemos la idea extendida que sobre educación, al igual que sobre la política o nuestras creencias religiosas, todos tenemos una voz igualmente respetable, y que todas las opiniones las damos por válidas y bien formadas.
     En definitiva, si tenemos a un profesor de primaria o secundaria frente a un padre abogado, médico o ingeniero, discutiendo sobre un tema de derecho, medicina o ingeniería, el profesor se rendirá ante la techné del licenciado experto de turno y no se le ocurrirá cuestionar a dicho experto. Imagínense la absurda situación de un profesor de primaria en la consulta de un médico cuestionando desde el principio el diagnóstico del doctor. Pero sin embargo, si hablamos de educación, la mayoría de las veces un médico, un ingeniero o un abogado hablan en posición de igualdad con el profesor. Todos ellos han sido alumnos durante un largo período de tiempo, lo que les hace creerse en conocedores de la profesión. Da igual la formación pedagógica o didáctica del profesor, no importan sus años de experiencia. Un experto en nuestro país en cualquier materia universitaria se cree en el derecho de corregir a un profesor o maestro en el campo educativo. 

    Ahí reside una parte del problema. Pero ahora pasamos a su radicalización emocional. Un técnico se cree en condiciones de relativa igualdad para hablar de educación con un docente. Pero cuando ese técnico se convierte en madre o padre, directamente se siente parte involucrada del sistema educativo con derecho a voz y voto. Y aquí a la deformación profesional se le añade una deformación sentimental, que acaba, como dijo una vez el juez de menores Emilio Calatayud provocando que "los padres hayamos perdido el norte en este país con la educación de nuestros hijos". 
     La mayoría de la sociedad considera que la docencia es una experiencia que primordialmente pasa por los padres y de forma indirecta por los profesores. En consecuencia toda persona en este país -ya no como técnico, sino en la medida que es madre o padre- se cree en condiciones de dar lecciones magistrales a un profesor y poner su autoridad y buen hacer en cuestión. Pero al mismo tiempo, los padres sufren el hecho de vivir en una sociedad que les concede un escaso tiempo para compartir con sus hijos, y en el peor de los casos, viven completamente ajenos a su realidad. La contradicción dramática de esta situación es que el padre se convierte en duro juez del profesor, desde una completa ignorancia profesional y desde una parcial indulgencia hacia sus hijos.

     La gran paradoja del profesorado en este país es que, mientras desde la administración se nos acusa de falta de preparación, nadie parece decir a la sociedad española que eviten esa prepotencia educativa de la que tantas veces hace gala. Todos critican al profesorado poco preparado, mientras algunos padres, posiblemente con título universitario y trabajo bien remunerado, pero completamente ignorantes de la realidad educativa de sus hijos, se erigen en salvadores del sistema educativo español. Así nos va. Y así seguiremos...

