¿Será Rajoy el próximo Olivares? |
Pobre señor Rajoy. No ha debido dormir muy tranquilo estos últimos días. Los gritos de un millón de personas pidiendo la independencia de Cataluña ha debido resonar en sus pesadillas nocturnas, ahora que la prima de riesgo le daba un ligero respiro. Quizás alguno del gobierno creía que iban a pasar de rositas con la gestión que están desarrollando. En términos sociales resulta inaceptable para una parte cada vez más importante del país. Económicamente hablando, es progresivamente puesta en duda, pues los objetivos que persigue no van a facilitar automáticamente crecimiento económico y los ejemplos de países de nuestro entorno que ya han aplicado estas políticas no son un estímulo precisamente. Y en el ámbito político, el gobierno por decreto y sin discusión parlamentaria da la sensación de una deriva autoritaria sin precedentes, siempre justificada por los difíciles tiempos que sufrimos y la mayoría absoluta. Lógicamente, la gente necesita válvulas de escape, y falta mucho para el Mundial de fútbol.
Pues bien, a los tecnócratas les ha estallado una bomba más. Pólvora populista para luchar contra la crisis, en forma de nacionalismo independista en Cataluña como nunca se ha visto. En nuestra humilde opinión, la peor respuesta a una crisis económica y social. No habría que olvidar que el nacionalismo en estos contextos ha favorecido siempre la exclusión, el proteccionismo económico, la segregación y el racismo, por no hablar del monstruo Hitler y sus secuaces, que eran todos ultranacionalistas. Es una respuesta de insolidaridad absoluta y además, con altas dosis de incertidumbre ante los desafíos que supone: una huida hacia delante en toda regla. Pero claro, mientras corres, te sientes libre. Supongo que muchos manifestantes de la Díada se sentirían igual y no puedo recriminarles por ello. Libres, felices por un fugaz instante, olvidando sus dramas personales y pensando que realmente estaban haciendo historia. Da igual la racionalidad de las propuestas puestas sobre la mesa. Raras veces en la lucha contra la injusticia de un mercado global, una identidad local ha quedado bien parada. La sensación es que con el estado español tampoco les va a ir mejor. Ni una palabra, naturalmente, de los propios responsables políticos catalanes de la gestión de la crisis y la deuda (no hay que olvidar que en el edificio autonómico buena parte del dinero catalán lo gestionan ellos mismos). Ni una palabra tampoco de la respuesta europea a una independencia catalana. Parece dar igual que de vasallo de España, Cataluña se convierta en paria de Europa o esclavo del BCE y Alemania, en el mejor de los casos. El estado español se convierte en chivo expiatorio de la crisis, y evidentemente esta sensación ha sido favorecida de forma ingenua en el día a día de nuestros políticos: Rajoy quizás esté ahora arrepentido de su pasado favoreciendo el cerco al cava catalán, o dando rienda suelta en su partido a los centralistas más furibundos. Igualmente Artur Mas estará ahora digiriendo su deriva soberanista, sabiendo como político que esto trae más problemas que soluciones en el contexto que vivimos. De semejantes aguas vienen estos lodos. Y en sus mentes se debe estar perfilando la pregunta que se hace una parte importante de la sociedad española y catalana: ¿y ahora, qué?
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