Juzguemos al juez de jueces: juzguemos a Poncio Pilato. Reconozco que el romano es para mí uno de los personajes bíblicos más fascinantes, en cuanto que es de los pocos que aparecen en la biblia cuya posición ética está sometida a la controversia desde el propio texto. Sus calificativos pueden ir de cobarde, por no salvar a Jesús, y de mero espectador indiferente ante la crueldad, desentendido del asunto, al de una persona con tacto político, e incluso una especie de defensor de multiculturalismo. ¿Evitar una injusticia, o enfrentarse a una posible rebelión? ¿Rechazar el paternalismo y no intervenir en el asunto? En ninguna recreación he visto que el personaje quede indiferente y el director o escritor no dé su opinión al respecto. Y también veo que el análisis del personaje tiende a crear simpatía conforme nos acercamos a nuestra situación actual.
El modelo del mijo es una idea de convivencia como los viejos imperios. Poncio Pilato, procurador de Galilea, debía estar muy cerca de ese modelo de tolerancia que hoy vemos reflejado en muchas decisiones políticas de nuestros días, y que era sin duda la norma del imperio romano: conceder la máxima autonomía política a las minorías dentro del imperio a cambio de su sumisión tributaria. No olvidemos que esto se ha mantenido en muchos imperios de la historia que han convivido con minorías, desde el romano hasta el inglés, pasando por el otomano o el imperio austrohúngaro.
Reconozcamos que hoy en día nos lavamos las manos, como Pilato, ante determinadas situaciones internacionales. Ante todo, parece ser la forma de declarar que no tenemos derecho a interferir en determinadas circunstancias, e imponer nuestra forma de ver la justicia. Y también reflejamos nuestra impotencia: no podemos cambiar por la fuerza las costumbres de determinados pueblos. Muchos postmodernos y liberales estarían de acuerdo con la forma de actuar de Poncio Pilato: intentar evitar una injusticia, dentro de sus posibilidades reales, pero sabiendo que la última palabra la tendrá un pueblo ajeno al tuyo que posiblemente consideres incivilizado. La actitud de Pilato es muy del gusto de la política actual además: intentar, por medios pacíficos, alcanzar una solución justa. Dejemos que el pueblo elija, siguiendo la costumbre local de soltar a un preso por Pascua, intercedamos ante el sanedrín, castiguémoslo de forma suave, pero evitemos un conflicto. Hoy en día llamamos a estas soluciones con otros términos, como embargo económico, aislamiento internacional o rupturas diplomáticas. Pero de ahí a la intervención armada, hay un gran salto. El problema es: ¿hasta qué punto podemos contemplar sin responsabilidades y con distanciamiento la injusticia o la crueldad?
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