lunes, 16 de noviembre de 2015

LAS CAUSAS PROFUNDAS DEL TERROR

    Quería hablar de setas, de estas volvarias y estrofarias unidas en el pastizal de Malpartida, pero hoy el GP no puede. Va en su  bicicleta pensando en París. Pero no solo. También Beirut. Y el Sinaí. Mas de cuatrocientos muertos en apenas una semana. Y estoy cansado de escuchar el mismo diagnóstico de la situación terrorista. Se culpa al Islam, al carácter hermético de su religión, a las circunstancias psicológicas de cada individuo que se inmola en nombre de una idea desgarradadora que convierte en meros objetos a sus semejantes... Y como filósofo que soy y que me traiciona, acabo pensando que confundimos la causa y la consecuencia, como hace ochenta años. Y no sé hasta qué punto todo esta maraña de argumentos no nos hace caer en la cuenta del verdadero problema: nuestra sociedad, la victoriosa sociedad global, cosmopolita y capitalista se vuelve inhóspita, inhabitable. Cada día es más fría, desoladora e inhumana para una parte nada insignificante de sus moradores. Las palabras igualdad, fraternidad y libertad no tienen sentido alguno cuando muchos de los que viven dentro de ella no tienen ninguna seguridad vital a la que agarrarse, ni económica, ni social, cultural ni psicológica. Una religión entendida en su forma más arcaica posible se convierte entonces el último recurso, como lo fue la utopía racial de Hitler para muchos alemanes. En ese sentido, hemos aprendido muy poco del fascismo y comunismo de los años treinta. Seguimos produciendo indivíduos potencialmente totalitarios, desorientados y desilusionados, y escasamente educados en nuestros valores democráticos, vacíos y formales para ellos. El nazi antidemócrata y racista no era tan distinto de los jóvenes europeos y magrebíes que viajan a Siria en busca de un paraíso inexistente. La diferencia estriba en una distinta reacción entre los hijos viejos de occidente y los hijos adoptivos ante los gigantescos desafíos de la modernidad líquida, como llaman muchos sociólogos a nuestra cultura. 
      Aquellos primeros desorientados, europeos viejos de occidente (blancos, hijos de la democracia y nietos de cristianos)  viven su esquizofrenia dentro de los valores occidentales. El lado bueno de nuestra cultura es nuestro profundo respeto hacia nuestros semejantes, en forma de considerar la vida ajena como algo sagrado en sí mismo. Pero esto se hace a costa de reducir nuestra sociedad a una suma de individuos, dejados a su suerte. La tragedia que viven los inadaptados es personal, individual y la sufren en un silencio absoluto que acaba en un suicidio en vida, sin necesidad de apretar un gatillo. Saben que no hay redención posible o se les ha educado para que piensen así. Se les dice que su fracaso es personal, fruto de decisiones particulares tomadas con libertad, en las que en última instancia ellos son los últimos responsables. En el fondo esta mala conciencia es un lavado de cerebro que no dista mucho del que sufre un yihadista islámico. La diferencia fundamental es que nosotros creemos que ese es un proceso de inculturación neutral y natural, y no lo percibimos como lo que es, algo artificial y que no tiene que ser necesariamente verdadero.
     Sin embargo, para aquellos desorientados recién llegados, hijos adoptivos de la vieja Europa, la situación se les hace más complicada. No hay un individualismo metafísico de base; para ellos la cultura ocidental solo produce pérdidas. No les resulta fácil asumir que su fracaso puede ser un fracaso personal. Es un fracaso colectivo, último, radical, que acumula un inmenso resentimiento pero que necesita ser redimido de alguna manera tangible hacia el exterior. En ese exterior buscamos responsables, víctimas que dejan de ser humanos y se convierten en encarnaciones del mal, y al mismo tiempo buscan un paraíso redentor en la propia muerte. Los musulmanes desarraigados han encontrado la salvación en una religión entendida en su sentido más feudal y medieval, donde no hay limites entre la fe y el estado y se desarrolla una conciencia identitaria máxima; al igual que hicieron muchos europeos hace ochenta años en el totalitarismo, o se está con ellos o contra ellos. No hay medias tintas. 
       La solución la desconozco. El panorama, para estos descarriados con mala suerte (y en conjunto para la sociedad), pinta mal. En Europa unos pocos fanáticos descarriados fueron capaces de arrastrar a una sociedad entera hacia el abismo y la guerra mundial. Y aunque en el siglo XXI, esto no se hace tan fácil, la esquizofrenia tenderá a perpetuarse entre nosotros y a veces estalla con sangre inocente.  En fin. Ruego que disculpen la parrafada.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

RECORDANDO A ALEXANDER HAMILTON EN CATALUÑA




      
    Qué aburrido es esto. Volver a hablar de Cataluña y el nacionalismo. Una vez más, inútilmente, cuando no hay más diálogo que el de los sordos con los oídos finos y el de los ciegos de mirada certera. Pero en fin, venía mirando este billete de diez dólares en mi viaje en el tren, y el singular personaje que está impreso en él: el insigne Alexander Hamilton. Y me pregunto que contestaría este personaje a nuestra situación actual. Seguramente que si fuese español o catalán, no aparecería tan sereno como aparece en el billetito. 

     Pero vamos a lo nuestro. Puestos ya sobre el tema, comparto que Cataluña tiene todo el derecho a decidir por sí misma qué hacer con su futuro. Me asombra la mezcla de miedo, inmovilidad y falta de ideas que paraliza a la clase política española. No se puede contestar a todo reto con el respeto a la ley vigente, cada vez más ajena a la realidad. Me sorprende que los partidos de izquierda tengan tantas reticencias a convocar un referendum, una medida que se ha aplicado en otros países y que no siempre ha conducido a la ruptura, como Canadá o más recientemente Gran Bretaña. En el primero, ha fortalecido la unión. En el segundo, ha fomentado más autonomía. Cierto, Checoslovaquia se dividió en 1993 por un referendum, y muchos checos se lamentan de la decisión y del resultado final de su revolución de terciopelo. Pero es un  riesgo a asumir para resolver el futuro. Los catalanes tienen derecho a decidir sobre el asunto.  
      Pero igualmente pienso que España y Europa también tienen el derecho a decidir por su futuro, y caso que Cataluña decida su independencia, puedan tomar medidas drásticas para errores que yo pienso que resultan completamente anacrónicos dentro de un proceso que avanza hacia el federalismo europeo y no precisamente hacia su desintegración. Son sencillamente procesos contrarios: si los catalanes deciden separarse, el ostracismo de Cataluña se hace aconsejable para que Europa no acepte dinámicas centrífugas que pueden acabar llevando a pique su lenta y enrevesada compactación política. No tiene nada que ver con el resentimiento o una actitud vengativa: es mera lógica política. Y aquí entra el amigo del billete verde. Lo que sugiere hoy la comisión europea no es otra cosa que lo que comentaba el primer secretario del Tesoro de Estados Unidos Alexander Hamilton -una especie de Angela Merkel del siglo dieciocho, el primer obsesionado con la consolidación fiscal- la primera vez que ve un conflicto semejante, hace doscientos años: el cumplimiento de la democracia no siempre acaba amoldándose al bien común. Esto es lo que decidían los primeros federalistas de la historia cuando veían que la deriva libertaria de los colonos americanos podía acabar siendo una auténtica anarquía y el fracaso de la primera democracia del mundo moderno. Es precisamente la falta de gobierno, o el exceso de libertades lo que puede socavar los pilares del estado federal y un bien común más amplio. Reconozco que esta es una visión pesimista, hobbesiana, pero son los riesgos con los que contamos. A fin de cuentas, los votos de una democracia también pueden justificar posiciones egoístas, cortoplacistas, y los nacionalismos mal entendidos pueden caer en estos vicios. Volviendo a Hamilton y sus principios federalistas, la historia de Estados Unidos ilustra el ejemplo de cómo la democracia más vieja del mundo se consolidó reforzando su autoridad y su gobierno federal, y alejando fantasmas de secesión que le amenazaron durante su primer siglo de existencia, incluso con una guerra civil por medio. Nadie va a hacer estallar una guerra civil sobre esta cuestión -ya tuvimos varias en nuestra historia contemporánea- y al menos tenemos suficiente cabeza y memoria histórica para saber que la defensa de una identidad ya no se puede pagar con sangre. 
     El que escribe es consciente que el corazón tiene razones que la razón no alcanza a entender, y que muchos nacionalistas votarán con el corazón sin atender a su cerebro ni a su estómago, o peor, con el cerebro dispuesto a negar cualquier argumento contrario a lo que le diga el corazón, ejercitando una perfecta disonancia cognitiva. Están en su derecho como ciudadano, a fin de cuentas, de equivocarse o no. Hamilton en este sentido, también lo tenía muy claro: las pasiones de los hombres deben guiarse por los dictados de la razón. El problema es que la razón es fría y nadie la quiere, y a veces necesita ser ejecutada por un estado, más gélido todavía. Y esto no da votos.  Dónde está la raíz del problema, nos preguntarán algunos: Los políticos, son en última instancia, los responsables de guiar nuestros sentimientos políticos y no desbocarlos. Y aquí, tanto los de un bando como los de otro, no han sabido estar a la altura. Me pregunto si luego le tocará a un funcionario del gobierno, a lo Hamilton, saber dónde acertar para desfacer todo el entuerto creado.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

