Parece que las medidas de la señora Dolores de
Cospedal anunciadas hace algunos días ha descolocado a más de un sector de los
ultracríticos con nuestro sistema político. Aquellos que pedían una reducción drástica
de los gastos en los sueldos de los políticos se han encontrado con que la
presidenta de la junta de Castilla la Mancha ha sugerido que el trabajo de los
cargos políticos sea prácticamente gratis en beneficio de la sociedad, cobrando
solo por la asistencia puntual a los actos y compromisos públicos de rigor. Al
mismo tiempo, a las demandas de menos políticos, Cospedal anuncia un recorte de
la mitad de diputados en el parlamento autonómico. De 49 pasaríamos a 25
diputados. En términos numéricos, que tanto entusiasman a los ahorradores de
las arcas públicas, se gastarían al año 1.7 millones de euros menos.
En un sentido distinto, pero igual de necesario, menos duplicidades,
menos diputados y cargos de trapo son respuesta no solo a la necesidad de recortes,
sino a una necesidad de regeneración política. En fin, la dirigente más
inteligente y elegante (y por supuesto la más rica y la que menos necesita de
su cuantioso sueldo) de nuestro gris panorama político nacional ha vuelto a
llamar la atención sobre las responsabilidades de los políticos. Y parece que
otros líderes autonómicos ya están tomando nota.
Posiblemente
cualquiera de los manifestantes del 15-M de hace algo más de un año, que hoy no
se manifiesta pero sigue incendiando la red, aplaudiría estas medidas
regeneradoras, aunque como eterno insatisfecho las seguiría viendo
insuficientes. Pero ahora resulta que una parte de aquellos que más defendían
la regeneración política, progresistas y gente bien pensante, se encuentran de
pronto con la boca del lobo y acusan de populismo a la supuestamente
bienintencionada señora De Cospedal. ¿Nos hemos vuelto locos o detrás de la
regeneración existen auténticos riesgos graves?
.
Si
echamos un vistazo a la historia, los más pesimistas apuntan a que lejos de ser
democráticas, estas medidas pueden llevarnos ni más ni menos que al
retorno de gobiernos oligárquicos. La paulatina volatilidad del voto y su fuga
hacia los partidos pequeños se puede abortar haciendo más difícil sacar un
representante político y demandando más votos por su cabeza. No es de extrañar
que la reducción de diputados, concejales y demás cargos políticos sea
bienvenida desde las filas de los partidos mayoritarios, aunque eso suponga adelgazar
sus propias expectativas de ofrecer cargos a sus propias clientelas.
Pero
nos interesa más hablar de los honorarios otorgados por el trabajo político.
Desde las crónicas de la antigua Roma a Ciudadano Kane o incluso la
Italia de nuestros días, la política era una aventura en la que solo
podían embarcarse los más ricos de la sociedad. El patricio romano metido a
político era aquel noble rico que estaba dispuesto a no ganar nada con el cargo
–es más, perdía auténticas fortunas-, pero obtenía prestigio y se garantizaba
suculentos negocios para él y sus clientelas gracias al cargo que ostentaba.
Nadie parece darse cuenta que el sueldo en política es lo que menos importa
para ese grupo social. Importa el poder y mucho, pero ese poder
obviamente da más beneficio si previamente estás colocado en una posición
económica privilegiada o cuentas, como en la antigua Roma, con una clientela
aventajada. El riesgo es relativamente alto: si la clase política emerge
única y exclusivamente de la franja social privilegiada económicamente, es más
que posible que gobiernen de acuerdo con sus intereses por delante, por más que
en una democracia el electorado tenga la llave última del gobierno. Y por otro
lado, aquellos que lleguen de posiciones menos privilegiadas harán lo posible
por utilizar el poder político para adecuar sus intereses para cuando deje el
cargo. En definitiva, entender la política como un trabajo a tiempo parcial,
lo convertirá indudablemente en un hobbie lucrativo o prestigioso que solo
podrán ostentar gente como grandes empresarios que en sus ratos de ocio
se dedican a ser presidentes de equipos de fútbol. No por casualidad, Marbella
fue gobernada por el presidente del Atlético de Madrid, e Italia por el
presidente del Milán. Esto no son fantasías: son riesgos reales a los que nos
exponemos en el futuro.
