Cuando Adán y Eva mueren, Caín por fin respira tranquilo. Su permanente inquietud se apacigua lentamente. Sus remordimientos dejan de atacar su mente. Los temblores nerviosos que sacudían su cuerpo desaparecen por fin. Ya siente que tiene derecho a ocultar las feas cicatrices que le marcaron de joven. Deja de viajar de un sitio para otro, y regresa a la ciudad que un día fundó para su hijo Enoch. Allí baila, canta y disfruta de los placeres mundanos como nunca pudo haber hecho antes. Bebe el mejor vino, come la mejor fruta, interviene en las conversaciones de filósofos y poetas, y goza de las mujeres y hombres más hermosos de todo Edén. Nadie puede recriminarle ya el crimen cometido nueve siglos antes contra su hermano, porque sus padres, testigos indirectos del homicidio, ya no pisan la tierra, y él nunca ha tenido en demasiada consideración el juicio de Dios. Ese es el momento, cuando la culpa humana se desvanece, en el que muchos fieles vieron cómo la justicia divina levantó su mano y la deja caer sobre el mundo, y la tierra se estremeció con fuerza. El desdichado Caín morirá engullido por la tierra bajo las ruinas de su palacio y su ciudad. Al menos, eso último es lo que contaron algunos atrevidos en el Libro de los Jubileos.
lunes, 28 de septiembre de 2020
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Me arriesgo a hacer un juicio político -como toda crítica política, estúpida, irrelevante y banal, porque no hay nada más fácil en este mundo que la crítica a la mala política y nada más difícil en el universo que hacer política-: jamás pensé que los últimos dos presidentes de gobierno tuviesen algo tan en común como su capacidad para no interferir en problemas y dejar que estos mueran por sí mismos. Este es un mundo en el que quien mueve ficha corre el riesgo de equivocarse y el error se paga con muchos más votos que los que da cualquier acierto. En definitiva, como decía antes, una crítica vacía y una reflexión completamente prescindible.
domingo, 27 de septiembre de 2020
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sábado, 26 de septiembre de 2020
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viernes, 25 de septiembre de 2020
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Salí con la bicicleta esta mañana: el primer chapuzón en el barro de la temporada. Metí los neumáticos en todos los charcos que encontré, me paré a contemplar los prados repletos con campanillas de otoño y disfruté como un niño siguiendo el vuelo de las avefrías más tempraneras. Busqué bejines del tamaño de un puño y las primeras berendenitas. El retorno a la vida del campo mediterráneo es un auténtico espectáculo de la naturaleza especialmente si se da en septiembre, y ciertamente este ritual lo repito con casi cada estación otoñal. Y sin embargo este año es distinto. Existe una especie de hedonismo encubierto, de carpe diem que emerge en cada situación de pandemia mundial. Me pregunto mientras pedaleo: ¿volveré este otoño a pasear otra vez por una dehesa? ¿volveré a cruzarme con avefrías y garcillas, con los prados verdes? Sin querer volverse uno ñoño o étereo sentimentaloide con estas experiencas (cada cual tiene sus propias gilipolleces en la cabeza, completamente legítimas), no sabemos lo que nos deparará el mañana (estar encerrados de nuevo en el mejor de los casos), por lo que disfrutemos del presente más inmediato; olvidémonos por un instante que existe esta pandemia y en definitiva, hagamos lo que nos venga en gana. De forma positiva, te hace saborear cualquier humilde experiencia como si fuese la primera vez que la haces en tu vida. Un adulto que se vuelve niño aunque sea solo por un instante es un privilegio. Pero por otro lado, me pregunto si esta sensación no es el móvil que tal vez haya hecho cometer imprudencias a muchos individuos en las últimas semanas. Y es que también hay adultos que se vuelven adolescentes por un instante y eso es un desmadre. El hedonismo encubierto suele estar camuflado por el estoicismo más oficial: una tensión que muchos no deben aguantar bien.
lunes, 14 de septiembre de 2020
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Empiezo las clases de ética. "¿Hablaremos sobre la pandemia?". Pues claro que sí. Si no existe un dilema ético más importante en nuestros días, ¿por qué no explicarselo a los más jóvenes? ¿Debemos seguir una estela darwinista y dejar que la pandemia siga su curso hasta alcanzar la inmunidad de rebaño? ¿O debemos hacer un sacrificio enorme para salvaguardar la vida de los más débiles? Las intervenciones se suceden entre los alumnos de bachillerato y lanzan otros dilemas relevantes, como la responsabilidad de los jóvenes, la prioridad en las vacunaciones o problemas de ética médica. En cualquier caso, si la filosofía se tiene que enseñar, tiene que ser sobre una realidad viva y cercana. Solo después podemos echar el lazo a Platón y buscar la posible eternidad de sus respuestas.