INSIDE OUT, OR HOW NEUROSCIENCE CONQUERED PIXAR


Inside out, the last film from Pixar factory has some ingredients to become a masterful piece of animation movies. It is not only because of the huge amount of technology developed in the performance of the movie. This fact by itself shouldn’t make interesting the film. In fact, there are now too many animation movies with gorgeous visual effects that have no interest at all, because their scripts are completely conventional and déjà-vu. Furthermore, we can object that the action in this movie is predictable or unequal.  But Inside out has the privilege to share an original script based on the last research and investigations on the human brain. How can we mix it up? This has been the magic of the movie. 3D animation movies have more freedom and possibilities than conventional cinema to treat some topics, and neuroscience can be one of them.  When neuroscience inspires arts and popular culture, it means that it is starting to create their own way to be known by the common people, not only the scientist community. 
But we have to think for a while. Is this the first time that the brain is showed in the cartoons? We shouldn’t forget one of the pioneer works in this field: Once upon a time… life.  These French cartoons pretended to popularize and promote the knowledge of human body and the brain. Every part of the human body had its own chapter, but the brain was a privileged case and deserved three chapters. Their educational purpose was too strong and sometimes didn´t leave enough time to show a story where the explanation made sense. They explained the brain as an extremely complex machine that reacts automatically to the challenges coming from the outside world. This was the first difference with Inside out: the story in the film (the girl who is suffering a personal crisis because their family moved from Minnesota to San Francisco) is not independent from the vision they want to communicate about how the brain works. The brain is not only depending on biology, but on the individual experience of personal life. Our brains are continuously changing and evolving, by our biological age and by our personal career. This is what neuroscientists want to convey when they are talking about the plasticity of our brains; on the other hand, the movie shows the image of the brain as a blank slate, easy to be changed, something that current neurology tries always to avoid.

