Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

viernes, 26 de febrero de 2010

EL DILEMA DEL ANOMALOCARIS.


Voy a hablar de otro animalito antiguo que dio mucho que hablar desde su descubrimiento, allá en los finales del siglo XIX. Y lo confieso: tengo debilidad por el anomalocaris. Los paleontólogos le han dado tal poesía a sus correrías y a su forma extraña que no es raro encontrar títulos como "el terror del Burgess Shale", "trilobites bane", "el cazador del cámbrico" y un largo etcétera. Para alguien a quien los dinosaurios le parecen seres algo anodinos y poco interesantes, más allá de sus inabarcables proporciones, anomalocaris le sugerirá la imagen de mostruos alienígenas o producto de la ciencia ficción. Mi mente se recrea imaginando la captura de un confiado trilobites en el fondo del mar por las mandíbulas externas de nuestro pequeño monstruo, avanzando rápidamente por el fondo del mar con su ondulante cuerpo.

Pero además, el descubrimiento de Anomalocaris es una lección de historia de la ciencia. Gould, uno de los relativamente escasos investigadores que se tomaron a Thomas Kuhn en serio, y la conocida separación entre contexto de descubrimiento y de justificación, le dedica bastantes hojas en su Vida Maravillosa y lo pone como ejemplo de extrapolación de nuestros prejuicios particulares hacia el registro fósil, la evidencia empírica por excelencia de la paleontología.

Anomalocaris nació como un camarón. De hecho su nombre sugiere ese significado. Walcott, paleontólogo intrépido, identificó algo parecido a unas gambas en las rocas del Burgess Shale. Y curiosamente, aparecieron después unos discos que sugirieron a los paleontólogos estar en presencia de unas medusas aplanadas. Ahí quedó la cosa: los científicos no podían hacer otra cosa que interpretar la fauna del burgess Shale desde los ojos del presente. Un error sin duda muy típico entre antropólogos, historiadores y otra fauna de las humanidades, pero que aparentemente se nos hace más raro en el campo de la biología. Pero además esgrimían otros prejuicios heredados desde el viejo Darwin: existía la idea de que las especies actuales mantenían una correspondencia lejana con sus más lejanos antepasados. Defender otra cosa era algo así como aceptar una teoría catastrofista (de la misma forma que todavía no explicamos la explosión del cámbrico): hoy una cosa más o menos aceptada tras las mortíferas extinciones del pérmico o el cretácico.

El anomalocaris permaneció dormido, separado y malinterpretado hasta que mucho tiempo después se descubrió un espectacular cuerpo entero de este animal y se procedió a su reconstrucción. Esto es algo difícil, y desde mi completa ignorancia me fascina las recreaciones en 3D partiendo de unas planchas rocosas llenas de manchas oscuras donde, eso sí, la medusa y el camarón estaban unidos. Eso permitía descubrir que aquellos pacíficos animalitos eran en el fondo el aparato masticador de un bicho que nos daría miedo encontrarlo de frente. Maravillas de la ciencia: fue preciso reconstruir el ecosistema del cámbrico: ahora había auténticos depredadores en la cadena alimenticia, y sobre todo, depredadores que no dejaron huella más allá del cámbrico. El terror de los mares se extinguió, su imagen dejó de estar presente en las aguas, y esto le valió a Gould para hacer su más decidido ataque a la teoría ortodoxa del darwinismo. La evolución no premió al más adaptado al medio, o quizás un giro inesperado en el ambiente del cámbrico hizo que lo exitoso se convirtiera de repente en algo anacrónico e inútil. Esto permitió a Gould a lanzar auténticas proclamas a favor del azar, la contingencia y la desconexión total existente entre el burgess shale y nuestros días.

