Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

lunes, 9 de junio de 2014

LA MONARQUÍA NO ES UN PROBLEMA DE DEMOCRACIA, SINO DE IDENTIDAD

    No, no puedo evitarlo. El debate de la monarquía o república es un tema sabroso, intrascendente, casi frívolo para los tiempos que corren. Y sin embargo, ahí lo ven, soltando ríos de tinta a mansalva, manifestaciones ruidosas a favor de la república, explosiones patrióticas... Es difícil no quedar fuera de este tinglado mediático y social, que está a medio camino entre la política seria y el gosipeo pseudopolítico.  Permítanme, en primer lugar, dudar de la importancia democrática del asunto, que tanto ensalzan los republicanos. Más importante que el déficit democrático que representa una monarquía (impuesta en el paquete constitucional del 78), y que por lo tanto no es elegida por los ciudadanos de a pie, me resulta el hecho que mi voto no valga lo mismo dependiendo del partido al que vote o la región en la que lo haga, que el TC esté tan politizado por los grandes partidos (y por lo tanto no haya división de poderes) o que seamos incapaces de frenar la corrupción. O incluso que unos malabaristas del balón vayan a recibir primas gigantescas por ganar un campeonato mundial (aunque no sé si será dinero público el que hay en juego o es dinero de la federación).
     El caso es que poco va a cambiar por dormir monárquicos y levantarnos como Dios quiera que nos levantemos. Dicen los defensores de la monarquía (El País, por ejemplo), que la abdicación del rey afianza el proceso de reformas. Sería cierto si el nuevo rey tuviese el papel y los poderes que tuvo el monarca en la transición, pero ya no es el caso. El rey Felipe VI a lo sumo podrá sanear y airear las cuentas de su casa, pero bastante poco más. Por otro lado, los defensores de la república, proclaman un cambio trascendental, una segunda transición (ni más ni menos), como si al cambiar de nombre todo el edificio institucional quedase regenerado. La palabra "república" tiene todavía enganche taumatúrgico para algunos (pocos, pero precisamente los más ruidosos), rémora de sueños perdidos y revolucionarios que posiblemente nunca lleguen a realizarse ya. Y después de proclamar la república, ¿qué?
       Por todo esto, tiendo a pensar que el conflicto monarquía república tiene algo de miga de déficit  democrático, pero sí mucha de identidades encontradas y opuestas. Por poner el típico ejemplo, la monarquía británica es poco democrática (hasta hace pocos años había hasta una cámara de lores elegidos por designación real) y sin embargo a los súbditos de Isabel II les importa un comino: es un símbolo identitario inglés intocable, que sirve además para mantener lazos culturales y simbólicos entre el antiguo imperio y la metrópolis, ni más ni menos. Hasta los escoceses confirman que caso de independizarse, seguírian siendo súbditos de la monarquía inglesa. La monarquía española en cambio no tiene este glamour identitario. Incluso cuando ha probado ser más austera, efectiva, seria y responsable que la británica (y no quiere decir aquí que sea maravillosa), no ha podido rodearse de la brillantina identitaria, auténtica coraza contra demócratas incrédulos. Incluso cuando una monarquía hispánica podría recuperar ese vínculo de unión entre pueblos prácticamente autónomos o independientes, como ocurrió con los Austrias o incluso con el carlismo, ese legado está perdido o resulta irreconciliable con la historia más reciente. Muchos historiadores buscan en estos días quimeras identitarias que la monarquía podría subsanar o representar hipotéticamente, pero se dan de bruces con la realidad del siglo XX: una II República mítica, idealista, la mayor aspiración democrática en la historia de España y derribada por fuerzas ultraconservadoras y que en el día de hoy algunos aspiran por reconstruir. No es nuestra mejor historia, pero es la que tenemos, y se deja sentir en el imaginario político colectivo. Regeneración, libertad, progreso y modernización, para algunos; caos, conflicto y luchas para otros. Frente a esto,  la monarquía está vacía de todos esos significados, positivos o negativos. El franquismo la ahogó en su seno.
     Y mientras, una parte importante de los españoles, que no son ni de izquierdas republicanas ni monárquicos al sentido británico, optan por el pragmatismo. Para ellos pesan más los cargos contra el yerno del rey y las cacerías de elefantes, que las identidades históricas y políticas. Así que como mucho aspiran a que Felipe VI sea un buen presidente de la república bajo su forma real (no me parece un mal candidato en el fondo, a falta de un político con carisma y neutro en nuestro país). Y para eso, tarde o temprano tendrá que llegar algún referéndum que debata la cuestión, aunque no sea algo para mañana mismo...

2 comentarios:

  1. Se agradece volver a ver Tibus, de los serios, en la red.

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  2. Ya sabes que no estoy de acuerdo contigo en esta entrada... Creo que no podemos dejar de obviar que la Monarquía fue el elemento identitario que identifica sobre los demás el sistema político de la Transición y ésta está en crisis por lo mismo que el bipartidismo:
    1. Es una institución que no ha sabido atajar la corrupción (caso Noos)
    2. No es útil en las relaciones diplomáticas, cada vez está peor vista en América Latina, tras el incidente contra Chávez
    3. Es el paradigma de una institución llena de privilegios en un entorno en crisis.
    Es cierto que la Monarquía no es algo prioritario en nuestra vida política, entonces ¿por qué no deshacernos de ella?. Sino fuera prioritario el tema, entonces no estaríamos defendiéndola.
    Un saludo.

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