       And we discuss now the great innovation in the movie: how emotions control our decisions. Back to Once upon a time… life, there was a control room, too, old fashioned, with big computers  and white-coated experts processing lots of data, commanded by a bearded old wise man –in other series called the master-, that could be understood as the rational spirit of our brain. Decisions are taken rationally, logically, with a careful prediction of the consequences of our actions. The 80s were the decade when the metaphor of the brain as a computer was at its higher popularity. Ironically, the metaphor taken in Once upon a time… life is more precise than the control room in Inside out: if we have to find some kind of control room in our brain is in the neocortex, our rational part of the brain, and not controlled by emotions. However, Inside out hits the mark when is showing how “irrational” emotions take the command of our brain: for instance, when the the girl’s emotion of anger decided by itself to leave the parent’s house and escape from the family. There are a few moments where emotions take control of the girls’ conscience, and become the voice of the girl in the real world: emotions and ego are only one soul. It seems that our “reptilian brain” overtakes the situation and silences our rational voice. Meticulous critics could argue that we have more than six emotions, but this is a movie, not an essay about our brain.
Our brain needs emotional stability, and it seems that we get it when all our emotions worked together. There is a central idea in the movie that sadness was useless, but at the end of the movie the other emotions realize that sadness gives us the ability of introspection and know who we are. It seems unreal –but very keen to teenagers and children- that cheerfulness should be the master of our brain, as if she were our rational, extrovert and social side. In fact, the brain of adults are commanded by other emotions, and not cheerfulness. 
There are other interesting issues taken into account in Inside out: the memory and the dreams, and how they work; or how our brain change depending on the age and the gender. The memory is taken very seriously, when the movie is making a distinction between the long term memories and the short ones, and how our brain wipes out the   memories that are not used any longer. Of course, our memories are not like pure and small marbles, but some kind of maps codified by millions of neurons, and they don’t disappear immediately, but fade away slowly. Dreams are taken like some kind of theater or cinema inside our brain, and the metaphor here seems curious, when we are watching a movie inside another movie, a metaphor inside other metaphor. Finally, the differences of age and gender are taken into account in the film. The girl  starts her life with a single bottom control. At the end of the movie, she receives a new keyboard when she starts adolescence. The availability of resources and keys give us the idea that the brain is in evolution and that our psychology and personality change during our life –something more accepted by psychologist than neurologist-. On the other hand, the fact of growing and the decadence of our body was treated in Once upon a time… life. Finally, the differences of gender are taken in a funny way in the film, and sometimes, following the social conventions of men and women. The angry brain of the father, thinking only in football, against the sensitive emotions of the mother, missing an old ex-boyfriend and wondering what she is doing with such a rude guy, makes up the idea that men are from Mars and women from Venus. Even when every single brain is complex and different, the impact of this extended biases creates the funniest punches in the movie.   

martes, 8 de septiembre de 2015

EAGLEMANN O DIÁLOGO SOBRE LA CREATIVIDAD


                                  El señor Eagleman y Tibb debatiendo sobre la creatividad.


