Hace unos años recordaba hablando con Sawed sobre la democracia en los países árabes. Sawed no era ni diplomado en ciencias políticas ni un estudioso en economía: era sencillamente un egipcio de Alejandría, inmigrante en Holanda, que trabajaba en una fábrica de bulbos. Él me decía, "mira, la democracia es algo muy bonito, Ángel, pero no es para los árabes. Funciona en Europa, pero no en Egipto. Los egipcios quieren caña: dales libertad y te contestarán con una revuelta", y Sawed acababa encogiéndose de hombros. Esto curiosamente, era lo que ya hace doscientos años Edmund Burke decía de la Revolución Francesa o Jaime Balmes, sobre el liberalismo: bien para Francia, una aberración para Inglaterra o para España. Entiendo que esta visión es terriblemente conservadora, pero no le falta un punto de razón. Sin una tradición, está claro que no se puede imponer una idea "extranjera", como es la democracia.
Volvamos a nuestros días. En esta última semana el ejército alemán de Afganistan ordenó un ataque contra fuerzas talibanes. El resultado fue, como siempre puede ocurrir en una guerra, la muerte de civiles. Por muy buenas que sean las intenciones del ejército occidental, el ataque talibán ha surtido el efecto deseado: las tropas internacionales se podrán ver ahora como una fuerza de ocupación. Ignoro si esa es la realidad del pueblo afgano pero bien podría ser así. La función de esa fuerza internacional estaba sentada en establecer un régimen político estable y si es posible democrático, pero ¿es posible construir esa realidad en una comunidad de clanes en el que el concepto de estado nacional no existe? ¿Se puede construir un bien público si priman sobre todo los intereses privados? ¿No nos enseñó nada el fracaso de la Unión Soviética? Si es necesario, los líderes mundiales deberían hacer saber al público general que si estamos en Afganistán, es no para imponer una democracia interna, sino para evitar un régimen político enemigo de la comunidad internacional, como era el talibán. Quizás no suene tan dulce y humano, pero es más real.
Hasta hace poco la democracia se creía un bien exportable fácilmente, y sin embargo, hoy es necesario desvanecer ese sueño. Ese era el sueño del rey José I Napoleón, rey de España: con un puñado de afrancesados, intentó cambiar el tradicional mundo español de privilegios y traer la Libertad, Igualdad y Fraternidad a nuestras fronteras. Nadie le entendió: todo acabó en un país arrasado por la guerra. Pocos recuerdan sin embargo que ese fuera el inicio del liberalismo en España: lo que se celebra de 1808 era la rebelión contra los franceses. ¿Valió de algo todo eso? Al menos en nuestro país nacieron las Cortes de Cádiz, aunque pasásemos después medio siglo de guerra civil. Pero España, por mucho atraso que deseasen etiquetarnos en Francia o Inglaterra, era una nación europea. ¿Tendrá el mismo resultado esa modernización forzada en Afganistan e Irak? El tiempo lo dirá; en cualquier caso, es preferible el cambio desde dentro, como en Irán.
Tropas occidentales en un desierto, Afganistán. Garantía de la libertad para algunos, fuerza de ocupación para otros, o sencillamente gente que evita un estado terrorista.
Los fusilamientos de Goya: Piensen que los soldados eran los salvaguardas de la Revolución, y que en sus macutos se escondía El Contrato Social de Rousseau. Y también, de paso, que el propio pintor era afrancesado.
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