domingo, 13 de septiembre de 2020
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Más renuncias liberales: desconfíen de aquellos que se vanaglorian de haberse hecho a ellosl mismos. Tiene muchas papeletas para ser hombre, blanco, urbano, de clase media y con padres preocupados por su educación. Si es mujer, inmigrante y pobre, tal vez empiece a creerlo más y quitarme el sombrero ante su coraje. El
principal problema del individuo que se hace a sí mismo y alcanza sus metas es la
soberbia que le acompaña, al creerse de verdad que él es el único artífice de
su propio éxito. La reflexión de partida es de Michael Sandel, pero ya lo decía Aristóteles. ¿Quién puede sobrevivir y tener éxito sin el pecho de su madre al nacer, ni los muros de su ciudad desde su infancia?
viernes, 11 de septiembre de 2020
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La
única forma de conseguir que la educación de este año funcione es por medio de un
enorme grado de motivación. Como es bien sabido en el campo de la psicología de la educación, la motivación puede ser intrínseca o extrínseca. En una mayoría importante de los alumnos, la motivación intrínseca (la que viene proporcionada por el propio interés del sujeto en aprender) es prácticamente inexistente. Se pierde en algún momento de la educación primaria, cuando la rutina y el esfuerzo diario superan la curiosidad y la sorpresa que permite una escuela y queda definitivamente sepultada en la secundaria con la adolescencia. La hemos conseguido incentivar edulcorando nuestra educación al límite (gamificando, cooperando, emocionando etc.) y frivolizándola hasta el final (si pierdes la partida educativa no te preocupes, puedes volver a jugar casi hasta el infinito; siempre tendrás una segunda oportunidad). Pero con la educación áspera y agria que acabaremos ofreciendo este año, los alumnos apenas tendrán aliciente para desear aprender. Ahora les corresponde a ellos el tomar conciencia de algo: su educación, contra lo que hemos ofrecido hasta el momento, no es ningún juego en el sentido profundo del término.
Solo nos queda entonces la
motivación extrínseca para incentivar el rendimiento de nuestros alumnos: aquellas recompensas o penalizaciones externas al sujeto que le moverán a aprender. Pero esta motivación dependerá de si conseguimos que los propios alumnos superen su
singular frivolidad respecto a su misma educación (frivolidad inducida desde hace décadas). Habitualmente, la motivación extrínseca tiene mala fama dentro de la psicología benévola, y se la ha entendido especialmente como un flujo de recompensas al alumno que acaba siendo contraproducente para el mismo. Sin embargo, nuestra situación es otra. Para bien o para mal, la situación actual no tiene recompensas, pero sí una gigantesca penalización. O aprovechan lo que les damos y retoman el tren educativo, o se quedarán por el camino. El gran reforzador no será positivo, como muchas veces vemos los educadores, sino negativo, en forma de un castigo injusto y desigual, y que condenará a muchos alumnos a quedar excluidos de la promoción social. Cuanto antes sean conscientes de esta realidad, mejor para ellos.
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Como profesor, vivimos una situación ridículamente esquizofrénica. Después de llevar una década luchando por innovación educativa, nos vemos obligados a volver a una pedagogía propia de los años sesenta. Si Franco levantara la cabeza, vería el país cambiado menos una cosa: la disposición de la escuela. Nunca he sido tan autoritario ni retrógrado en la esfera educativa. El profesor vuelve a su rol principal con su autoridad necesariamente reforzada, los alumnos a un trabajo solitario y esforzado. La lección magistral se vuelve la única posibilidad educativa en la nueva normalidad. Los profesores hablan, o mejor gritan. Los alumnos intentan escuchar. ¿Cuánto tiempo aguantará una generación incapaz de mantener su atención más allá de unos pocos segundos?
martes, 8 de septiembre de 2020
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viernes, 4 de septiembre de 2020
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Cuando el estado no alcanza sus fines ante el público de votantes, existe el riesgo total de sobreactuación. Es decir, la duplicación de regulación irrelevante, solo para confirmar que está haciendo algo, independientemente de su efectividad y de forma desesperada. El resultado suele ser una sobrecarga de legislación; pesadas piedras en el camino vital que recorre diariamente cualquier ciudadano del país. Así, una inesperada cifra ascendente de contagios dispara el miedo en el político. Se enfrenta a la necesidad de inventar medidas cuyo impacto sobre la pandemia puede ser mínimo, pero que cubrirán los titulares informativos del día siguiente. Y así, si no vencemos la pandemia la haremos más surrealista. Y en mitad del absurdo nos preguntaremos: ¿Llegaremos a ver el día en que será obligatorio usar mascarilla a una distancia menor a 2000 metros de la persona más cercana? Es broma, pero no lo es.