Tibb tenía sobre su mesa un par de libros que ojeaba com cierta desidia. El lugar y el tiempo resultaban tan extraordinariamente aburridos que los libros se convertían en un refugio para evitar la caída en la somnolencia. Afortunadamente, Eagleman estaba a su lado y el título del libro le valió uno de sus comentarios agudos. El libro en cuestión era “El aprendizaje de la creatividad”, uno más de los muchos de José Antonio Marina…
     - Enseñar la creatividad... Pero si eso no existe… Mira, desde Homero, que eso ha desaparecido.
     - Pues sí, contestó el señor Tibb, y si a Homero añadimos la Biblia tenemos ahí todo lo demás.
     - Es que eso de la creatividad... o la originalidad, como queramos llamarla, es un sinsentido: no existe ningún autor que haya creado desde la nada.
      El señor Eagleman es profesor de bellas artes, y muy bueno, me atreveria a decir. Y podría añadir, contra su voluntad: sorprendentemente creativo. Que una persona creativa negase de esa forma rotunda la creatividad, se merecía un buen diálogo.  
      - Como decía, continuó Eagleman, todo está dicho. Un artista supone que crea desde la nada, pero eso es la más absoluta arrogancia. Un artista original sin talento tiene muchas possibilidades de crear basura. A lo sumo será un buen embaucador, un gran estafador, o un estupendo representante de ventas..., pêro nunca un creador, no cree usted.
      - Estoy de acuerdo. Por Zeus.
      - ¡Claro que sí! Miguel Ángel, los hombres del Renacimiento, eran de todo menos originales. ¿Qué podemos decir de ellos? Fantásticos artesanos, sí. Pero no son originales. Su arte se reduce a pura artesanía.
     - Y sin embargo, replicó el señor Tibb, aplicaron técnicas nuevas en su pintura. El esfumato, el escorzo, la perspectiva... 
     - A eso me refiero con artesanía, contestó Eagleman. Tomemos Leonardo de forma metafórica. Cuando aplica su técnica de esfumato, está aportando esa capa que hace que el cuadro sea suyo. Pero la Gioconda, la imagen de la belleza feminina, todo eso sobre que se mueve Leonardo... está inventado desde que el hombre es hombre. Nos recreamos en miradas nuevas sobre un mismo tema. Y dicho sea de paso, no estoy añadiendo nada nuevo sobre el tema. Niego toda originalidad en mi exposición.
     - Pero entonces yo creo que necesitamos una depuración de los términos. Estoy de acuerdo a aceptar que la originalidad no existe, y que como tal, solo Dios, si es que existe, podría tener el título de creador. Pero lo que no acepto de tu discurso es que la creatividad en el humilde ser humano no exista.
      - Oigamos, entonces, tu discurso, ¡por Apolo!
      -       ¡Por Belenos!
-          Por ejemplo…
-          Por favor...
 - Partamos del hecho que la creatividad es meramente un humilde apêndice de originalidad humana, un resto de la originalidad divina. 
- Aceptamos esa expresión sublime y casi vacía...
-         La originalidad no es sinónimo de creatividad, es solo uno de sus componentes, y casi por defecto, porque no es una originalidad intencionada, buscada egocéntricamente por el creador. La creatividad se tiene que enfrentar a un problema y resolverlo, ya sea en el campo del arte, en la ingeniería, la literatura, la gastronomía o la recolección de caracoles. Todo puede estar tocado por la creatividad.
-         Extiende más tu respuesta.
-         Tiendo a considerar más la creatividad como un estado de pastiche permanente, de recombinación juguetona.  En este sentido, me inspira mucho el gran Wittgenstein. Este tipo nos decía que cada circunstancia tiene un juego del lenguaje, un discurso particular. Si yo, por ejemplo, estoy en una biblioteca y digo ahora “pásame el libro del Señor de los Anillos”, quedará fuera de duda que estoy hablando en el contexto de los libros. Se espera que tú me pases el libro y que lo lea. A esto lo podemos llamar “reglas convencionales del lenguaje”.
-         Está bien.
-         Sin embargo, la creatividad surge cuando rompemos esas reglas, cuando damos una respuesta lingüística diferente a la esperada en un contexto determinado. Imaginemos ahora que la frase “pásame a Tolkien”, la usamos cuando estamos calzando un mueble. Hemos sustituido el uso tradicional del libro para usarlo como acomodador de un mueble. El uso no es demasiado original, diríamos que de una escala de 0 a 10 de creatividad, sería un 2. Pero imaginemos el libro de Tolkien para construir una escultura o un arma arrojadiza, como base de un examen de inglés, como fuego de hoguera, para construir con el élfico un código militar secreto… Entonces empezamos a emprender levemente la senda de la creatividad. Cuando rompemos el uso típico y convencional de las cosas, inexorablemente nos acercamos a ella.
-         Pero eso no hace una acción creativa por sí misma. La excentricidad, por ejemplo, podría caer también bajo esa interpretación tuya.
-         Bien, pues añadamos que la creatividad es la excentricidad orientada hacia una meta conscientemente elegida. La creatividad solo cumple su función cuando dicha excentricidad se acopla perfectamente sobre un nuevo horizonte de acción y por tanto, deja de ser excéntrica y se convierte en creativa.
-         Pero qué bonita te ha quedado esa definición.
-         Tú me has ayudado a hacerla con tu excentricidad.
-         De todos modos, ¿qué quieres decir con todo esto?
-         A menudo hemos planteado la creatividad como forma de resolver problemas lógicos o matemáticos. Pero no tenemos que compartir ese horizonte de acción. La creatividad humorística, por ejemplo, la que esgrimen los Monty Python de forma tan grotesca y radical, parte de una mezcla brutal de lenguajes que funcionan. Muchas novelas ganan adeptos no por la historias que cuentan, sino porque ponen la trama en un contexto extraño y novedoso. Todo puede estar sometido al toque de la creatividad.
-         Puedes tener razón con ello, by Jove.
-         Tenemos ya una definición de la creatividad. Pasemos ahora, a evaluar, cómo alcanzar la creatividad. Y sugiero que, cuanto más veo los métodos que han alcanzado los estudiosos, más me parece que la creatividad es muy cercana al azar y la suerte.
-         ¿Por qué lo dices?
-         Es como coger la hoja que se cae de un árbol con los ojos cerrados.
-         Algo difícil.
-         Sí, pero si forzamos la situación no lo será tanto. ¿Qué podrías tú hacer para tener más posibilidades?
-         Esperaría a que fuese otoño, o si tuviese otro amigo, le pediría que removiera o vareara el árbol. Entonces caerían tantas hojas, que al final alguna podríamos alcanzar con la mano.
-         Pero no sería directamente, “aquella hoja o esta otra” que hayamos visto antes de taparnos los ojos. Sería la primera que apareciese, inesperadamente, sobre nuestra mano. No sé si así entiendes un poco lo que es la creatividad para mí.
-         Creo que sí: ya veo la relación entre las tormentas de ideas, los juegos de De Bono y demás métodos.
-         Al fin y al cabo, acaban reducidos a la máxima generación de posibilidades, tanteos, y mezclas de discursos no pensados previamente. Resultan muy atractivos, pero al mismo tiempo, frustrantes: no hay una llave definitiva que nos diga cómo generar creatividad. En conclusión, las conexiones entre un código de lenguaje nuevo y el horizonte de actuación que queremos resolver, como hemos dicho antes, las tendrá que establecer el sujeto creativo.
-         Hmmm… Interesante, y con esto, volvemos al comienzo de la discusión. ¿Hasta qué punto el sujeto acaba siendo creativo?
-         El sujeto se hace original al mezclar y reciclar cosas ya creadas. En las nuevas síntesis encontraremos la creatividad. Podríamos seguir hablando del asunto…
La conversación quedó interrumpida en ese momento por el fin de la reunión. Alrededor de Eagleman y Tibb se fueron levantando pesadamente cuerpos cansados y aburridos que volvían a su rutina.
-          Mejor para la próxima reunión… concluyó Eagleman.

lunes, 27 de julio de 2015

FALACIAS AD VERECUNDIAM: "EINSTEIN DIJO..."


