Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

viernes, 11 de septiembre de 2020

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La única forma de conseguir que la educación de este año funcione es por medio de un enorme grado de motivación. Como es bien sabido en el campo de la psicología de la educación, la motivación puede ser intrínseca o extrínseca. En una mayoría importante de los alumnos, la motivación intrínseca (la que viene proporcionada por el propio interés del sujeto en aprender) es prácticamente inexistente. Se pierde en algún momento de la educación primaria, cuando la rutina y el esfuerzo diario superan la curiosidad y la sorpresa que permite una escuela y queda definitivamente sepultada en la secundaria con la adolescencia. La hemos conseguido incentivar edulcorando nuestra educación al límite (gamificando, cooperando, emocionando etc.) y frivolizándola hasta el final (si pierdes la partida educativa no te preocupes, puedes volver a jugar casi hasta el infinito; siempre tendrás una segunda oportunidad). Pero con la educación áspera y agria que acabaremos ofreciendo este año, los alumnos apenas tendrán aliciente para desear aprender. Ahora les corresponde a ellos el tomar conciencia de algo: su educación, contra lo que hemos ofrecido hasta el momento, no es ningún juego en el sentido profundo del término.

Solo nos queda entonces la motivación extrínseca para incentivar el rendimiento de nuestros alumnos: aquellas recompensas o penalizaciones externas al sujeto que le moverán a aprender. Pero esta motivación dependerá de si conseguimos que los propios alumnos superen su singular frivolidad respecto a su misma educación (frivolidad inducida desde hace décadas). Habitualmente, la motivación extrínseca tiene mala fama dentro de la psicología benévola, y se la ha entendido especialmente como un flujo de recompensas al alumno que acaba siendo contraproducente para el mismo. Sin embargo, nuestra situación es otra. Para bien o para mal, la situación actual no tiene recompensas, pero sí una gigantesca penalización. O aprovechan lo que les damos y retoman el tren educativo, o se quedarán por el camino. El gran reforzador no será positivo, como muchas veces vemos los educadores, sino negativo, en forma de un castigo injusto y desigual, y que condenará a muchos alumnos a quedar excluidos de la promoción social. Cuanto antes sean conscientes de esta realidad, mejor para ellos.  

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