Curiosidad del destino. Después de su encendida proclama a favor de la contingencia y la denuncia de los prejuicios de la ciencia, las sucesivas investigaciones del burgess shale han vuelto a cambiar ´la interpretación del registro fósil. Ahora resulta que Gould había puesto demasiado de su teoría y de sus propios prejuicios a la hora de interpretar toda esa maravilla del cámbrico, y muchas de las especies tildadas de únicas y desconectadas de nuestros días no lo son tanto. En cualquier caso, anomalocaris seguirá ahí como atracción paleontológica y lección de ciencia. Uno se pregunta cuántos juicios tan tajantemente aseverados o negados en nuestros días desde las ciencias sociales (cambio climático, el estado en la economía etc...), se resistirían al dilema del anomalocaris, y la supuesta interpretación objetiva del dato reciente y aislado.

martes, 23 de febrero de 2010

PIKAIA


Dedicamos este post a un animalito aparentemente sin importancia de la fauna del cámbrico medio y de ese fantástico momento geológico que tuvo lugar en el Burgess Shale hace 530 millones de años. Este pequeño descubrimiento fue dejado por uno de sus valedores más famosos, Stephen J. Gould para las conclusiones de su libro “La Vida Maravillosa”. De hecho el autor declara haber hecho esto de forma totalmente consciente. Algo tendrá el fósil, para que el paleontólogo más popular de la anterior década lo hubiera colocado al final (lo cual es un puesto si cabe más meritorio que el principio, en su larga colección de fósiles).
Vayamos al pikaia. Este animalito, aparentemente un gusano, no es ni más ni menos que uno de nuestros antepasados más importantes: el primer precordado en la historia de la tierra, al menos en lo que nos deja ver el siempre incompleto registro fósil. Si dejamos de lado eslabones entre monos y hombres (que creemos tan importantes, y que tal vez no lo son tanto), está muy claro que este paso (el de los vertebrados) se lleva la palma en importancia: sin su movimiento en el fondo de las aguas someras del Burguess Shale, no habría nada parecido a nuestra especie pululando por los cinco continentes y visitando la luna en delirios de grandeza.

Pero es que además, este gusano-pez es un superviviente nato, quizás sin pensarlo. No estaba en la lista de los mejor adaptados, pero sobrevivió de alguna manera a la extinción de toda esa fauna fabulosa del Burguess Shale, y eso le convirtió en un ganador contra todo pronóstico en la carrera por la complejidad evolutiva. Al igual que con los reptiles mamiferoides supervivientes del triásico, que jamás soñarían con hacerse elefantes mucho más tarde. Semejante heroicidad fue recompensada por S.J. Gould con una de sus conclusiones más brillantes y exultantes:

“Y si usted quiere formular la pregunta de todos los tiempos (¿por qué existen los seres humanos?), una parte principal de la respuesta, relacionada con aquellos aspectos del tema que la ciencia puede tratar de algún modo, debe ser: “porque pikaia sobrevivió a la diezmación de burguess shale”.

Ni más ni menos que este pez gusano alberga la respuesta a todas las cuestiones filosóficas. Los griegos podrían decir: por qué Este animalito, sin quererlo, se ha convertido en un fósil sobre el que todo el mundo deposita sus miradas, sonríe al verlo y lo hace suyo. Filósofos, religiosos y científicos quieren ver en él una corroboración para sus intereses particulares sobre el conocimiento y la fe humana. Los biólogos como Gould, defensor a ultranza de la contingencia de la evolución, lo enmarca como ejemplo perfecto de la casualidad y el azar en la naturaleza, más allá de las engañosas leyes sobre la supervivencia del más apto y la competitividad evolutiva. Y no faltan religiosos que afirman una mano invisible detrás de todo este complejo proceso de supervivencia y proclaman: he ahí una casualidad causada. Teleología encubierta tras la inexplicable explosión cámbrica, que se suman a otros momentos cumbre en la historia de la evolución. Como hemos dicho en otras ocasiones, uno puede pensar lo que le dé la gana y para lo que mejor convenga a los intereses de cada cual.

Lo cierto es que si lo miramos desde fuera, ni la permanencia de pikaia es un dato a favor de la contingencia absoluta, ni mucho menos es la prueba de una intervención divina. Podría haber habido otros muchos pikaias en el cámbrico o el ordovícico inferior, el paso podría haberse dado antes del Burgess Shale, o después del mismo. Igualmente acabaría por darse, defienden los biólogos detractores del azar y partidarios igualmente de la teleonomía. En cualquier caso, las tres teorías son interpretaciones del dato empírico de que pikaia existió realmente, y que, hasta donde sabemos, su existencia dejó abierto el camino a que yo, muchos millones de años después, pueda recrearme viendo un trilobites de la misma época en el salón de mi casa. Ahora bien, mucho me temo que pikaia no me acabará de dar la respuesta de por qué estoy aquí.

viernes, 19 de febrero de 2010

LA MUERTE DE UN FILÓSOFO.