   Un vídeo viral de youtube con una gran proyección, que pasa por un argumento a favor de la existencia de Dios, y que se pone en boca de Einstein. En realidad, Einstein nunca dijo nada parecido: la cita a lo sumo puede atribuirse a San Agustín. Pero evidentemente, Einstein tiene mucha más pegada mediática en el siglo XXI que San Agustín. El vídeo además trata de forma dramática el escenario y la música, facilitando cierta forma sutil de falacia ad populum. Nos sentimos conmovidos por el inocente pero atrevido niño frente al frío y autoritario profesor. La musica de Satie acaba poniendo el último tono melancólico a toda la escena.

 
     Y hablamos hoy de una fantástica falacia que pasa por nuestro lado a cada minuto, camelándonos y exigiendo nuestra obediencia: el argumento de autoridad, o como decían los latinos, la falacia ad verecundiam. Su definición más sencilla es: "tú harás esto porque lo digo yo". Semejante simpleza puede funcionar cuando un padre le dice a su hijo pequeño lo que tiene que hacer, pero no creemos que funcione más allá de ese pequeño círculo, dicho de esta forma tan vulgar. La falacia ad verecundiam propone ir más allá. Vamos a poner una afirmación que nos interese en boca de una autoridad venerable y reconocida por todos, que permita sentar cátedra y acallar cualquier crítica.  Si Einstein, Jesucristo o Shakira nos dicen que dios existe  o que una marca de perfume es mejor que otra, por algo será. 
    Un uso relativamente aceptable del argumento de autoridad parte de la opinión de una eminencia dentro de una comunidad de expertos, basándose en los conocimientos que tiene de su campo. El mundo académico se rige por las tendencias que marcan sus líderes punteros y sentar cátedra sobre una cuestión es frecuente. Pero desgraciadamente, nos encontramos en muchas ocasiones con que este argumento no se reduce a dar una opinión formada: provoca que proyectos de investigación, grandes sumas de dinero y de capital humano se dediquen a una cosa y no a otra. Tan solo por estos detalles deberíamos ser críticos con los juicios venidos desde grandes autoridades expertas. 
     Ha habido grandes casos en la historia del uso del criterio de autoridad y quizás el más famoso sea el de Aristóteles: los intereses creados y el miedo al cambio hicieron que el redescubrimiento de Aristóteles en el siglo XIII, dando impulso a la escolástica medieval, se convirtiese en una pesada carga tres o cuatro siglos después, cuando los grandes astrónomos de la Revolución Científica tenían que ir en contra de las opiniones del maestro griego. Aseverar que la tierra se movía, que no estaba en el centro del universo o que había más de cuatro elementos iban en contra de los dogmas aristotélicos, por poco más que por su renombre como filosófo. Podríamos pensar que del siglo XVII para acá, las cosas han cambiado mucho, pero los dinosaurios y las vacas sagradas intelectuales siguen imponiendo su peso tanto como en la baja Edad Media. Desde Marx entre los comunistas hasta Friedman o Hayek entre los economistas libertarios, siempre hemos encontrado guías citados como profetas. Incluso a pequeña escala, la dinámica social del trabajo intelectual (la necesidad de vivir en redes significativas de aprendizaje) empuja a menudo a destruir la creatividad individual y ceder ante el criterio de autoridad de un jefe de departamento universitario.



     El Nombre de la Rosa de Umberto Eco ha sido una de las obras que mejor ha tratado los errores del principio de autoridad, y las causas subyacientes a los que lo promulgan. Un alegato ilustrado que acaba en una tragedia -la destrucción de la biblioteca por un incendio- demasiado parecido a las hogueras del III Reich. 
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      Pero nuestra falacia va mucho más allá de esta esfera de la comunidad intelectual. La falacia ad verecundiam se extiende y vale para justificar cualquier cosa ante el gran público, basándose no ya en el conocimiento del autor citado, sino meramente en su fama y proyección. Así, por ejemplo, Einstein, gran eminencia gris de la física, es citado para casi cualquier campo de la vida, y basta su presencia para dar brillo a una idea filosófica (de la que a veces poco o nada dijo). No hay un intelectual más citado en la red: haciendo un rastreo por internet nos encontramos con que hay más de once millones de entradas con citas de este autor. 
     Einstein tiene su puesto merecido en el paraíso de la citas que marcan autoridad. Pero hay otras muchas formas de alcanzar la fama, y esta marca autoridad sobre el resto de los hombres: la publicidad lo usa continuamente como recurso básico en el márketing. El mero hecho de presentar un producto junto a alguien conocido da una falsa confianza en el consumidor. Pero siempre nos podemos preguntar, por ejemplo, qué sabe el tenista Nadal sobre seguros de vida, para dejarnos llevar por su consejo.   

