Hoy el señor Tibb va a hablar de los héroes. ¿Por qué? Porque estamos hasta la coronilla de la política. Desesperado de leer periódicos e informativos, no sabe qué nuevo puede hablar sobre el 25-S cuando otros ya lo hacen tan ampliamente y de forma tan clara. Agobiado por la vorágine del tiempo presente, necesita refugiarse en su mundo de ficción y desea convertirse en un adolescente de tres al cuarto sin interés alguno en la política... Así que hoy hablaremos sobre héroes, la antítesis utópica que muchos desearían para nuestros días oscuros y de gente mediocre. Y la razón no es vanal. Aunque no nos guste, nuestros héroes particulares dicen mucho de nosotros mismos. No solo por aquello que decía Jung, de arquetipos universales que retratan las personalidades de cada individuo. Los héroes de cada época reflejan la sociedad que les ha creado y con los que sueñan, y los nuestros no son una excepción.
Puestos a hacer clasificaciones interminables en torno a este tema, nos hacemos una simple pregunta que parece común en nuestro imaginario colectivo: ¿Por qué algunos de los héroes de ficción actuales con más tirada van a la escuela? ¿Será tan solo una mera estrategia comercial para encontrar a sus seguidores entre los estudiantes? Harry Potter y Naruto (el señor Tibb se siente mucho más enganchado al culebrón manga que a los magos de Howards) son héroes de nuestro tiempo y representan perfectamente lo que estamos diciendo. Aunque indudablemente, la idea de maestro y discípulo en el mundo de los héroes no es nada nueva. Desde el pasado siglo hay que otorgarla a la pareja Luke Skywalker y el maestro Yoda. En el caso de los dos primeros, como todo héroe universal, van con un destino marcado de antemano, tienen que hacerse, luchan por conocer su propia identidad. Tanto uno como otro, son héroes desde su nacimiento, producto de una gran lucha que inconscientemente ha salvado al mundo, pero de la que desconocen todos sus detalles. Sin embargo, si en los héroes antiguos la etapa de formación pasaba más oscuramente, ahora es el momento de la vida del héroe que mejor conocemos. De hecho, es el que más nos interesa. Lo demás, la lucha entre el bien y el mal, el resultado a veces maniqueo u otras veces agridulce del final de ese enfrentamiento, resulta algo secundario.
Ese destino está oculto bajo un largo proceso de formación, muy similar al larguísimo periodo educativo que atravesamos nosotros a lo largo de nuestra vida. Resulta interesante que cuando estos héroes crecen, empiezan a perder su encanto. Nos engancha mucho más el Naruto en la academia de Konoha, hiperactivo y adolescente, o el Harry mocoso de la escuela de Howards, lleno de dudas y rodeado de enemigos potenciales. Cuando estos héroes descubren su poder, dejan de ser interesantes. Empiezan a perder público, excepto en los acólitos más acérrimos. Se convierten en un superhéroe más.
Nuestra sociedad disfruta con los héroes que se hacen a sí mismos, con sus desaciertos y sus luchas interiores. Rehuye por completo o les parece sumamente aburridos aquellos que desde un principio aparecen como casi invencibles y alejados de toda confusión moral (como por ejemplo Superman). Cuanto más lejos de los hombres y más cerca de Dios, menos atractivos nos resultan. Y uno se pregunta si esto es la humanización de los héroes o su acercamiento al siglo XXI. El héroe griego es Dios hasta el momento de su muerte, en el que se recuerda de nuevo su condición humana (el caso de Aquiles es paradigmático). Apenas necesita maestros: los dioses los abandonan y sus padres adoptivos no hacen otra cosa que garantizar su supervivencia (el héroe rescatado de las aguas, como el Sargón sumerio o el Moisés judío y adoptado posteriormente). Su gran virtud para nosotros es el envilecimiento, su sometimiento a las pasiones, que lo hacen cercano a los demás. Esto lo supo con amargura Conan Doyle cuando describía a Sherlock Holmes (los lectores amaban más al detective cuando lo disfrazaba de cocainómano, extravagante y maquiavélico), y lo saben todos los que ilustran a Batman y le dan matices y sombras que lo hacen atractivo. De igual manera, ocurre lo contrario con el villano: en la tradición manga es costumbre que el villano sea psicológicamente muy complejo y se redima al final de su aventura, aunque lógicamente deba pagar con su vida esa remisión, en la mayor parte de los casos.
