"El 15M es emocional, le falta pensamiento", declaraba Bauman estos días en Madrid. Ese pensamiento exige una explicación más amplia, y el venerable académico la focaliza en el abismo existente entre el problema y la respuesta: La descompensación entre un poder económico global desbocado y el poder político nacional condenado a la mínima expresión es tan abismal que ofrecer una respuesta desde las estructuras políticas de las democracias nacionales resulta una utopía irrealizable. Esta evidencia ya tiene más de veinte años en la teoría de la globalización, cuando Alain Touraine, David Held o el mismo Bauman empezaron a hablar del asunto. Sin embargo ahora es cuando estamos viviendo sus contradicciones con toda su crudeza, aunque no en todos los países por igual.
Siguiendo de lejos las tesis de nuestro sociólogo, en la medida en que el 15M sea un movimiento nacional (o incluso europeo), está condenado a una derrota absoluta. Primero porque se excluyen de la política activa y su desconfianza se refleja hacia el sistema de partidos en conjunto, aunque tengan muy claras sus preferencias ideológicas. Segundo, porque las medidas que proponen de más calado sobrepasan con mucho los límites de la política nacional, mientras que sus políticas caseras (más transparencia política o la crítica al bipartidismo) por muy importantes que sean no van a solucionar apenas nada de los asuntos domésticos más cruciales. Y tercero, porque la contaminación ideológica de la izquierda tradicional puede pasar factura a muchos de sus apoyos y acabar convirtiéndolo en un movimiento sectario. Desea desesperadamente el cambio, pero no sabe cómo hacerlo. Propone medidas planetarias, pero se apega a un sistema asambleario más propio de una polis griega. Su internacionalización se hace necesaria para un mayor calado de su crítica, pero eso también le conducirá a más problemas de organización e impacto mediático.
En lo que no estamos de acuerdo con Bauman es que este movimiento vaya a ser temporal. Indudablemente esta capacidad de movilización pacífica y organizada no se prolonga demasiado tiempo. La movilización cuesta personalmente dinero y mucho esfuerzo, y las metas se pueden mantener casi igual de distantes desde el principio de la protesta hasta su final: esto es más de lo que nuestra población depauperada puede soportar. Sin embargo, es difícil creer igualmente en su disolución. Más bien estos arrebatos pasionales de las masas irán ganando fuerza y posiblemente, violencia. Tarde o temprano, el fantasma de la violencia política volverá a aparecer bajo unas formas o bajo otras, en forma de disturbios explosivos como en Inglaterra, en la forma de un lobo solitario noruego o bajo una estructura terrorista antisistema.
Luditas destruyendo máquinas: el miedo al futuro. |
Lo que no sabemos es si se mantendrán como meras revueltas sin rumbo definido, o vinculada con las viejas políticas nacionales, o se irán reestructurando hacia un proyecto más definido y mucho menos líquido y flexible de lo que piensa Bauman, demasiado atado quizás a sus propia tradición académica. Si queremos pensar en un paralelismo histórico, el 15M tiene mucho del fenómeno ludita, los destructores de máquinas de la primera revolución industrial, o el "captain Swing", los movimientos campesinos de la misma época. Deseaban volver a la estructura tradicional y más arcaica, pero sentían vértigo hacia el futuro. Se les escapaba de las manos. Pero como se sabe en la historia, el ludismo fue la expresión de la contradicción del fenónomeno de industrialización, no el punto final. El ludita irracional e individualista se hizo después anarquista; el más sistemático y comunitario, se pasó al socialismo.
Tarde o temprano, la reestructuración vendrá. Lo hará de forma catastrófica o por una transición. La modernidad líquida se disolverá y se convertirá en una mera página académica o histórica. De hecho, ya lo está haciendo: hace tan solo una década era impensable pensar en una coordinación planetaria y la postmodernidad tendía a pensar la sociedad como un mero grupo de átomos incapaces de conectarse solidariamente entre sí. Desde Seattle hasta Madrid las cosas han ido cambiando mucho, pero estamos al principio de un proceso global, y ni mucho menos viviendo sus batallas finales.
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