Rompiendo mi costumbre, voy a hacer un texto un poco más académico de lo normal. Como al señor Despotrikator le gustó el tema de la creatividad y como yo estoy un poco harto de hablar de política, voy a echar mano de mis apuntes de clase y explicar algunas cosas que han quedado en meros enunciados en mensajes anteriores. Gira en torno a una lección del primer curso de bachillerato que es de las pocas en las que consigo que mis queridos alumnos dejen los bostezos y las miradas al infinito y se fijen un poco en mis palabras. El tema por el que consigo esto es la inteligencia, la creatividad y nuestra forma práctica de resolver problemas. El acercamiento del problema es casi enteramente desde la psicología, así que evitamos enfoques excesivamente teóricos, salvo en las conclusiones.
Partamos de la definición. Con el paso del tiempo, "ser inteligente" ha ido distanciándose de ser culto, o ser capaz de resolver problemas y acertijos. El primero no tiene por qué pasar de una persona con una buena memoria, aunque tal vez con curiosidad, mientras que el segundo puede ser no mucho más que un experto ejercitado en determinadas tareas y aprendizajes que nos sorprende por nuestra propia ignorancia en el asunto tratado. Estos casos que decimos pueden ser acciones consecuentes de una persona inteligente, pero es tan solo una probabilidad: la inteligencia no tiene que ser la causante directa de esas actuaciones, y mucho menos la creatividad. Tampoco hay un único tipo de inteligencia, sino varias y muy diversas, y nos podemos encontrar con la paradoja de figuras geniales que brillan en determinados ámbitos de la vida y son completamente oscuros en otros.
Una explicación esencialista nos llevaría a disertaciones neurológicas o filosóficas, y sin embargo eso nos conduciría más a explicar la base material del cerebro o una teoría del entendimiento. No nos explicarían cómo funciona esa capacidad humana. Al preguntarnos por la inteligencia la respuesta debe ser práctica: la inteligencia se entiende sobre todo como actividad, acción sobre un medio. Y la acción de razonar, ponderar o reflexionar sobre nuestras representaciones mentales (ideas) constituye el principal punto sobre el que apoya dicha actividad de la inteligencia. Esto es lo que se denomina en psicología un pensamiento dirigido: conjunto de actividades internas que son utilizadas siempre que intentamos solucionar un problema, comprobamos la verdad de una afirmación o ponderamos por ejemplo los costos y beneficios de una acción a largo plazo. Esta última es en concreto la definición de racionalidad que utiliza la teoría económica actual: con unos medios determinados, determinamos qué posibles vías pueden utilizarse para maximizar un fin, es decir, obtener el máximo de recursos.
Partamos de la definición. Con el paso del tiempo, "ser inteligente" ha ido distanciándose de ser culto, o ser capaz de resolver problemas y acertijos. El primero no tiene por qué pasar de una persona con una buena memoria, aunque tal vez con curiosidad, mientras que el segundo puede ser no mucho más que un experto ejercitado en determinadas tareas y aprendizajes que nos sorprende por nuestra propia ignorancia en el asunto tratado. Estos casos que decimos pueden ser acciones consecuentes de una persona inteligente, pero es tan solo una probabilidad: la inteligencia no tiene que ser la causante directa de esas actuaciones, y mucho menos la creatividad. Tampoco hay un único tipo de inteligencia, sino varias y muy diversas, y nos podemos encontrar con la paradoja de figuras geniales que brillan en determinados ámbitos de la vida y son completamente oscuros en otros.
Una explicación esencialista nos llevaría a disertaciones neurológicas o filosóficas, y sin embargo eso nos conduciría más a explicar la base material del cerebro o una teoría del entendimiento. No nos explicarían cómo funciona esa capacidad humana. Al preguntarnos por la inteligencia la respuesta debe ser práctica: la inteligencia se entiende sobre todo como actividad, acción sobre un medio. Y la acción de razonar, ponderar o reflexionar sobre nuestras representaciones mentales (ideas) constituye el principal punto sobre el que apoya dicha actividad de la inteligencia. Esto es lo que se denomina en psicología un pensamiento dirigido: conjunto de actividades internas que son utilizadas siempre que intentamos solucionar un problema, comprobamos la verdad de una afirmación o ponderamos por ejemplo los costos y beneficios de una acción a largo plazo. Esta última es en concreto la definición de racionalidad que utiliza la teoría económica actual: con unos medios determinados, determinamos qué posibles vías pueden utilizarse para maximizar un fin, es decir, obtener el máximo de recursos.
