Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

jueves, 21 de junio de 2018

POR QUÉ ODIO LOS SUSPENSOS



Hay mucha gente que se lleva las manos a la cabeza respecto a nuestro sistema educativo. Lo califican de débil, permisivo respecto al suspenso. Aquí todo el mundo parece aprobar, promocionar o pasar, hasta el más vago o tonto. Puedes repetir solo una vez por ciclo en primaria o secundaria, y la gente se lleva las manos a la cabeza. Siguen argumentando, y con cierta razón, que evitar los suspensos se entiende como una manera de frenar el fracaso escolar, auténtica pesadilla educativa en nuestro país. Y por último sostienen que las pruebas de la EBAU son meramente un coladero y deberían endurecerse. Grave error esto último, por cierto. 

   Si hay una cosa que odio en la educación secundaria es suspender a alguien. En primer lugar, por una cuestión personal. Si nuestra evaluación consistiese en algo más que un examen escrito, tal vez cambiaría mi parecer. Pero aquí siento mi relativa subjetividad para juzgar a alguien con el veredicto de un número superior al cuatro meramente por un par de hojas escritas o un test completado (algo tonto, se mire por donde se mire). La objetividad del examen llevando al sistema educativo al absurdo. Pero en cualquier caso, eso es otro problema. 

  ¿Tiene algún sentido mantener una inmensa marea humana repitiendo curso tras curso, como una medicina que permite el acceso a la maduración personal, hasta cumplir los 16 años? En realidad, el cinco es una nota ya lo suficientemente negativa para cualquier persona que tenga un proyecto de educación superior en mente. Con un cinco a lo largo de la secundaria el alumno multiplica sus probabilidades para no desarrollar un bachillerato brillante. Con un cinco en bachillerato tendrá limitado el acceso a muchas parcelas de la educación universitaria reglada, por lo general las más exigentes y exitosas laboralmente hablando. Si mantiene el cinco a lo largo de la carrera, sus posibilidades de obtener becas de postgrado -especialmente en el campo de humanidades- se reducirá considerablemente. ¿Para qué suspender entonces? Dejemos que el cinco cumpla su función reuladora a lo largo del sistema educativo. El suspenso debería ser voluntario, salir directamente de la persona que suspende (o de sus padres), pero no desde el brazo ejecutor del profesor. En fin, soñar es libre y gratuito.
  

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