Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

sábado, 5 de enero de 2013

FALACIAS EN LA CRISIS (III): TU QUOQUE



Dejamos por un tiempo las falacias causales y vamos a otro tipo de falacias más extendidas y reconocibles: los argumentos ad hominem. Estas consisten en responder a un argumento atendiendo no a variables internas del problema, sino atacando personalmente a nuestro contrincante sin tocar el argumento en cuestión. Aunque hay muchas variaciones sobre la misma falacia, hoy empezamos con una del gusto de la clase política. La falacia tu quoque (tú también) es una de las más extendidas entre ese colectivo: Cuántas veces no habremos escuchado de nuestros políticos esta frase: “Ustedes hicieron las cosas peor que nosotros… gastaron más… eran más corruptos…” y suelen concluir de forma lapidaria con “no tienen legitimidad para contestarnos nada…”. En fin, típicas respuestas de quienes están en el poder, dando igual su ideología. Pero no hay que equivocarse: la falacia tu quoque es una falacia universal, ampliamente empleada en todo tipo de discusión. Piensen por ejemplo, la última discusión con un amigo o con una pareja. Una ofensa se responde con una imputación de lo mismo a nuestro adversario, a ser posible de peor grado. A la acusación “no has recogido la cocina”, más de uno responde, “sí, pero tú ayer no sacaste al perro”, y acabamos sacando a la suegra, y hasta al butanero si me apuras en la discusión. Solo cuando el enfrentamiento pierde calor, solemos caer en la cuenta de las tonterías que hemos dicho y volvemos a enfocar el problema con más tranquilidad. Nos cuesta reconocer nuestros propios errores, y nos defendemos señalando los ajenos.

Pero vamos a la política y a nuestra crisis. Rastreando por internet los entresijos de corrupción, observamos cómo los portavoces de los partidos se llevan la parte del león en el uso de estas falacias. No suelen ser escuchadas de boca de mandatarios, porque esto les degradaría en seguida, y prefieren dejar la caja de truenos hacia sus segundos, que parecen desmelenarse delante de un micrófono y dar rienda suelta a sus instintos bajos. Empezamos por una cita clásica: “otros hacen lo mismo”. Un profesor de secundaria está cansado de escuchar esa muletilla en clase en tono exculpatorio, por parte de un alumno al que le acabamos de culpar de algo, pero el mundo adulto no reacciona mejor que el adolescente. En el caso Mercurio, el portavoz del PSCE defendía a Daniel Fernández, diputado núm.2 del congreso por PSC, de sus imputaciones por corrupción: “Estar imputado no es estar inculpado o ser culpable de algo (…) existen otros cargos de personas imputadas que no han renunciado a sus cargos públicos”. En el mundo de la política lo primero es defendible (hasta cierto punto de sentido común, no como lo hacía por ejemplo Camps). Pero lo segundo ya sobra y huele a chamusquina. Naturalmente, uno no puede justificarse diciendo “los demás hacen lo mismo”. Es como imaginarse el ladrón de un banco que es pillado por la policía y en su defensa dice: “otra gente hace igual que yo, no entiendo la mala sombra de usted por detenerme a mí”.

Los ejemplos son de sainete tragicómico, y basta con seguir cualquier enfrentamiento político entre nuestros dos partidos dominantes para darse cuenta que la mejor defensa siempre es el contraataque rastrero. Hace un año, cuando un dirigente del PP era preguntado por el caso de la trama Gürtel, éstos no tardaban en terminar hablando de los ERES de Andalucía, y al contrario. Estos diálogos de sordos llegaron al congreso de los diputados en un ejemplo de cómo nuestros políticos se devanan los sesos para acusarse unos a otros. Lo único positivo de este juego era que tanto unos como otros actúan como controladores de su adversario (si esto no se cumple, será mejor que dejemos las poliarquías democráticas de lado). Pero tenemos casos más recientes para echarse a reírse (o llorar) sobre nuestra clase política: la última y agria discusión entre PSOE y PP en Castilla La Mancha en torno a su presidenta autonómica.

Hace pocos días, Cristina Maestre, portavoz del PSOE en Castilla La Mancha, hace una fuerte crítica contra Cospedal por sus sueldos multimillonarios, “la política mejor pagada de España y la que más recortes ha impuesto a los cuidadanos”, con sueldos superiores a los del príncipe, el presidente de las cortes y del senado. Lógicamente, los sueldos de la Cospedal se lo habían brindado en bandeja y la ciudadanía tiene derecho a preguntar dónde queda la ley de incompatibilidades o plantear un techo de gasto para nuestra clase política dirigente. Pero evidentemente, el PP prepara una reacción.