Los monos de Kohler: ¿creatividad o imitación?
Todo esto implica en el ser humano un elemento creativo de entrada. Nosotros actuamos sobre un entorno de manera imaginativa, y no solo a partir de una educación recibida o por estímulos condicionados del exterior. Este es uno de los viejos caballos de batalla entre la escuela cognitivista y la psicología conductista. Una experiencia clásica sobre el tema la había investigado ya Kohler con las actividades de los monos y su forma de resolver problemas. Desde la famosa "casa amarilla" de Tenerife, los monos eran capaces de resolver problemas sencillos para obtener comida: eran capaces de manipular objetos y fabricar incluso herramientas sencillas para obtener plátanos que estaban más allá de su alcance. Según Kohler, esto mostraba el aprendizaje por “insight”, o visualización interna. En este aprendizaje, el hombre o animal resuelve situaciones determinadas a partir de una reconstrucción interna de los medios (unir unos palos) y los fines (obtener bananas) . Es decir, el mono era capaz de visualizar en su mente las posibles soluciones que iba discurriendo sin necesidad de un aprendizaje previo. El "alumbramiento" se daba de forma instantánea, como si repentinamente el mono hubiera dado con la solución y actuase de forma inmediata. Todo lo contrario del método por prueba y error y otros aprendizajes adquiridos.
Los conductistas rápidamente cuestionaron el experimento: en aquella misma época Thorndike estaba realizando experiencias con otros animales en los que se demostraba "problemas" resueltos por animales por el aprendizaje de prueba y error. y se plantearon si los monos no habían desarrollado un tipo de aprendizaje muy importante entre los homínidos avanzados: el aprendizaje por imitación. Los monos tan solo habrían imitado el comportamiento de sus cuidadores, como nosotros hacemos en muchas ocasiones cuando alguien nos explica el funcionamiento de un programa de ordenador. La importancia de la capacidad para aprender mirando a otro es inversamente proporcional a la irrelevancia de nuestra inteligencia individual creadora.
El debate entre los que defienden un entendimiento más activo, basado en este insight, y otro más puramente pasivo, basado en el condicionamiento del aprendizaje y la memoria, es muy antiguo. Por lo menos se puede remontar al clásico enfrentamiento filosófico entre racionalistas y empiristas, de los que cognitivistas y conductistas son hijos remotos, y parece prolongarse hasta nuestros días. Sin embargo, y a efectos prácticos, todos los psicólogos defienden la relevancia de ambas teorías para al menos entender el aprendizaje. ¿Cómo funciona la inteligencia?
El pensamiento está orientado así hacia la resolución de problemas determinados. Una estrategia fundamental en esa resolución lo constituye el análisis de los medios y el fin: Cómo es posible, con los medios de los que dispongo ahora, llegar a alcanzar un fin determinado. Sin embargo, con esto no decimos demasiado; tenemos que dar una serie de pasos definidos, especialmente en problemas complejos:
1. Ordenar la información y decisiones.
2. Romper hábitos.
3. Crear analogías.1. Ordenar la información y decisiones.
2. Romper hábitos.
4. Orden inverso del problema.
5. Reestructurar la información.
1. Ordenar la información y las decisiones.
Para resolver cosas necesitamos orden. En primer lugar, para resolver un problema, establecemos una organización jerárquica de actividades. Pensemos que queremos salir al baño. Eso implica dividir el problema en multitud de sub-problemas: ir al baño implica pedir permiso al profesor, si la respuesta es afirmativa, levantarse, caminar hasta la puerta, si la puerta está abierta, dirigirse al pasillo, abrir la otra puerta, levantar la tapa del water, etc... Pensemos que la lógica de cualquier programación de ordenador funciona también de esta forma. Esta manera de comportarnos nos permite movernos con rapidez en nuestra vida cotidiana, debido a que gracias a la costumbre tendemos a repetir comportamientos sin necesidad de ponerlos a prueba.
Para este tipo de problemas importa mucho si el sujeto es un mero “aprendiz” de la situación o si se trata ya de un “experto”. En el caso anterior del baño, el novato se planteará cosas como: ¿Es la hora de ir al baño? ¿Se mosqueará el profesor? ¿Dónde está el baño exactamente? ¿Me estoy metiendo en el de chicas? ¿Cuánto tiempo se está en el baño? El “profesional”, en cambio, no se plantea este tipo de cuestiones, y actúa de forma automática (e incluso sabe cómo perder el tiempo en el baño, si se está aburriendo como una ostra en clase).