Nuestra historia se remonta a siglos lejanos, muy lejanos, pero que aún podemos leerlos en algún libro, concretamente han pasado casi exactamente mil quinientos años; a pesar de la distancia, el lector curioso tal vez puede llegar a la intuición que esos años no son tan distintos a los nuestros, si entendemos que la violencia y la ignorancia son comunes a la naturaleza humana y universales en el tiempo.  
Vemos una habitación hecha de adobe desnudo. Cerrada a cal y canto. En el espacio cuadrado y casi desnudo tan solo hay una mesa. Sobre ella, unos pocos papeles de pergamino, algo de tinta y un puntero rudimentario para escribir. Unas cuantas hojas, con tachones, aprovechadas hasta el último resquicio, aguardan bien ordenadas en un lado de la mesa. En las tablas viejas del mismo mueble abundan anotaciones en griego y en latín. En una de ellas se puede leer Boetius.
Una pequeña ventana ilumina tenuemente la habitación desnuda, que hoy llamaríamos minimalista si no lo invadiera la suciedad y la humedad. En la penumbra, un hombre aguarda. Sentado en un rincón relleno de pajas y retenidas por unos maderos, sabe que la espera no va a ser muy larga. Sus contactos con sus amigos están rotos. Sus poderosos valedores, quedan muy lejos de su alcance. Su familia tiene pocos contactos con él. El rey, mientras, está furioso, enloquecido. Se sabe perdido, y teme por su vida.
La mente de los bárbaros es poco estable, piensa. El respeto que le había inspirado el rey, Teodorico de nombre, su señor a fin de cuentas, se convirtió en estupor. El estupor, con la larga espera y la desesperación, en odio. Pero el odio cuando se está encerrado y completamente indefenso se vuelve algo inútil. Ningún filósofo ha hecho gala de poder físico o corporal, pero algunos desarrollan una inigualable capacidad de resistencia hacia la adversidad. Indaga en sí mismo y recrea sus últimas fortalezas, a saber: el orgullo de su espíritu romano frente a los bárbaros, la ataraxia del sabio y quizás la fe del cristiano platónico. Si no hubiese testificado en el senado contra el rey, seguiría en su palacio, su biblioteca y rodeado de los suyos. Esa memoria, ese condicional imposible de rectificar ya, le atormentaba día y noche.
Pero eso nunca lo dejó por escrito en la cárcel. Sí dejó sus conversaciones con la Diosa filosofía, sus quejas, sus descubrimientos, sus consuelos. Lo mejor de sí mismo salió en la penumbra de esa cárcel. Pocos que lean ese consuelo pueden pensar que es un hombre esperando a la muerte en ese lúgubre lugar.
La puerta se abre. No entra ningún conocido, ni familiar. En su lugar, un par de soldados que sin más explicaciones, le sacan fuera. Típica brutalidad germana, tan directa, tan incivilizada. Tan efectiva. Reclamar un juicio es ingenuo en esas condiciones. Boecio fue sacado fuera. Sintió el aroma del aire fresco por última vez, abandonando las humedades de la celda en la que había estado más de un año recluido. Bendice esa sensación, sabiendo que es pasajera.
Mucho quedó en el tintero. Casi todo Aristóteles por traducir, más concretamente. Recibió la palabra de Casiodoro, nuevo ministro y viejo amigo, de que sus páginas se conservarían. Tanto sin escribir, se lamenta Boecio, una obra truncada a medias.
Durante mucho tiempo no puede evitar hacer comparaciones. Un nuevo Sócrates sufre condena, otro nuevo Séneca pierde el favor del emperador. Pero es solo una sombra de la realidad. Sócrates tuvo derecho a un juicio. A él le fue denegado defenderse, quizás precisamente por miedo a su dialéctica. A Séneca lo condenó un emperador romano desquiciado, a él un rey bárbaro paranoico. Entonces Roma era dueña del mundo; ahora es rehén de un rey extraño en Rávena. Pero es preciso dar la cara por la verdad y la honestidad. Y sin embargo este es solo un pensamiento, uno más de los muchos que llevan a la muerte, y superados pronto por el miedo. Todo esto se borra cuando ve el poste. Su temperamento filosófico le abandona. El deseo irracional de mantenerse vivo le incita a gritar. Tan solo el orgullo es lo que se mantiene en su espíritu hasta el final, y le obliga a guardar silencio.
La ejecución de estos presos es habitual en el civilizado reino de Teodorico. Se le ata al poste, quedando de pie. Una soga de cuero o de otro material menos noble se le coloca a la altura del cuello. Al otro lado del poste, un sencillo mecanismo enrosca la soga ejerciendo en cada movimiento una mayor presión sobre la garganta del reo. Éste se revuelve, siente la presión a cada instante. Sus músculos se tensan inútilmente. Su cara enrojece. Las órbitas de sus ojos saltan, pudiendo estallar en cualquier momento. Finalmente, la asfixia llega al preso y muere entre las convulsiones del miedo y de la falta de aire.
Boecio conoce muy bien todo esto. Ha permitido, en su época de primer ministro, muertes así, aunque raramente las ha presenciado. Los patricios no acostumbraban a mancharse las manos y lo dejaban para los verdugos: costumbres de la época. Ahora se vuelve contra él, y siente en un instante piedad por todos los que ha ajusticiado, quizás en una empatía fugaz. Tal vez no lo sabe, pero con él muere el último de los romanos. Le dejamos en su triste destino, injusto a todas luces.
Los orígenes de la filosofía estaban manchados con la sangre de Sócrates. Ahora otro asesinato, mucho menos conocido, cierra esta larga etapa. Mil años separan a uno del otro. Quizás el aplazamiento de su muerte hubiera cambiado el rumbo de la filosofía medieval. Quizás no. En todo caso, pasarían seis siglos hasta que lo que se perdió en esa oportunidad, regresara a Europa. .

