Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

miércoles, 1 de julio de 2009

¿MARCHA ATRÁS EN LA JUSTICIA GLOBAL?

Hace poco saltaba a los medios la noticia de restringir el campo de acción jurídica de los jueces españoles a la esfera nacional y olvidarse de crímenes relacionados con casos fuera de nuestras fronteras o de ciudadanos españoles. Las voces han sido discordantes: ¿se trata de un retroceso en la lucha por el cumplimiento de los derechos humanos a escala global? ¿es una cuestión de realpolitik? ¿escarmiento para jueces deseosos de glamour?
Vayamos por partes. Nadie duda que los crímenes que condenan esos magistrados son terribles y que todos (al menos los ciudadanos occidentales) sentimos repulsa por ellos. En un mundo globalizado es lógico que además, las responsabilidades éticas deban ser compartidas cada vez más entre todos los agentes sociales y políticos mundiales, y que no podemos dejar sumido en la indiferencia o la impunidad determinadas actitudes que van contra derechos básicos.
La cuestión, por lo tanto no es tanto de fondo sino de forma. Hay que preguntarse si los medios que se han utilizado son los más correctos para juzgar estos temas, y el problema se puede sintetizar en uno solo: ¿hasta qué punto los magistrados que representan en el fondo un estado nacional, por sí mismo, pueden considerarse como juez de causas y crímenes a escala global e internacional? Luchar por la justicia global utilizando las viejas etiquetas nacionales puede acabar en una contradicción importante. En primer lugar, la puramente "realista": un juez del mundo solo puede provenir del más fuerte, y que puede hacer cumplir esa ley. La justicia sin la espada queda reducida a meras palabras. España no tiene el rango de superpotencia para hacer ese papel y la acción de los jueces solo puede traer dolores de cabeza para el ministerio de asuntos exteriores. Y en segundo lugar, actuar desde un estado nacional no deja de ser un acto de etnocentrismo y paternalismo intolerable para otro país y una creencia en nuestra superioridad moral casi irresponsable. Aunque España actúe de acuerdo con el derecho internacional y la declaración de los derechos humanos, si queremos que esa legislación actúe sin esta contradicción moral, tendríamos que confiar esta justicia a organismos internacionales. Mientras no consigamos esto, estaremos intentando hacer la cuadratura del círculo.

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