Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

martes, 6 de septiembre de 2011

¿SERÁ QUE LOS MONOS TIENEN LOS MISMOS DERECHOS QUE EL HOMBRE?


Washoe: un genio dentro de los chimpancés.
        Esta es la pregunta que muchos del gremio de la bioética se están formulando en los últimos años, y no es para menos. Peter Singer va más allá en su Ética Práctica, y plantea que de hecho, un mono como Washoe o un gorila como Koko deberían equipararse éticamente a los seres humanos e incluso gozar de mayor protección moral que un feto humano. ¿Qué es lo que hizo a este simpático chimpancé tan singular frente a sus congéneres y tan cercano a nosotros? Una cosa tan básica en nuestra especie como es el lenguaje. El último reducto del hombre, que supuestamente está a buen recaudo biológico gracias a nuestras cuerdas vocales únicas en el reino animal, se deshizo cuando este chimpancé aprendió lengua de signos. Reconoció y usó con propiedad más de 350 palabras del lenguaje de signos americanos, la transmitió a otros miembros de la especie. Este aprendizaje no se reduce a la mera anécdota. A partir de ahí Washoe y Koko pudieron transmitir sentimientos y proyectar estados de ánimo, expresar intencionalidad en sus actos y alcanzar de forma decidida la autoconciencia, ese otro campo que supuestamente es privilegio de los hombres.

      Todo esto condujo a Singer a considerar que el status de persona puede concederse también a estos primates que por un aprendizaje muy selectivo han alcanzado estos niveles de comunicación. Y muy posiblemente, Singer tenga razón. Es más, es posible que este colectivo de primates necesiten moralmente de más atención en cuanto que su autonomía está reducida por las decisiones de individuos -humanos- que pueden decidir por su suerte en el momento que ellos lo deseen (de alguna forma, estarían en el "grupo de riesgo" de individuos amenazados).
     Si la historia de los derechos humanos es una historia de expansión de derechos morales a distintos grupos humanos (primero, los hombres blancos europeos, después, otras razas, los excluidos, las mujeres y las distintas etnias culturales), quizás sea necesaria ahora una nueva revisión de sus contenidos y promover un auténtico giro biológico. Hasta ahora la noción de persona moral estaba limitada a nuestra especie, en un último bastión del antropocentrismo predarwiniano: ¿en qué limbo ético quedan entonces estos monos avanzados?
     Reconozco que este salto moral es complicado. Para bien o para mal, nuestros sentimientos éticos no siempre se mueve a un nivel puramente racional. Los seres humanos tomamos afectos hacia nuestros semejantes no por la extensión razonable de un concepto -la noción de persona, que queda relegada más al campo del derecho- sino por reglas que afectan más a los sentimientos: la proximidad física y cultural, la empatía y la simpatía -ese principio que tanto gustaba a Adam Smith-, y naturalmente, la cercanía biológica. Quizás sea este un límite impuesto desde nuestra misma carga genética. De ahí que muchas personas nieguen que uno de estos monos tuviesen por ejemplo tantos o más derechos que un embrión humano y lo consideren un auténtico escándalo moral. Algo outrageous, como dicen muy finamente los ingleses.  
     Sin embargo, estos afectos morales limitados pueden cambiar con el paso del tiempo: también son reeducables. Es de esperar que vayamos mostrando una mayor sensibilidad moral hacia estos primos biológicos nuestros que, con cada día que pasa, descubrimos que son más cercanos a nosotros de lo que pensábamos. Aunque para ello tengamos que pagar el precio de bajarnos definitivamente del trono real de la Creación y compartirlo con unos humildes monos.   
Washoe dialogando con Allan Gardner, uno de sus cuidadores y maestros. 
Koko, con su gato como mascota. A su muerte, el gorila expresó
sentimientos de pérdida y pena con sus cuidadores a través del lenguaje.

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