Fabi escribía hace unos días un comentario que prácticamente obliga a una nueva entrada en este rincón. En él aludía a la indeferencia que las alumnas de secundaria o bachillerato mantienen ante una publicidad que reduce a la mujer a un mero objeto de placer sexual. Aunque quisiera decir lo contrario, yo tengo una experiencia más o menos parecida: en mis clases, hemos explicado anuncios de Armani o Benneton diciendo que se habían criticado por incitación a la violencia sexual. La indiferencia también se repetía y en mis alumnos, se acompañaba hasta de incredulidad: ¿por qué iban a prohibir anuncios así? ¿Dónde ven ellas la provocación?
Ante una contestación tan heladora como esta, solté al principio algún discurso moralista. Tiempo después, tan solo conscientes de tres cosas.
La repetición lo puede todo, es el lema de la propaganda, y cuando el sujeto que la recibe no ha conocido nunca otra cosa, nos encontramos con una sumisión total a ella. No hace falta recordar que esta publicidad está presente en cualquier parte: estamos rodeados de sexo. Basta mirar los programas del corazón, echar un vistazo a cualquier revista de mujer, tipo Vogue o Elle, para darnos cuenta de este tipo de publicidad tan básico y cercano con lo puramente erótico, que hasta logra hacer apetecible sus contenidos a los varones. Si Aldous Huxley levantara la cabeza, vería que su visión del sexo para su mundo feliz no es tan distinta a la de nuestros días. Rindámonos ante la evidencia: estamos ante una nueva generación X, nacidos con lo pornográfico marcado en la frente. Si nuestra naturaleza humana se identifica con la de puras máquinas sexuales, el ser una de ellas no conlleva ningún tipo de enojo, alienación o contradicción moral en nuestra existencia.
Para poner peor las cosas, según muchos adolescentes, el éxito sexual está relacionado con el éxito en la vida profesional, inmediato, acelerado y fulgurante. Y más todavía, en su propio ámbito privado (¿o es que no nos acordamos cuando éramos adolescentes?). En conclusión: ¿Por qué habría que estar en contra de esto, que es ley de vida? Que se mueran las feas, y la que sea o se sienta fea, acabará anoréxica o deprimida.
Pero además, incluso entre aquellas que no se sienten cómodas con esta publicidad, reconocen el derecho que cada mujer tiene para tratar y sentir su cuerpo como quiera. Es decir, que no puede existir una censura ante este tipo de anuncios, porque no se obliga a nadie: “¿Quieren ir como zorras? Están en su legítimo derecho: yo no voy a ser como ellas”, me contestaron el curso pasado. Reconozco que este es un argumento contra el que no puedo discutir sin parecer ante ellos como un abuelete ofendido.
Conclusiones, según ellos: somos unos moralistas frustrados, frente a unos adolescentes más tolerantes que nosotros, mientras que las feministas progresistas del pasado no son más que unas feas resentidas. Afortunadamente, la vida enseña en ese sentido mejor que una tutoría o una clase. No olvidemos, como se sabía antiguamente, que lo primero que borra el tiempo es la belleza física. Los jarrones lindos acaban rompiéndose.
Ante una contestación tan heladora como esta, solté al principio algún discurso moralista. Tiempo después, tan solo conscientes de tres cosas.
La repetición lo puede todo, es el lema de la propaganda, y cuando el sujeto que la recibe no ha conocido nunca otra cosa, nos encontramos con una sumisión total a ella. No hace falta recordar que esta publicidad está presente en cualquier parte: estamos rodeados de sexo. Basta mirar los programas del corazón, echar un vistazo a cualquier revista de mujer, tipo Vogue o Elle, para darnos cuenta de este tipo de publicidad tan básico y cercano con lo puramente erótico, que hasta logra hacer apetecible sus contenidos a los varones. Si Aldous Huxley levantara la cabeza, vería que su visión del sexo para su mundo feliz no es tan distinta a la de nuestros días. Rindámonos ante la evidencia: estamos ante una nueva generación X, nacidos con lo pornográfico marcado en la frente. Si nuestra naturaleza humana se identifica con la de puras máquinas sexuales, el ser una de ellas no conlleva ningún tipo de enojo, alienación o contradicción moral en nuestra existencia.
Para poner peor las cosas, según muchos adolescentes, el éxito sexual está relacionado con el éxito en la vida profesional, inmediato, acelerado y fulgurante. Y más todavía, en su propio ámbito privado (¿o es que no nos acordamos cuando éramos adolescentes?). En conclusión: ¿Por qué habría que estar en contra de esto, que es ley de vida? Que se mueran las feas, y la que sea o se sienta fea, acabará anoréxica o deprimida.
Pero además, incluso entre aquellas que no se sienten cómodas con esta publicidad, reconocen el derecho que cada mujer tiene para tratar y sentir su cuerpo como quiera. Es decir, que no puede existir una censura ante este tipo de anuncios, porque no se obliga a nadie: “¿Quieren ir como zorras? Están en su legítimo derecho: yo no voy a ser como ellas”, me contestaron el curso pasado. Reconozco que este es un argumento contra el que no puedo discutir sin parecer ante ellos como un abuelete ofendido.
Conclusiones, según ellos: somos unos moralistas frustrados, frente a unos adolescentes más tolerantes que nosotros, mientras que las feministas progresistas del pasado no son más que unas feas resentidas. Afortunadamente, la vida enseña en ese sentido mejor que una tutoría o una clase. No olvidemos, como se sabía antiguamente, que lo primero que borra el tiempo es la belleza física. Los jarrones lindos acaban rompiéndose.
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