Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

sábado, 11 de abril de 2020

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Mañana en el supermercado. Colas espaciadas de media hora para poder entrar al mismo, personas haciendo el recuento de los consumidores en el interior. La harina y la levadura, agotada. Me encuentro con una madre del colegio y hablamos durante un rato largo, que acaba sintiéndome incómodo. Otra cola espaciada en el interior que lo atraviesa entero por dentro. La gente espera su turno con paciencia. 
En la cola recordaba conversaciones de Damian en los últimos años del comunismo en Polonia, que me hablaban de excursiones a los supermercados a la captura de un único producto disponible por el estado. Recuerdo que les preguntaba cómo soportaban eso.  "Te acostumbras", me decía. "No es era tan duro, al menos para un chaval de trece años. Teníamos vodka." Ahora les doy la razón. Cuando lo extraordinario e impensable se vuelve cotidiano en cuestión de semanas, quiere decir que nuestra capacidad de adaptación es mayor siempre de la que pensamos.

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