    Y por último, tenemos la visión más disparatada del argumento de autoridad. Dar argumentos y ponerlas en boca de gente para darles más fuerza y prestigio. Podríamos pensar que esto es una cosa del presente, dado el número de citas falsas que podemos encontrar en internet, pero en el fondo, es tan antiguo como el comer. Confuncio o Pitágoras son ejemplos de maestros de escuela encumbrados por lo que sus discípulos dijeron de ellos, firmando con el nombre del maestro todos los escritos de la escuela. Platón los sobrepasó a todos cuando toda su producción filosófica, sin excepción, la pone en boca de su maestro Sócrates. Hoy en día Internet ha multiplicado los rumores y las falsas citas en boca de las celebridades históricas. Pensemos en el vídeo que está expuesto más arriba, un ejemplo entre otros muchos de lo que Einstein nunca dijo. 
     Es este ejercicio de autoridad algo tan negativo? Uno tiende a pensar que no hay que dramatizar la situación, y tan solo tener buena vista, separar lo interesante de lo que no lo es: para superar la falacia ad verecundiam, hay que analizar el argumento presentado, y no basándose en quien lo dice.  A fin de cuentas, no creo que alguien ponga en duda la legitimidad de la siguiente frase de Lincoln, que por supuesto nunca dijo: 


   

viernes, 26 de junio de 2015

DE GARZÓN A ZAPATA: LA CULTURA DE LA SOSPECHA LO DERRIBA TODO


El señor Zapata no se dio cuenta que las redes sociales no son privadas, y que
nos podemos arrepentir de mucho de lo que podamos escribir en ellas. Un fallo
de adolescente ingenuo en un mundo de fieras... 
     La sospecha derriba cualquier muro. Nadie está a salvo y todo el mundo lo sabe, aunque algunos, empezando por el presidente, prefieran ignorarlo. Son tiempos bárbaros, en los que cualquier imagen pública se somete al desgaste inmediato y se convierte en una vieja estatua atacada por el mal de la piedra, corroída, cortada, desfigurada. La desconfianza extrema y la sospecha convierten cualquier persona pública del campo de la política, en posible candidato para ser machacado. La única consigna que existía dentro del establishment conservador o la casta dominante es que como ni el idealismo ni el altruísmo existen, siempre tiene que haber un interés oculto o un elemento turbio que explique la aparente bondad de un individuo. Las ideologías son así meras tapaderas de intereses, las palabras y los slogans, sus disfraces. Si Marx, Nietzsche o Freud levantaran la cabeza quedarían escandalizados de hasta dónde se ha llegado desde que ellos empezaran a sospechar de la figura de Dios. Ahora el Dios inmaterial molesta poco, y sí importa mucho los dioses mundanos de las cámaras y los medios de comunicación. Y si a eso le añadimos que el escándalo es negocio y que la corrupción pública de uno ennoblece la ignorancia que tenemos sobre otro, tenemos buitres asegurados buscando carnaza en la corrupción. 
      Pero esto es ley de democracia, transparencia. Necesaria, pero más destructora que los movimientos de capital, más incisiva que ningún atentado terrorista. La transparencia aniquila la esperanza y condena al ser humano a una visión hobbesiana del homo homini lupis. ¿Por qué? Se podrán preguntar. ¿Es que no podemos seguir creyendo que gracias a la transparencia la democracia se podrá regenerar? ¿Es que no se puede convertir en la única ideología inmaculada digna de adoración y libre de pecado? No, porque la propia transparencia hasta ahora ha jugado sucio o ha estado controlada por manos equivocadas. La gran aspiración de nuestros políticos era jugar con la transparencia para derribar a sus adversarios. La transparencia es un medio para nuestros fines, pero no el fin en sí mismo de nuestro programa político, la aspiración a una menor corrupción. Nuestra dramática historia autonómica reciente en Valencia o Andalucía ilustra bien estos casos, en los que PP y PSOE lanzaban ataques contra la corrupción del oponente sin tener capacidad de regenerarse a ellos mismos. El otro caso hiriente en nuestra historia política reciente, el acoso  y derribo del juez Garzón hace unos años basándose en acusaciones malintencionadas también nos dice bastante del poder maligno de
Otra imagen pública vapuleada por la transparencia opaca:
 el juez Garzón.
la
glasnost, fantástica palabra rusa.
    El peso de la transparencia no es igual para todos. Indudablemente, desde un aspecto ideológico, aquel que tiene su discurso basado en la lucha social y contra la corrupción se convertirá en blanco fácil, incluso cuando su reputación sea más inmaculada que la de los demás. Para muchos votantes de cualquier signo político, es más fácil digerir salvajes casos de corrupción del PP que las migajas que han podido arañar los casos de Podemos o Ciudadanos. Tengan mucho cuidado las flamantes Ada Colau y Carmena: la sospecha andará al acecho y en nombre de la transparencia democrática, le podrán jugar malas pasadas. Ya en cuestión de días, se han cobrado su primera víctima: el edil de cultura de Madrid, Guillermo Zapata, por unos tuits realizados hace cuatro años y sacados de su contexto, pero que evidentemente, son carnaza para la acusación pública. Este personaje ha cometido ingenuos errores de adolescente en el uso de nuevas tecnologías que le han pasado factura y la fulgurante eliminación del área política. A partir de ese momento, la reacción fue inmediata: los nuevos grupos políticos han limpiado sus redes sociales de cualquier turbiedad, cualquier sensibilidad herida o cualquier posible acusación política, conscientes de que estas redes van a ser analizadas tuit a tuit, foto a foto, por sus adversarios y detractores políticos.