Obviamente,
el sueldo de los políticos no es una vacuna contra la corrupción o la
persecución del interés privado, pero demostró en su momento que agilizaba la
democratización de las instituciones. Una cosa es controlarlo y no convertirlo
en un privilegio monopolizado por los propios políticos, y otra muy distinta es
su eliminación. Hay otras medidas mucho más sabias para limitar el poder
político y evitar su profesionalización, como puede ser una duración limitada
en los cargos políticos o incluso en la vida pública. Esta medida, que romanos
y americanos se tomaban muy a pecho, muestra un hecho evidente: la excesiva
permanencia en el poder genera inercias de corrupción y clientelas económicas,
evitando la regeneración política. La temporalidad del cargo público
tiene indudablemente una función reguladora mucho más importante que la de un
sueldo.
.
Pero
nos está bien empleado, sí señor. En nuestra miseria económica hemos criticado
hasta lo indecible un sistema político que bien que mal, tenía muchos aciertos.
Lo hemos colocado de chivo expiatorio ante un mal del que a duras penas es
responsable –o lo es en la misma medida que la propia sociedad tan crítica-.
Así, entre muchas propuestas críticas de sentido común que la ciudadanía ha
lanzado a la clase política, otras rozan el desahucio de la propia democracia
liberal representativa, tal y como hoy se entiende. Muchas reglas del juego
político estaban ahí no por antojo o por mero gasto público, sino por necesidad
vital para el funcionamiento correcto de las instituciones. Expliquen esto a
los populistas y a aquellos que en Facebook y las redes sociales arrojan tantas
piedras sobre la clase política, pidiendo rodar cabezas, eliminar sueldos,
dimisiones en masa y reducción de diputados. Mientras estos furibundos críticos
–gente normal, por otra parte- lanzan sus gritos de guerra, los partidos
mayoritarios y las grandes familias políticas dejan hacer, conscientes de los
réditos que pueden sacar de estas controversias. Política de laissez faire, como
los viejos partidos decimonónicos. ¿Quién tendrá diputados en los
parlamentos del futuro? Los partidos más votados. ¿Quién podrá acceder a un
cargo político? Aquel que tenga su futuro garantizado de antemano. El sueño
democrático tendrá que esperar. Bienvenidos a la oligarquía del mañana.
Tenía
razón alguien cuando aseguraba que la miseria ensombrece el pensamiento y
desarma la cordura. Nuestra miseria nos enajena y hace enloquecer: nos hace
tirar por la borda instituciones valiosas que poco tienen que ver con la crisis
y cuya desaparición no va a solucionar más bien nada, sino empeorar aún más la
situación. Poco a poco, nos vamos adentrando en las tinieblas psicológicas más
dramáticas de la crisis: la destrucción por la destrucción. Muerto el
futuro, solo nos da placer romper con el pasado, en la esperanza de un mundo
nuevo que ha de emerger algún día. Nihilismo en estado puro como única política
posible.
No podría estar más de acuerdo con todo lo que dices. Estoy completamente de acuerdo contigo. El problema de movimientos sociales como el 15-M, fue el mismo que el del marxismo más crítico de los 70, autores como Habermas en su afán por llegar al comunismo, al final llenaban de argumentos contra el Estado del Bienestar a las cabezas neoliberales.
ResponderEliminarQué duro es el paso del mundo de las ideas a la práctica.
Me reitero, un gran artículo...
Esto es deprimente. La teoría es maravillosa, la práctica mil veces más compleja...
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