lunes, 15 de febrero de 2010

NOSTALGIA, IDENTIDAD Y PATRIMONIO

El fin de semana pasado hice una pequeña incursión con mi amigo Juan en el poblado minero de Aldea Moret, un fantástico complejo minero de 1880-1950 y a caballo entre la ruina absoluta y la restauración paulatina. Precisamente entre las ruinas estuvimos un buen rato, divagando con nuestras cámaras y tomando frágiles instantáneas con el miedo a que estas se pierdan para siempre, en la destrucción definitiva o en la restauración.

Entre fotografía y fotografía, me venía a la mente el sentimiento que alumbra a toda persona amante de lo histórico: la nostalgia por reconstruir o recuperar un orden perdido de las cosas. La añoranza, la morriña, las saudades, es una de las fuerzas principales que permite construir una identidad, ya sea comunitaria o puramente personal. Toda identidad cultural tiene un paraíso perdido, un momento originario de esplendor, del que solo quedan unas pocas ruinas, tesoros del tiempo que debemos restaurar y preservar. Rousseau y los románticos fueron los pioneros de este tipo de sentimiento que mira al pasado.

Pero como decía esta nostalgia también puede ser puramente personal. El explorar un inmenso edificio en ruinas te sepulta de nuevo en la curiosidad típica de los niños y permite reconstruir escenas perdidas en nuestra memoria. Los psicólogos constructivistas tienen aquí una de sus bazas fundamentales. Decía el amigo Heli, quizás con razón, que la filosofía era una cosa de jóvenes adolescentes, con preguntas orientadas todas ellas hacia el futuro, mientras que la historia es el refugio de los espíritus maduros, que miran más hacia ese pasado.