Por el contrario, el héroe moderno se vuelve Dios a lo largo de su vida. Es el ideal del hombre que se hace a sí mismo, el modelo liberal por excelencia. Humilde en un principio, conocedor de su tragedia, tiene que trabajar y esforzarse duro si desea alcanzar su destino. Y sin embargo, no es el Robison Crusoe de Defoe ni el héroe encarnado en el cine de oro de Hollywood, solo ante el peligro (como en el western), capaces por sí mismos de superar todo trance. Aunque los héroes de todos los tiempos han necesitado maestros y guías por el camino, los héroes actuales (Luke, Naruto, Harry Potter, Neo y otros muchos) los necesitan más que nunca: maestros de tradición oriental que no solo les enseñan técnicas de combate, sino también caminos en el conocimiento de sí mismos.
El maestro Yoda o Kakashi sensei (no es casualidad que el término japonés de maestro se haya divulgado tanto) encajan perfectamente en este perfil, hasta el punto que se convierten en el cuarto elemento añadido a los tríos típicos formados por los héroes tradicionales: el héroe con su destino, su acompañante colaborador, rival y amigo a la vez, y el elemento femenino (o masculino, si hablamos de heroínas) que aporta una relación sentimental entre los protagonistas. En la medida en que la adquisición de conocimiento se haga más necesaria en nuestra sociedad para el desarrollo personal, el perfil del maestro o guía también cambia. Ya no es solo un maestro, singular y privilegiado, sino que es una auténtica institución: la escuela de Howards, la escuela de la villa de la Hoja, o la academia Jedi. Esa institución hace las veces de modelo de referencia para el héroe y lugar de veneración y fidelidad, pero también acaba siendo un lugar donde las reglas académicas deberán romperse para que el héroe pueda llegar a su plenitud. En nuestra actual sociedad del conocimiento, no dudamos que los maestros seguirán siendo un referente de primer orden en la vida de nuestros héroes más queridos.
Puestos a hacer clasificaciones interminables en torno a este tema, nos hacemos una simple pregunta que parece común en nuestro imaginario colectivo: ¿Por qué algunos de los héroes de ficción actuales con más tirada van a la escuela? ¿Será tan solo una mera estrategia comercial para encontrar a sus seguidores entre los estudiantes? Harry Potter y Naruto (el señor Tibb se siente mucho más enganchado al culebrón manga que a los magos de Howards) son héroes de nuestro tiempo y representan perfectamente lo que estamos diciendo. Aunque indudablemente, la idea de maestro y discípulo en el mundo de los héroes no es nada nueva. Desde el pasado siglo hay que otorgarla a la pareja Luke Skywalker y el maestro Yoda. En el caso de los dos primeros, como todo héroe universal, van con un destino marcado de antemano, tienen que hacerse, luchan por conocer su propia identidad. Tanto uno como otro, son héroes desde su nacimiento, producto de una gran lucha que inconscientemente ha salvado al mundo, pero de la que desconocen todos sus detalles. Sin embargo, si en los héroes antiguos la etapa de formación pasaba más oscuramente, ahora es el momento de la vida del héroe que mejor conocemos. De hecho, es el que más nos interesa. Lo demás, la lucha entre el bien y el mal, el resultado a veces maniqueo u otras veces agridulce del final de ese enfrentamiento, resulta algo secundario.
Ese destino está oculto bajo un largo proceso de formación, muy similar al larguísimo periodo educativo que atravesamos nosotros a lo largo de nuestra vida. Resulta interesante que cuando estos héroes crecen, empiezan a perder su encanto. Nos engancha mucho más el Naruto en la academia de Konoha, hiperactivo y adolescente, o el Harry mocoso de la escuela de Howards, lleno de dudas y rodeado de enemigos potenciales. Cuando estos héroes descubren su poder, dejan de ser interesantes. Empiezan a perder público, excepto en los acólitos más acérrimos. Se convierten en un superhéroe más.
