Contemplo el día de hoy con espíritu de contradicción. Recordamos a los muertos de ayer, pero dejamos morir a los vivos de hoy: las conmemoraciones, el luto, las flores y banderas a media asta no tienen nada que ofrecer a los moribundos que huyen de los yermos de Somalia. Y es que claro, son cosas bien distintas, me podrán contestar los bien informados: es la crueldad y la premeditación lo que hace tan abominable el acontecimiento terrorista de hace diez años, frente a la fatalidad y la desgracia de las tragedias de hoy. Es por ello que estas conmemoraciones son necesarias: que queden fijas en nuestra memoria para protegernos de ellas en el futuro.
Sin embargo, la inocencia del que muere en los campos somalies y el que murió en las torres gemelas es la misma. La culpa de que esto ocurra, que recae abominablemente sobre un solo individuo en un atentado terrorista, se difumina en el mundo entero con los otros casos y echamos la culpa a entes impersonales: la sequía, una guerra civil, un sistema económico injusto o el mismo azar. Eso es lo que permite encogerme de hombros, escribir en el blog de forma frívola sobre el tema, mirar hacia otro lado y seguir llorando a nuestros muertos. Las culpas, cuando son compartidas a partes iguales y en tan pequeña escala, no pesan en la conciencia. Una desgraciada contradicción diez años después del 11S.
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