Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 19 de septiembre de 2010

GRILLOS

Quizás en lugar de grillos podía haber puesto cerezas sintéticas,
 como hace el señor Tiburcio en su frigorífico.
Desde los tiempos de Oscar Wilde se repite hasta la saciedad que el arte no puede estar sometido a normas morales ni convenciones. La libertad de expresión en el arte es algo tan sagrado como los dogmas de fe para una religión. Y una y otra vez, los límites de la libertad son los límites controvertidos del arte: algo así sucede con los grillos de La Habana, usados en lenguaje artístico por un creador del que ni recuerdo el nombre. Me pregunto si estaba dentro de la intención del autor el herir sensibilidades o provocar abiertamente al personal. Y es que unos pobres insectos, por lo demás repelentes, indiferentes y a veces molestos se convierten en punto de mira de la sensibilidad ecológica cuando se les utiliza y se les mata para lo más gratuito que ha creado nunca el hombre: lo artístico.
Quizás sea una consecuencia no deseada de la obra de arte, y también una de sus características más interesantes: la obra artística siempre está abierta a nuevas interpretaciones por parte del espectador, que cada vez más deja de ser mero observador y se convierte en parte de la obra. Casi ya tiendo a pensar que el elemento saboteador que roció de spray a los grillos forma ya parte de la misma instalación artística.  Eso debería pensar el propio autor, en lugar de llamarlos a todos talibanes. En cualquier caso, estaría dispuesto a crear un Frente de Liberación de Grillos y cometer un atentado contra pequeñas perversidades tan gratuitas como la que se han llevado a cabo estos últimos días en nuestra ciudad. Todo esto, entendido, claro está, desde mi propia expresión creadora. Y es que al arte hay que combatirlo con sus mismas armas, en lugar de levantar prohibiciones que acaban dando más publicidad al creador en cuestión.  

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