Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

miércoles, 14 de abril de 2010

SOBRE REPÚBLICAS ILUSTRADAS Y TRONOS POSTMODERNOS (I).

Con motivo del aniversario de la II República, leo en blogs amigos tiernas dedicatorias al evento histórico, en una mezcla de nostalgia romántica hacia el pasado, huída de la jaula de hierro y reivindicación decidida hacia el presente y el futuro. La II República marcó un hito en el proceso de modernización de la historia de España, un hito truncado por una trágica guerra civil que todavía hoy sigue levantando ampollas judiciales. Pero no creo que la España de hoy esté basada en esos cinco años escasos de duración, y no dependa más de los profundos cambios que se experimentaron en el último tercio del siglo. Eso quizás es algo que se olvida con frecuencia por parte de los más ardientes defensores de este régimen.

Hace un par de años en Salamanca coincidí casualmente con una protesta contra el plan de Bolonia desfilando por la puerta de Zamora. Encontré un montón de estudiantes portando las banderas republicanas tricolor con orgullo. Yo inmediatamente pensé qué podía tener que ver una revisión de un plan educativo europeo, con el cambio de nuestro régimen político. Ah, pensé, resulta que la república es una idea de izquierdas, ni más ni menos, y que una persona de izquierdas solo puede ser republicana.  La manía de ostentar enseñas republicanas hace un flaco favor a la llegada de una república para todos y no abiertamente partidista. Y el error consiste en entender la república como si todavía una revolución estuviera pendiente en nuestra historia.  

Naturalmente, la II República es mucho más que un periodo agitado de nuestra historia: forma parte del legado simbólico y cultural de casi toda la izquierda de este país, en cuanto que reivindica la tradición progresista de esa España que estaba en ciernes y no pudo ser. Y esta es la primera peculiaridad histórica de nuestra república. Fue la encarnación de una ideología ilustrada que no tenía nada que ver con la mayor parte de las repúblicas que se estaban proclamando en Europa tras la I Guerra Mundial. Tan solo la república de Weimar se asemeja a la nuestra, y nació entre una fuerte represión revolucionaria. Nada que ver por supuesto con la república ultracatólica y nacionalista de Irlanda y el Fianna Fein de De Valera. Poco que ver con la transformación hacia la derecha de la tibia república portuguesa de 1910, que acaba en el Estado Novo, ni con las repúblicas nacientes de la desaparición del Imperio Autrohúngaro. Tan solo la naciente república checoslovaca de papá Masarick (así le llaman aún los checos) podría tener un reflejo con nuestra historia.   En definitiva, nuestra república venía con retraso de un siglo respecto a lo que sucedía en Europa. Lo que debía haber ocurrido en 1848, tardó demasiado tiempo en suceder, y nació en tiempos demasiado adversos. En definitiva, en ese cambio de régimen estaban depositadas demasiadas esperanzas, imposibles de colmar en muy poco tiempo.
Para explicar su fracaso, unos dirán que la base material del país no estaba preparada para esos cambios hacia la modernidad y fue una quimera imposible de realizar. Otros, que la oposición frontal de los sectores conservadores que no estaban dispuestos a ceder sus privilegios, hizo imposible cualquier avance. Y unos terceros, que nuestros primeros dirigentes democráticos actuaron en una frívola mezcla de ingenuidad, arrogancia y condescendencia, de la que, eso sí, hemos aprendido mucho a no repetir sus errores. Cada cual que tome la interpretación que más le guste. Yo, en línea con la visión más pesimista, me quedo con la interpretación puramente hobbesiana: el fracaso de unas expectativas altísimas y el aumento de la libertad política conducen a la ingobernabilidad, cosa que acabó minando el legítimo gobierno repúblicano y creándole enemigos hasta debajo de las piedras. Quizás fue un fracaso, pero un fracaso necesario en nuestra historia: con ese tropiezo aprendimos a construir otra democracia más firme. No de máximos, sino de consensos: eso es lo que les falta a los republicanos de hoy en día, y lo que entendió perfectamente la monarquía en la Transición. Por eso se ganó el puesto en aquella época.

Pero no vamos a dar lecciones baratas de historia, que pueden estar sometidas a revisión y crítica. Tan solo deseo desde aquí que los republicanos de nuestros días empiecen a trabajar en un proyecto menos ambicioso, menos atrapado en el tiempo y la nostalgia, y reconociendo que buena parte del proyecto de su añorada república está más que realizado y superado (hasta el punto que muchas de nuestras libertades y derechos eran sencillamente impensables entonces). Mientras no hagan eso, habrá que esperar mucho tiempo, hasta que las ideas republicanas se impongan no por méritos propios, sino por defectos de su contrario.  Cuando llegue la república, (supongo que algún día será así) ojalá lo haga de forma callada, fría, y con la emotividad justa que requiera la ocasión, como un paso necesario hacia formas de gobierno más perfectas. Eso sería sinónimo de aburrimiento, pero también de madurez política.  

6 comentarios:

  1. Al leerlo me han entrado ganas de contestarte y, quizás, comenzar un blog.

    Aunque dudo que lo hagas en realidad, generalizas algo al hablar de jóvenes republicanos, entre los que me incluyo.

    Mi particular visión del periodo de la II República es que se intentaron hacer muchos cambios en muchos campos en poco tiempo. Todo cambio tiene una parte que sale ganando y otra perdiendo. La mayoría que perdía con estos cambios fue la gente con dinero (en campos, industrias, distintos negocios, iglesia...) gente que, como ocurre ahora y ha ocurrido siempre, es la que manda. Si no tienes contento a la gente que maneja el dinero, el poder, por mal camino vas. Se intentaron hacer los cambios que estuvo haciendo el resto de Europa durante lustros (interrumpidos por la I GM) en 5 años.