Nuestra sociedad disfruta con los héroes que se hacen a sí mismos, con sus desaciertos y sus luchas interiores. Rehuye por completo o les parece sumamente aburridos aquellos que desde un principio aparecen como casi invencibles y alejados de toda confusión moral (como por ejemplo Superman). Cuanto más lejos de los hombres y más cerca de Dios, menos atractivos nos resultan. Y uno se pregunta si esto es la humanización de los héroes o su acercamiento al siglo XXI. El héroe griego es Dios hasta el momento de su muerte, en el que se recuerda de nuevo su condición humana (el caso de Aquiles es paradigmático). Apenas necesita maestros: los dioses los abandonan y sus padres adoptivos no hacen otra cosa que garantizar su supervivencia (el héroe rescatado de las aguas, como el Sargón sumerio o el Moisés judío y adoptado posteriormente). Su gran virtud para nosotros es el envilecimiento, su sometimiento a las pasiones, que lo hacen cercano a los demás. Esto lo supo con amargura Conan Doyle cuando describía a Sherlock Holmes (los lectores amaban más al detective cuando lo disfrazaba de cocainómano, extravagante y maquiavélico), y lo saben todos los que ilustran a Batman y le dan matices y sombras que lo hacen atractivo. De igual manera, ocurre lo contrario con el villano: en la tradición manga es costumbre que el villano sea psicológicamente muy complejo y se redima al final de su aventura, aunque lógicamente deba pagar con su vida esa remisión, en la mayor parte de los casos.
Por el contrario, el héroe moderno se vuelve Dios a lo largo de su vida. Es el ideal del hombre que se hace a sí mismo, el modelo liberal por excelencia. Humilde en un principio, conocedor de su tragedia, tiene que trabajar y esforzarse duro si desea alcanzar su destino. Y sin embargo, no es el Robison Crusoe de Defoe ni el héroe encarnado en el cine de oro de Hollywood, solo ante el peligro (como en el western), capaces por sí mismos de superar todo trance. Aunque los héroes de todos los tiempos han necesitado maestros y guías por el camino, los héroes actuales (Luke, Naruto, Harry Potter, Neo y otros muchos) los necesitan más que nunca: maestros de tradición oriental que no solo les enseñan técnicas de combate, sino también caminos en el conocimiento de sí mismos.
El maestro Yoda o Kakashi sensei (no es casualidad que el término japonés de maestro se haya divulgado tanto) encajan perfectamente en este perfil, hasta el punto que se convierten en el cuarto elemento añadido a los tríos típicos formados por los héroes tradicionales: el héroe con su destino, su acompañante colaborador, rival y amigo a la vez, y el elemento femenino (o masculino, si hablamos de heroínas) que aporta una relación sentimental entre los protagonistas. En la medida en que la adquisición de conocimiento se haga más necesaria en nuestra sociedad para el desarrollo personal, el perfil del maestro o guía también cambia. Ya no es solo un maestro, singular y privilegiado, sino que es una auténtica institución: la escuela de Howards, la escuela de la villa de la Hoja, o la academia Jedi. Esa institución hace las veces de modelo de referencia para el héroe y lugar de veneración y fidelidad, pero también acaba siendo un lugar donde las reglas académicas deberán romperse para que el héroe pueda llegar a su plenitud. En nuestra actual sociedad del conocimiento, no dudamos que los maestros seguirán siendo un referente de primer orden en la vida de nuestros héroes más queridos.
Los héroes se rodean de colaboradores: Ron y Hermione rodean a Harry.
Los tres van vestidos de estudiantes.
El trío clásico de la Guerra de las Galaxias, con su toque incestuoso y edípico. Arriba, con los venerables maestros Obi-Wan y Yoda.
El equipo número 7 del anime Naruto, acompañado de su sensei, Kakashi.
El trío de Matrix. Aquí Morfeo hace las veces de colaborador y maestro de Neo
en el conocimiento de la realidad.
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