2. Romper hábitos.
Supongo que esto le habrá ocurrido a más de uno y en más de una ocasión: Estamos intentado durante un tiempo prolongado abrir una puerta, arrancar un programa de ordenador o ajustar un televisor. Nos desesperamos, pedimos ayuda a alguien, y esta persona nada más llegar soluciona el problema y nos da una palmadita en la espalda diciendo que no era tan complicado. ¿Será que somos burros y nuestro amigo un genio? Nada de eso, a pesar de que pueda parecer lo contrario.
En nuestra vida cotidiana nos enfrentamos a una infinita diversidad de pequeños problemas de los que prácticamente (al no ser que seamos novatos) ni si quiera tenemos conciencia de resolverlos. El dilema surge cuando a una situación problemática esperable, se le acompaña una variable inesperado o novedoso. En estos casos, los obstáculos para resolverlos se hacen son mayores, debido incluso a nuestra tendencia a dejarnos guiar por la costumbre. Ese hábito o costumbre, que en principio, puede ser bastante sensato, deja de ser eficaz cuando existe una variable nueva que no se adecua al problema. Entonces el sentido común se vuelve contra nosotros y se convierte en el principal obstáculo para resolver el problema: es por eso que en estos casos, el novato o principiante -el que no dispone de una tradición determinada- es capaz de resolver el problema al reiniciar el proceso de resolución sin contar con ninguna experiencia previa.
Para explicar esto se han propuesto numerosos experimentos, uno de los más conocidos el que sigue a continuación.
El experimento de las jarras (Luchins, 1942)
Los participantes en este estudio tenían tres jarras A, B y C. Estas jarras tienen una capacidad de 21, 127 y 3 decímetros cúbicos, respectivamente. Los participantes tenían que usar los tres jarros para obtener mentalmente exactamente 100 dm de un pozo. El problema se resolvía siguiendo la regla (B – A)- 2C. Tras unos minutos, los participantes resolvían varios problemas del mismo tipo, siguiendo la misma lógica. Sin embargo tras repetir el proceso varias veces, se encontraron con un problema que demandaba una lógica distinta y mucho más sencilla. Tras haberse habituado a la lógica del anterior, no muchos experimentados fueron capaces de resolverlo.
3. Descubrimiento de analogías. ¿Por qué ocurre que a veces encontramos la solución a un problema lejos del mismo? Un buen consejo que suele darse siempre a la hora de resolver un dilema es dejarlo reposar un tiempo y alejarse de él. Iniciamos otra actividad completamente distinta y de pronto ¡albricias! Se enciende la lucecita con la solución del problema que habíamos dejado de lado.
La explicación a esto es sencilla: la cercanía de un problema no nos permite ver cómo pueden ser resueltos aplicando una metodología radicalmente distinta. Así, en muchas ocasiones, la forma de resolver problemas en ámbitos completamente opuestos puede ayudar para resolver otros aparentemente sin ninguna relación entre sí. Las analogías son fundamentales para la filosofía, el arte y la ciencia: parte de nuestra creatividad surge precisamente de establecer paralelismos entre ámbitos de la realidad completamente distintos
El dilema del tumor estomacal (Ducker, 1945)
Para justificar esto, se hicieron experimentos en el que se formaban dos grupos de personas. El problema para resolver era la cura de un tumor maligno a base de quimioterapia; pero los médicos advertían que los rayos dañaban los órganos cercanos si resultaba bastante potente y continuado. El primer grupo no recibió ninguna ayuda exterior y pocos alcanzaron la resolución del problema (10%). En cambio, al otro grupo se le sugirió la “pista” de una técnica militar: para conquistar una fortaleza, no hay que lanzarse al ataque concentrado en un solo punto, sino atacar por distintos flancos. Así, con esta nueva información, el grupo 2 consiguió alcanzar la respuesta. A través de la analogía con la fortaleza, ellos descubrieron que el método consiste en aplicar los rayos desde distintos ángulos en cada sesión, y no concentrado en un solo punto, así el daño era menor para los órganos y tejidos de alrededor.
4. Orden inverso.
Habitualmente resolvemos los problemas en una línea temporal determinada: proyectando desde el presente hacia el futuro. Esto que en el sentido común nos empuja a resolver multitud de problemas sin apenas pérdida de tiempo, también nos puede conducir a equivocaciones cuando el dilema demanda un sentido temporal inverso para alcanzar su solución.