    Con respecto al futuro, no pido la extradición, encarcelamiento, muerte, años de trabajos forzados o similar de cualquier miembro de la realeza. Solo pido que el pueblo pueda decidir la forma de gobierno que quiere, pido derecho a la autodeterminación, cosa que en su día no se tuvo (por el frágil momento de la transición, claro está), pero es un tema que ya es hora de que decidamos. Luego ya dentro de los distintos tipos de gobierno, prefiero la República, no por temas de familiares matados por el franquismo, que lucharon contra ellos, sufrieron el exilio o represión; si porque desde mi humilde punto de vista, es el modelo más democrático y más justo. No es de extrañar que los países más poderosos sean Repúblicas, y a excepción de China, son democráticas (Rusia, Estados Unidos, Alemania, Francia, India…); del grupo G8 solo Japón, Reino Unido y Canadá (ligada en este aspecto a Reino Unido) son Monarquías 2 ó 3 de 8

    Y sí, me he enrollado bastante, pero es lo que me pasa con los temas que me gustan :D

    Un abrazo primo.

    Carlos

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  2. Amigo Ángel.

    Los proyectos poco ambiciosos siempre se quedan a medio camino... Lo que dices me recuerda a la historia de los orígenes del sistema operativo Unix. Fue por los 60 cuando se puso en marcha un sistema para que muchos usuarios trabajaran simultaneamente. Pues bien, ese proyecto tan ambicioso fracasó, principalmente porque el soporte físico de la época no estaba preparado para tanta leña...
    La solución fue lógica: ir mejorando el soporte físico, al tiempo que se incrementaban las exigencias del sistema operativo. ¿Por qué pedirle menos a este sistema si está para eso precisamente?

    Y yo, gustoso en simplificar las cosas, hago una regla de tres y me da como resultado una 3ª (que no 2ª, por eso del orden) república y además socialista, porque si fuera burguesa o como se quiera decir, sería poco exigente y destinada al fracaso o a la indiferencia.
    Pero el término socialista puede levantar suspicacias, por lo que el que no esté de acuerdo, pues que pida una república donde impere la libertad, la igualdad y la fraternidad.

    Un abrazo

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  3. Me ha gustado tu artículo, porque es algo de lo que hablamos constantemente... De todas formas creo hay que deslindar lo que es la política del día a día con los símbolos identitarios. El nacionalismo, la religión y la política se identifican con hechos que sucedieron hace mucho tiempo y son transformados en el imaginario colectivo del grupo para fomentar su unidad, aunque eso no tenga nada que ver con su proyección pública actual. Lleva banderas republicanas en manifestaciones de izquierda es como sacar crucifijos, enarbolar a Smith, llevar señeras o tararear himnos... Por tanto hacer una extrapolación desde los símbolos a la política diaria es un salto demasiado largo para mis cansados huesos.
    Por otro lado, está el tema de la política actual y los problemas de la justicia española que una parte está anclada en un pasado nada conciliador. Me encantaría que esa justicia que calló los procesos de Pinochet sufra ahora un proceso judiicial desde Argentina. Está claro que cuando las cosas afectan a nuestra país y nuestra gente la razón se nos enturbia. El consenso tendría que seguir por una derecha que no fue juzgada por sus crímines de Guerra y, sobre todo, de Posguerra (250.000 desaparecidos, condenas retroactivas hasta 1969 y último campo de concentración de Europa cerrado en Mirando de Ebro... etc.) y ahora, treinta años después no cede un centímetro político y sigue identificándose con una de las dictaduras más largas y crueles de la Historia, la de Franco. Y esto no es un problema del pasado, sino de futuro, de construcción de una derecha política que sigue teniendo referencias políticas, en su pasado, que no son nada democrática ni conciliadoras. Un abrazo.

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  4. hola primo... Si te soy sincero cuando escribía este artículo pensaba también en ti, porque tenías una visión un poco más distanciada de la república (me acordaba de tu abuelo y lo poco que le gusta ver tu bandera republicana colgada de la habitación, je je je). Y efectivamente, espero que cada vez más gente tenga una visión algo menos apasionada del asunto y lo vea sencillamente como un derecho por el cual optar. Mi visión es muy pragmática: estoy igual de cómodo en un régimen que en otro, siempre que la función del gobernante se desarrolle bien (recuerdas Aristóteles?). Aunque esta claro, que en este sentido una república siempre es mejor porque permite el recambio del gobernante. Cuestión de pura eficacia, vamos. Lástima que no tenga la mística monárquica...

    Un saludo, primo...

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  5. Hola Carlos!
    Solo un detalle: si se te ocurre proclamar una "república socialista" en España, al día siguiente estamos fuera del mundo y con las empresas pidiendo "dejadnos salir de aquí". Amigo Carlos, si quieres una república socialista, ya tiene que ser la república socialista del mundo, no de España.No podemos ir por libre contra todos (partiendo que tienes que convencer al 90% de la población de España de que es una buena salida.

    Un saludo...

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  6. Ahí está el problema, Helí, se deposita excesiva identidad colectiva e ideológica en una cuestión menor. Pero ese es el gran handicap de los republicanos de hoy en día: liberarse de ese lastre identitario, o utilizarlo para su propia comunidad, no para el país entero.

    Y lo último que comentas... a ver si de estas logramos cerrar de una vez el proceso de la transición. EStá muy bien hablar de los derechos humanos siempre que no llaman a tu puerta. En cualquier caso, hay que reconocer el caso español como particular, al menos jurídicamente: una confrontación clásica del derecho positivo nacional contra un derecho internacional más normativo. Antes de empezar a hacer algo, hay que resolver ese conflicto. Pero esto sería para hablar de otra cosa... en otra ocasión.

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