Escribir también implica descalzarte en la vaguada de una dehesa, regada por el rocío del otoño, pisar las ramas y la hierba podrida del verano, sentir el frío y la humedad invadiendo las plantas de tus pies, y hacer todo esto solo para saber qué es lo que el personaje favorito de tu propia novela siente cuando huye de sus propios fantasmas por el mundo.
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