Los problemas comienzan con la restauración, la nostalgia revivida. La comunidad percibe esta sensación y se ampara en la preservación de esos restos. Pero, afortunada o desafortunadamente, el sentimiento de nostalgia no es el mismo para todo el mundo, ni todos sentimos la misma historia, ni con la misma fuerza. Por lo general este sentimiento se refugia en una visión, también romántica, de unir el esfuerzo de conservar con lo realmente antiguo. En consecuencia, hay un doloroso salto que nos lleva de renovar el presente más rabiosamente actualizado a preservar un pasado que hunde sus raíces en tiempos cuasimíticos. Entre uno y otro, está el presente desactualizado o el pasado irrelevante: una larga franja histórica de los últimos ciento cincuenta años y de materiales innobles -el hierro, el cemento, el ladrillo...- que son abandonados sin remordimiento alguno, sin nostalgia.

La arqueología industrial en nuestro país y en nuestra comunidad es una asignatura pendiente, quizás engañados por nuestra propia tradición histórica. Países como Inglaterra exhiben con orgullo los restos de su Revolución Industrial. En nuestro caso, desde que nos creímos que no había existido tal cosa en nuestro país, nos obligaron a restaurar viejos castillos. Pero esta otra historia más reciente, la de nuestra fallida revolución industrial, pasó de largo y se ha desvanecido en el tiempo.


Fotos de Juan Alcón. Para ver más fotos, consultar nuestro otro blog: caceresnatural.blogspot.com

miércoles, 10 de febrero de 2010

RELACIONES PELIGROSAS.