       Y para concluir, ¿podemos encontrar algún remedio para esto? Reconozco que no siempre el que escribe lo tuvo claro.  Cuando escribí esta entrada por primera vez, hace más de un año, me invadía la ceniza sensación de que nada podía cambiar y su tono de entonces me resultaba para el día de hoy completamente derrotista e inaceptable, por lo que tuve que cambiar el final. Porque ahora queremos concebir una ligera esperanza de que este orden de cosas ha empezado a cambiar ya. 
       La corrupción tiene dos formas de destruirse: por su denuncia, a través de los partidos y fuerzas en la oposición, o cortándola de raíz, promoviendo una cultura política nueva. Hasta este momento, la única forma de combatirla ha sido a través de la primera forma, su denuncia, pero en la forma degenerada de esta cultura de la sospecha. De esta forma, la transparencia malintencionada no basta si no cambiamos nuestro comportamiento, si solo vemos la corrupción como forma de sacar réditos electorales y hacer la vista gorda sobre nuestras propias faltas. 
     Para aquellos que piensen que el ser humano por naturaleza será corrupto y que todos los partidos políticos son iguales, conviene recordar que otros países de nuestro entorno son mucho menos corruptos, e igualmente, hay otros que lo son mucho más. Las cosas nunca son para siempre, aunque así lo puedan creer los pesimistas en esta materia, y pueden variar para bien o para mal. Es por ello que tenemos que empezar a trabajar con la segunda opción. Es cuestión de educación pública, de control político y de independencia de las autoridades jurídicas.  El primer paso ha empezado ya: desalojar del poder político a aquellos que lo habían convertido en patrimonio personal. Esta es la primera herencia tangible de los manifestantes del 15M hace ya cuatro años. Solo por esto, bienvenido sea el cambio político, venga de donde venga, porque la regeneración de nuestra cultura política empieza ahí.  


martes, 23 de junio de 2015

FALACIAS EN LA CRISIS: ARGUMENTOS AD HOMINEM

      Y he aquí la gran falacia del lenguaje informal. La más universal, aquella que usan tanto los grandes retóricos en un congreso de diputados como los más humildes que no sepan escribir la o como un canuto, y que por supuesto, no tienen ni idea de estar cometiendo una falacia. La falacia ad hominem es la descalificación personal, graciosa, agresiva, hiriente o patética, que logra hacernos olvidar el argumento de nuestro adversario o nuestro propio argumento. Puede partir de un insulto al físico de nuestro oponente: "el coletas", para hablar despectivamente de Pablo Iglesias, "los perroflautas" como se mencionaban a los manifestantes del 15M, o el apelativo de "facha fascista" en cuanto sacamos una bandera española. Muchos de los que usan estos lindos apelativos apenas tienen una idea lejana de lo que pueden defender estos colectivos, pero indudablemente a partir de la apariencia y estereotipos ya formulamos juicios absolutos y apresurados. "Las políticas del Coleta nada bueno pueden traernos. Basta mirarles cómo van vestidos", pueden decir nuestros abuelos más rancios, sometidos a los viejos cánones y al cañoneo mediático. Juicios algo difíciles de erradicar de nuestros cerebros envejecidos o con escaso uso. 

Un artista del insulto: Jiménez Losantos
     En realidad la apelación al insulto es algo tan inherente al ser humano que resultaría muy difícil no acabar una conversación algo caliente sin caer en este tipo de falacias, sobre todo cuando uno pierde los papeles. Incluso podríamos decir que el argumento ad hominem da viveza a nuestro discurso cuando se utiliza con sutilidad o en contextos desenfadados. Alfonso Guerra hacía temblar a sus adversarios porque el giro que daba a sus argumentos ad hominem llegaba a ser tan diestro que sus palabras más hirientes hacían que el auditorio se partiese de la risa. Pero la falacia ad hominem se hace insostenible cuando todos los argumentos que esgrimimos se sostienen solamente en el ataque personal. Y desgraciadamente, tenemos muchos ejemplos en nuestro entorno político y personal. Si tomamos a Jiménez Losantos la falacia ad hominem se conjuga con un halo de resentimiento y odio que provoca una fuerte animadversión hacia este periodista. A Pablo Iglesias le espeta en mitad de un argumento que "con esa pinta de nazareno, vas hecho un barrabás". A Iker Casillas lo llama "cáncer en el equipo"; "Rajoy fuma porros, si es más tonto, nace oveja"... La lista es larga.



    Basta el ejemplo que presentamos abajo para observar cómo en el mismísimo Congreso de los diputados, los oradores acaban haciendo de su discurso un insulto hacia sus contrincantes políticos... y hacia nuestra inteligencia como ciudadanos.


Argumentos "ad hominem": 
insultos del señor Pezzi, diputado por el PSOE en Málaga. Una de las intervenciones políticas más impresentables que hemos encontrado en Youtube. Este señor insulta a otro diputado y esgrime además la libertad de expresión como justificación al insulto. Cuando es contestado por la presidenta Celia Villalobos replica con otra falacia (el hombre de paja y tu quoque) que permite desviar la atención de la reprimenda, todo esto con mucha desfachatez y con un supuesto humor andaluz. Con semejantes políticos, es evidente que los grandes partidos tienen que purgar de sus filas a elementos de esta índole.