Los nenúfares duplican la superficie ocupada cada 24 horas. En el primer día de verano existe un nenúfar en el lago. Son precisos 60 días para que todo el estanque esté cubierto de nenúfares. ¿En qué día ocupan la mitad?
El orden normal de solucionar este problema nos conduciría a la idea de que es el día 30 (la mitad del tiempo). Sin embargo, la respuesta correcta sería el día 59, puesto que el área se multiplica cada día, y es necesario que el día anterior a que esté completamente lleno ya esté a la mitad.
5. Reestructuración de la información.
Conclusión: el elemento creativo
En resumidas cuentas, la resolución de problemas por discernimiento (o “insight”, como el caso del mono de Kohler) necesita los siguientes pasos:
a) codificación selectiva (capacidad para descubrir qué información es relevante y cuál no)
5. Reestructuración de la información.
A veces, el proceso analógico no basta. Lo que necesitamos es hacer una reinterpretación radical del problema. En muchas ocasiones, tenemos que quebrar “barreras” o “límites” imaginarios que no aparecen en el enunciado de un problema, pero que nosotros, consciente o inconscientemente, damos por supuesto. Esta es la dinámica que tienen muchos acertijos, y la dificultad en la que se basan: existe información que hemos malinterpretado o que se nos ha pasado por alto.
El problema de los nueve puntos.
Este ejemplo fue estudiado con detenimiento desde la psicología de la gestalt entre otros. Así ocurre por ejemplo con el problema de los nueve puntos, expuesto al lado. Se nos pide que en cuatro líneas y sin levantar la mano, unamos todos los puntos. La dificultad consiste especialmente en que la inmensa mayoría de la gente intenta resolver el dilema dentro de los límites del cuadrado. Pero, ¿el cuadrado existe?
Debido a que nuestra forma de percibir la realidad obedecen en buena medida a las leyes de pregnancia, nosotros percibimos los nueve puntos como un cuadrado, sin que en ningún momento el enunciado del problema nos diga que tengamos que respetar dicho cuadrado (que en la realidad extramental no existe, tan solo en nuestra representación interna). Este presupuesto nos induce a pensar que para hacer las líneas no debemos romper la figura hecha por los nueve puntos. Solo si lo superamos, podremos resolver el problema. Para este problema, se encontraron muy diversas soluciones: algunas de ellas pueden parecen absurdas o muy originales, pero logran resolver el problema cambiando el enfoque configurado del principio.
Conclusión: el elemento creativo
En resumidas cuentas, la resolución de problemas por discernimiento (o “insight”, como el caso del mono de Kohler) necesita los siguientes pasos:
a) codificación selectiva (capacidad para descubrir qué información es relevante y cuál no)
b) combinación selectiva (habilidad para combinar aspectos de información diferentes y aparentemente sin relación alguna entre sí),
c) la comparación selectiva (o habilidad para descubrir una relación poco obvia entre la información nueva y antigua).
Todos estos pasos anteriores están incluidos en esa palabra de significado complejo que es la creatividad, pero sin embargo lo que parece más llamativo es la forma en que esa creatividad aparece. Ese fenómeno nos dice que las intuiciones creativas aparecen en lugares insospechados o inesperados. De forma frecuente, un creador estaba trabajando de forma regular en un problema, pero con pocos progresos. A esto le sigue un periodo de reposo o de trabajo en otra actividad. Y es en esta actividad diferente en el que la intuición llega, y no en el lugar de trabajo habitual de los genios. Si reflexionamos un poco, las leyendas que nos dicen que Isaac Newton descubriera la gravedad porque una manzana cayó sobre su cabeza, o que Arquímedes descubriera su teorema para medir el volumen cuando estaba bañándose (y dijera “eureka”), no son descabelladas. Para explicar esto algunos psicólogos afirman que existe un “proceso de incubación”: el pensador continúa trabajando con el problema, pero de forma inconsciente, especialmente a la hora de encontrar nuevas analogías explicativas de una cosa. En cualquier caso, aquí nos adentramos en el campo de la suposición, en el que nuevamente conductistas y cognitivistas se tiran de los pelos...
BIBLIOGRAFÍA
GLEITMAN,H., FRIDLUNG, A., REISBERG, D., Psicología, Lisboa 2006.
APUNTES DE CLASE DEL TÍO TIBURCIO, sin editar, naturalmente.
APUNTES DE CLASE DEL TÍO TIBURCIO, sin editar, naturalmente.