Gobierno e Iglesia han mantenido una postura beligerante en los últimos años. Por un lado, y desde la perspectiva de la izquierda, el vaciamiento de su contenido ideológico (la limitación de reformas sociales o la aceptación del libre mercado) ha motivado que viejos temas que permanecieron dormidos durante años hayan vuelto a aparecer con fuerte belicosidad. El anticlericalismo y el laicismo, elemento dominante de la ideología progresista decimonónica, han sido retomados con fuerza para intentar acortar esa crisis de contenidos entre los partidos de izquierda y mantener con una mínima cohesión a sus cada vez más heterogéneas bases. Es preciso distinguir un estado aconfesional o neutral de otro laicista. Pero la postura de la iglesia no tiene por qué estar exenta de críticas. Le cuesta renunciar a una tradicional posición dominante en el panorama educativo y cultural español y aceptar la eliminación de privilegios económicos. Más allá de esta querella política entre gobierno e iglesia y el modelo de relaciones deseables entre ambas, importa señalar qué vías de actuación o manifestación pública tiene la iglesia ya no en relación a un estado sino con una sociedad crecientemente agnóstica y multicultural como es la española.
No es nuevo aseverar que si el anticlericalismo es anacrónico, la Iglesia tiene que asumir el hecho que ya no es la única voz en nuestra sociedad. La vieja comunidad católica y homogénea que era España hace apenas dos o tres décadas se está convirtiendo en un recuerdo del pasado. La sociedad de este país es una de las más liberales y permisivas del mundo, y el cristianismo en España se parecen a las casas viejas de Galicia: una hermosa y dura fachada de granito nos oculta que por dentro el tejado se han venido abajo y las maderas están podridas por la carcoma y la humedad.
Aquí estriba a mi juicio la primera contradicción desde la iglesia. Por un lado, son bien conscientes que existe un problema desde la base: detrás de unas estadísticas relativamente favorables que confirman la mayoría católica del país (tres cuartas partes de la población), la realidad es que la sociedad española es agnóstica en la práctica cotidiana, atada a unos rituales cristianos dos o tres veces en su vida que son “bien vistos” socialmente. Del otro lado, sostienen que en cuanto que la mayoría se sigue denominando cristiana, tenemos el derecho a una intervención privilegiada sobre la sociedad, a través de la educación y de unos ingresos económicos por parte del estado. Una de las principales razones que fundamentan ese trato de favor parte de la idea de que esa intervención daría una mínima garantía para que la sociedad se mantuviera en unos valores, y siga una educación en la fe y una “senda moral aconsejable”, en terrenos como la familia, la defensa de la vida, o la justicia social. Es decir, que para recuperar el terreno perdido y reevangelizar España, el mejor tratamiento es continuar con los mismos remedios de siempre, una intervención “desde arriba” que no descarta la abierta hostilidad hacia los elementos no creyentes. Esta postura, hoy en día, se revela anacrónica y en ocasiones, contraproducente e inadecuada.
Una de las razones de este malentendido a mi modo de ver, es el hecho que la iglesia no debe equivocarse con quien habla. Está bien reconocido por todas las partes que el estado es aconfesional y neutral. Ahora nos toca reconocer que la sociedad a la que nos dirigimos no es la que hemos tenido siempre. No todos pensamos igual y empieza a plantearse el hecho que en una sociedad multicultural, el manifestar nuestra superioridad moral sobre el resto de las comunidades integrantes muestra un paternalismo difícilmente digerible para esos grupos.
Tal vez deberíamos acostumbrarnos a pensar que cuando la Iglesia hable o critique los males de la sociedad, sean los cristianos, sus principales receptores. No podemos cruzarnos de brazos y esperar que sean los otros, los inmorales, insolidarios, promiscuos, laicos o agnósticos, los que escuchen el mensaje, mientras nosotros pensamos que tenemos los deberes hechos y bien cumplidos y esperamos una “milagrosa conversión” del otro lado. Lo único que puede suscitar en ese lado es indiferencia o incluso repugnancia por su carácter paternalista y prepotente. Un agnóstico de hoy en día puede estar tan desinteresado del mensaje de la iglesia como nosotros lo estamos del mensaje que puede hacernos llegar el imán de la mezquita de Madrid. Así, de igual modo que un imán habla para su comunidad de creyentes, la iglesia debe ir acostumbrándose que habla a los cristianos y que su autoridad moral se limita a ellos.
Por ejemplo: una autoridad cristiana no gana nada llamando en público a los homosexuales depravados morales, promiscuos o pecadores. Un homosexual nos podrá responder: “me parece totalmente legítimo que usted considere aberrante la homosexualidad, pero manténgalo dentro de su comunidad, y no en la pública”. La iglesia se tiene que limitar a dar razones a los que llamamos cristianos, reflexionar por qué les parece mal. Pero hay que dejar de creer que los que no piensen de nuestra manera son “gente extraviada” a los que hay que convencer por todos los medios que están equivocados y que nosotros tenemos la razón. Será un diálogo de sordos y no alcanzaremos ningún resultado. Ante este resto de no creyentes, la Iglesia tan sólo puede aconsejar con humildad. Naturalmente es lícito presionar cuando los derechos fundamentales de una tercera persona inocente corren peligro, pero incluso aquí presionaríamos como una fuerza más de la sociedad civil de nuestro país. Una fuerza que no cabe duda que es importante, pero es eso, una más entre otras.
Parecería que esto eliminaría una de las facetas claves del cristianismo, su pretensión de universalidad. Si aceptamos lo dicho hasta el momento, ¿dónde quedaría el deseo cristiano de llevar la Buena Nueva al resto del mundo? ¿Debemos permanecer inactivos ante circunstancias que consideramos inmorales? Esta es la parte que más ha preocupado a gente como Rawls o Habermas para incluir a grupos religiosos dentro de una democracia plural en la que saben que van a perder posiciones más que ganarlas. He de incidir en el hecho que sólo he manifestado mi desdén por una forma de proselitismo, un proselitismo podríamos llamar “de discurso”, en forma de palabras, valoraciones y razonamientos. Pero han existido –y existen- otras formas de manifestar nuestro inconformismo o completa repulsa ante una situación, sin necesidad de apelar al discurso paternalista o a la coerción violenta.
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Un filósofo, Wittgenstein, decía que las cuestiones éticas o religiosas no podían ser expresadas con palabras o conceptos. Tienen que ser mostradas o vividas antes que dichas. La palabra, ella sola, mata la vida, la deja sin significado. Aquí tampoco es cuestión de alcanzar tal radicalismo: ambas cosas se complementan. Pero para nuestro tema, un proselitismo bien entendido no tiene que basarse en la palabra, o por lo menos dejarla aislada y en primer lugar. No es casualidad que los individuos de la iglesia que generan mayor respeto entre la sociedad, incluso en las capas agnósticas o ateas, sean los misioneros en el Tercer Mundo. Estos misioneros viven en culturas donde la tradición cristiana es débil: la tradición y los sermones valen de muy poco allí. Frente a la palabra o la razón abstracta, estos cristianos han antepuesto su vida como forma de predicar más efectiva y de hacer universal nuestra religión. Si alguien tiene hambre, le das de comer. Después, deja a esa persona que se pregunte por qué alguien le ha ayudado. Entonces ese es el momento de la palabra y de las razones, pero no antes. Pensemos que el cristianismo llevaba varios siglos de ejemplo (a menudo con sangre de mártires) antes que el viejo emperador Teodosio, allá por el siglo IV, la arropara como única religión del imperio y a la postre, de la civilización occidental durante su dilatada historia.

