Por una vez, voy a intentar a hablar de un tema político desde la experiencia directa profesional. Esto no es frecuente: suele ocurrir que hablamos de estos asuntos desde la barrera, partiendo de fuentes indirectas y datos en los que no nos sentimos partícipes. El resultado suele ser una opinión nebulosa, que siempre está sometida al aval del "experto" y que cualquiera puede poner en tela de juicio. Intentaré plantear una opinión distinta esta vez.
La propuesta política es simple: trabajar más para necesitar menos personal y reducir costes en la educación. La respuesta del cuerpo docente es que una ampliación de su jornada laboral atenta contra la dignidad de la profesión, ya bastante denigrada por la sociedad y que nunca tiene en cuenta su trabajo fuera del aula. La consecuencia de esta medida espera recortar miles de interinos en la geografía de las comunidades que van a imponer este aumento de la jornada laboral (Madrid, Galicia, Navarra...). Más allá del detrimento en los intereses corporativos del profesorado, el impacto en los centros de enseñanza se traduce en una menor disponibilidad de personal para numerosas tareas que van más allá del horario de clase habitual: tutorías, clases de refuerzo y apoyo, atención a los alumnos con necesidades educativas especiales y naturalmente, las actividades extraescolares que habitualmente se hacen por vocación en la enseñanza.
Desde mi punto de vista, discrepo del primer punto y apoyo el segundo. Contra lo que dice el cuerpo docente, los profesores con una jornada de 18 horas se pueden permitir trabajar un par de horas más a la semana sin que tenga que disminuir ostensiblemente su rendimiento y aumentar así su productividad en general. Otra cosa es que esa ampliación horaria tenga como objetivo principal el suprimir miles de puestos del profesorado. Eso es lo que el sistema educativo español tal vez no pueda permitírse sin renunciar a sus metas finales de una educación basada en una integración social y que pretende luchar contra el fracaso escolar.
Vayamos por partes. ¿Pueden los profesores trabajar más tiempo? Indudablemente sí. Y no negamos la carga horaria adicional que acompaña el impartir clases, algo de lo que desgraciadamente solo son conscientes los profesores y no el resto de la sociedad. La gente de la calle tiende a pensar que el profesor imparte una clase desde la improvisación y sin necesidad de una preparación previa. Peor aún: trabajar con alumnos -niños y adolescentes- supone un desgaste psicológico que pocas profesiones tienen. Si por casualidad tienes la mala suerte de tener un alumno conflictivo en clase -uno solo basta- el desgaste se multiplica. Muchos profesores al salir de las aulas sienten que su jornada no ha terminado y deben continuarla en su propia casa: correcciones, evaluaciones, puesta al día del material de clase, y hoy en día, llevar todo eso al mundo de las nuevas tecnologías. Un profesor responsable de secundaria -no todos actúan así- corrige exámenes y trabajos, leerá libros de apoyo y revisará o construirá unos apuntes, realizará un powerpoint o actualizará su blog o su wiki. Si además nos cambian una asignatura que no hemos dado nunca o no es de nuestra especialidad, el trabajo se hace doble. Pero a pesar de todo esto, el aumento de la jornada es posible en condiciones normales sin alterar "la dignidad" del profesorado y sin variar demasiado su rendimiento. Quizás no para un profesor novato -que se enfrenta a la tarea mastodóntica de preparar por primera vez las asignaturas- ni para el profesor viejo -cuyo desgaste laboral es mayor- pero sí para el profesor maduro. Ese profesor maduro muy posiblemente no utilice las 37.5 horas de trabajo que reclama el sector y su experiencia le permite economizar tiempo en sus actividades cotidianas.
¿Quién va a sufrir el golpe del presupuesto? Como en todas las crisis, no lo van a sufrir ni los adinerados (que tienden a refugiarse en la concertada o la privada) ni los que tengan altos rendimientos académicos (alumnos que por sus capacidades no van a necesitar de ningún tipo de apoyo del profesorado). Quienes van a sufrir con más fuerza este corte va a ser el grupo de riesgo al fracaso escolar, que es el que consume más recursos en la educación.
En la educación sufrimos la teoría de la utilidad marginal en toda su crudeza. Alcanzado un gasto determinado en educación que satisface un nivel determinado, toda inversión adiccional que se haga va a tener unos rendimientos menores a los anteriores. Dicho con un ejemplo sencillo: contamos con tres alumnos y veinte euros de presupuesto al día para su educación. Con ese dinero conseguimos que dos de esos tres alumnos promocionen de curso. Sin embargo, para que el tercer alumno promocione, necesitamos invertir no diez euros más, sino veinte o treinta. El coste del alumno problemático es muy superior al del alumno normal (por problemático, hablamos desde el genio inadaptado al sistema educativo hasta el alumno inmigrante). Una posible consecuencia directa de este recorte será el retorno a una educación que perderá su base universal y se desdoblará en una escuela de élite y un grupo cada vez más amplio de gente excluida del sistema educativo. Una pequeñez que a las consejerías de educación de varias comunidades autónomas desde hace ya algún tiempo parece no importarle demasiado.
En definitiva, los recortes en educación, si los tiene que haber, no deben pasar por el capital humano disponible para las aulas. En época de crisis, podemos prescindir de recursos materiales, ordenadores, pantallas digitales, becas de biblioteca y todo lo demás. Pero si prescindimos de los profesores, la tarea de la eduación sencillamente deja de ser posible.