En respuesta a su contrincante, Carmen Riolobos lanza un furibundo ataque contra el presidente de la ejecutiva regional del PSOE, al que acusa de cobrar todavía más que la propia Cospedal, y que sentencia: “es ingenuo que  un encubridor y comparsa de las tropelías del anterior presidente, culpe ahora a Cospedal de las insensateces que ellos han cometido”.  Y naturalmente, al final del discurso llega la puntilla final que pretende terminar el ataque: “ni García Page ni los dirigentes del PSOE tienen autoridad moral para, después de dejar a esta región en una situación lamentable, criticar a un Gobierno responsable y sensato que está poniendo soluciones”. Es decir, tú, que has sido un desastre, no tienes derecho a abrir tu boca cuando yo meta la pata. Relativo empate técnico con satisfacción para ambos. Hemos jaleado el cotarro, ya tenemos titulares para los sucesivos días, y así hasta la próxima.

 Y así ad infinitum. Hasta que lleguen a la tumba o se les acabe el chollo de la política. Uno se pregunta si ninguno de los dos se ha planteado que su posición es en todo punto imposible de mantener. Si no habría que hacer una reducción drástica de sus sueldos no como medida de ahorro, sino como ejemplo moralizante para el resto de la sociedad. Pero no tenemos interés en llegar a estas conclusiones, sino en mostrar cómo funcionan las falacias. Así que de este asunto, cada cual que piense la solución que le apetezca, que ya enjuiciaremos para otra ocasión.

5 comentarios:

  1. No lo sé... Creo que estas diatribas son fruto de la condición humana y... queremos sacar las categorías profesionales o políticas fuera de esa dimensión y es un error. Sitúa, en competencia, a trabajar por un mismo objetivo a dos grupos de personas, sean políticos o no, que sino es una opción colaborativa establecerán una relación de enfrentamiento que se sitúa más allá del objetivo propuesto.
    Cuando uno trabaja por algo con todo su esfuerzo y convicción siempre cree que los demás le deben algo... y ese es un problema que genera enfrentamientos, corruptelas y demás elementos negativos que son consustancial a pertenecer al género humano.
    Creo que la primera falacia es sacar a una categoría profesional del resto de la gente. La pregunta sería: ¿Es posible que dos grupos de personas que trabajan por conseguir el mismo objetivo puedan ser leales si el juego es de suma cero? Es decir, un juego donde los dos no pueden ganar, donde se pone todo el empeño y dedicación personal y donde los dos creen que actúan en justicia. Además, la corrupción a quien realmente hace daño es a los que participan de tu grupo o, al menos, así debería de ser.
    El tema de la corrupción no me parece que sea un problema de la política, de los que juegan a ganar un objetivo, sino de los ciudadanos. Es decir, de los que arbitran, con su voto, dicho proceso. El día que los ciudadanos dejen de actuar visiblemente indignados y realmente no toleren dicho proceso negando el voto a aquellos que son corruptos, la corrupción se acabó.
    Qué es un político sin votos, sino una primavera sin flores.
    También se acabaría la corrupción el día que el conjunto de la ciudadanía deje de sentir la política como algo ajeno a ellos y aquellos que se consideran honestos den el paso para sustituir a los deshonesto en el manejo del interés colectivo. ¿Cómo se puede exigir el cambio, si nadie se postula para llevarlo a cabo?

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  2. No justifico la corrupción... Todo lo contrario, digo que esta nunca acabará porque no es un problema de los políticos o clichés por el estilo, sino del conjunto de la sociedad.
    Que esta se organice de otro modo para acabar con aquello que cree que le hace daño o se acepta sino un determinismo estructural absoluto donde la voluntad de los individuos no cuenta en absoluto, porque si es así sólo nos queda dejarnos llevar por el viento de la historia y ya sabemos como acaba esto...
    Ya te contesto sólo por una palabra telefónica...

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  3. ¿Y cómo podemos hacer los ciudadanos de a pie para acabar con toda esta clase corrupta? ¿No votando? ¿Votando a la opción menos mala?¿No habrá una opción buena?

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  4. Antes de nada tengo que explicar el origen de estas entradas: parten de un estudio en clase de bachillerato de los tipos de falacias lógicas. Les he pedido un trabajo y les lanzo pistas en la red. Nuestro objetivo fundamental parte de ser capaces de reconocer las falacias de muy distintos tipos que se filtran continuamente en los medios de comunicación. Reconocerlas para no ser engañados, y sobre todo, para que nosotros tampoco las usemos en nuestra propia argumentación. Naturalmente una cosa es reconocerlas y criticarlas y otra cosa es plantear qué hacer para acabar con la corrupción, que es el ejemplo que hemos seguido, y que es lo que estáis proponiendo con vuestros comentarios, y con razón.

    un saludo Helí y Concha!

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  5. La única opción posible para acabar con aquello que creemos corrupto es dar el paso hacia deltante y participar, dejar de delegar en los demás una responsabilidad que es de todos, también nuestra... Volver a la plaza pública, en el sentido clásico de sentir que la la res pública es parte íntegra de nuestro ser...

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