Es aceptando este punto de vista desde donde creo que debería entrar el debate. Educación e ingresos (aunque esto último es más cuestionable) son plenamente justificables cuando se trata de una comunidad religiosa que tiene el derecho a manifestarse en libertad y recoger las demandas de un sector de la sociedad para nada minoritario. Pierde por completo su justificación en cuanto rebasa este ámbito. La iglesia forma parte de una sociedad civil, un conjunto de fuerzas sociales de todos gustos y colores, en el que aparecen nuevas religiones y nuevos ideales. Tal vez no nos guste lo que está ahí fuera, pero el caso es que no tenemos autoridad para imponer nuestros principios violentando la libertad de elección del resto, dignas de nuestro respeto, aunque no se compartan necesariamente.
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La solución al problema, la llave de San Pedro. Villanueva de la Serena.

viernes, 5 de febrero de 2010

MARX EN WALL STREET, ADAM SMITH EN BARCELONA

Uno de los libros de filosofía política que más me marcaron en mi época de estudiante fue la obra de Michael Walzer Esferas de Justicia. Walzer venía a proponer que cada campo de acción humano (la esfera desde lo sentimental y lo afectivo, a lo político y lo económico...) tiene un conjunto de reglas normativas que delimitan su propio territorio y que complementan a los demás. La mayor injusticia, propone Walzer, proviene cuando uno de esos campos comienza a invadir el terreno normativo del otro y le dicta reglas ajenas al mismo. En nuestras sociedades, los dos riesgos fundamentales son la injerencia económica y política sobre el resto de esferas públicas y privadas de la sociedad. Y es útil leer a los grandes a la luz de esta sugerencia. Sobre todo Adam Smith y Karl Marx.

Decir que la intromisión del homo economicus sobre nuestras vidas es permanente, es algo conocido. "Poderoso caballero es don Dinero", cantaban ya en el siglo XVII. El Manifiesto Comunista de Marx abrió una profecía cumplida al pie de la letra de esta invasión, y es el texto más brillante escrito sobre la globalización. La burguesía, decía Marx en 1848, derribará tronos, papados y toda muralla china que se ponga por delante. Hasta los regímenes comunistas y los fundamentalismos caerán, y la socialdemocracia hoy es solo un muro tambaleante en una pequeña parte del mundo. Incluso los actuales suspiros por la resurrección de Keynes no son duraderos, en cuanto se restablece la confianza en el dios Mercado. De hecho, esta crisis económica es reflejo de los riesgos de cuando dejamos que esa esfera económica domine sin ningún límite al resto. El no hacer nada en economía política significa dejar de hacer mucho, y sobre todo, dejar hacer al mercado.


Pero la crítica a ese no hacer nada, y dejar que la esfera económica imponga su ley, no quiere decir que no existan interferencias defectuosas. La economía tiene sus propias reglas de juego, y también deben ser respetadas. Es difícil en este caso no dar la razón a las demandas de Adam Smith de recortar las intromisiones de un estado incompetente -la monarquía de los Hannover, movida por privilegios, monopolios privados y guerras coloniales- sobre la esfera económica. Agua pasada, tal vez, pero que de cuando en cuando nos trae sorpresas. Quizás Adam Smith no estuviera tan equivocado si se negara a conceder las generosas ayudas de los gobiernos occidentales a entidades bancarias y financieras corruptas de los dos últimos años. O se nacionalizan o se deja al libre mercado que dé cuentas de su ineficacia y las extinga. Pero no este arreglo que va a traer una repetición del desastre a medio plazo.


Y sobre estos temas, hace unos pocos días me preguntaba qué pensaría Adam Smith de la infracción de esas reglas en Cataluña, cuando se inculpaba a una serie de establecimientos del pequeño comercio por rotular y dar información en castellano. Podemos discutir sobre el uso o no del catalán o el castellano en el sector público, esfera privilegiada de la política. Pero trasladar esas obligaciones y demandas a la sociedad civil y a la esfera del mercado es una infracción clara de la libertad económica sin ninguna justificación. Uno se pregunta si producto de estas majaderías todos los productos culturales del exterior a Cataluña o España van a ser traducidos a nuestra lengua sagrada, si en lugar de Burguer King o Internet, habrá que hablar de Burguer Rei o Inter Red, o si en un hotel o en una universidad, ámbitos y espacios en realidad supranacionales solo podremos escuchar nuestras minúsculas y provincianas lenguas. Podían los políticos recortar los actuales excesos del mercado, dedicarse a las tareas realmente importantes de nuestra difícil coyuntura, en lugar de hacer estas piruetas vanas.
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jueves, 4 de febrero de 2010

ARGUMENTO DE RECIPROCIDAD.

     Toca hablar de multiculturalismo y en las clases de filosofía tengo muchas veces que escuchar el siguiente argumento: Si en los países islámicos, nosotros no podemos levantar iglesias y no creer en Dios, entonces nosotros podemos dar el mismo trato a los musulmanes que vienen a los países occidentales.
    Reconozco que este argumento de reciprocidad no lo ofrecen solo los alumnos. Se repite de la misma forma en multitud de medios de comunicación, personas formadas y padres de familia, y a mí, personalmente me deja un extraño regusto de sentimiento de fracaso y derrota para nuestra propia civilización. La duda que me invade es la siguiente: si podemos meramente comportarnos como ellos a la hora de resolver problemas de intolerancia. Si seguimos aceptando que nuestra civilización se basa en una democracia liberal, la política de cerrar el puño puede utilizarse puntualmente y de forma completamente legítima, pero en última instancia debemos permanecer con las manos abiertas. Abiertas a una mayor pluralidad. Precisamente el no seguir esta política de reciprocidad es lo que nos hace distintos a ellos.

En segundo lugar, hay que precisar qué significa la palabra "ellos". Un estado, un sector de la población intolerante, una minoría radicalizada, pueden dar la impresión de ser la voz única y universal de una cultura entera. Es un reflejo de nuestra ignorancia reducir la multiplicidad cultural a estas interpretaciones, por relevantes que puedan parecer. Cuando pregunto en clase sobre posibles diferencias entre países islámicos, todos responden que no hay ninguna o que son mínimas: todo se reduce a una interpretación fundamentalista. Pero si comparamos Afganistán, Indonesia, Kosovo, Marruecos o Turquía, nos damos cuenta de sus diferencias. Y la siguiente pregunta queda muchas veces en blanco: cuánta gente islámica conocemos en nuestra vida cotidiana para demostrar con tanta autoridad nuestro veredicto?

Y por último, alguien puede plantear una estrategia a largo plazo distinta que la de seguir manteniendo más o menos nuestros valores liberales? Esta es la pregunta que deja en muchas ocasiones Todorov abierta en su libro El Miedo a los bárbaros. Muchos consideran la interpretación liberal / multicultural como una debilidad intrínseca a nuestros regímenes políticos. Y efectivamente, la lucha por los derechos individuales y la tolerancia, ha sido siempre un camino con ingenuidades, optimismos no justificados, retrocesos marcados y crímenes que quedan impunes. Pero nadie se puede creer hoy en día que la lucha por la tolerancia es un camino de rosas. Nunca lo ha sido. Está salpicado por la sangre de víctimas inocentes y mártires. Es precisamente esa sangre la que acaba deslegitimando al asesino en un doloroso y largo -a veces interminable- plazo de tiempo.
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