Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

sábado, 22 de mayo de 2010

PASEO POR ARANJUEZ


     La excursión del colegio a Aranjuez nos permitió hacer algunas reflexiones sobre la historia de nuesro país y la monarquía moderna. En primer lugar concedemos unas simplificaciones en la didáctica de la historia realmente deformantes. Viendo el esplendor de Aranjuez y el lujo de la corte borbónica (la absoluta y la liberal), uno se pregunta dónde está la verdad del lema del despotismo ilustrado de "todo para el pueblo pero sin el pueblo". Indudablemente el bien del pueblo se identifica con el esplendor de la realeza: un río desviado de su curso para regar hermosos y costosos jardines, un ferrocarril en la época liberal cuya única utilidad era la comodidad del transporte de la Corte y salas y salas ornamentadas hasta el mareo de los sentidos. Y es que un rey de buena prensa como Carlos III gastó una importante parte del erario público en guerras de cuestionable interés para el país y en estos ornatos inútiles, que desde la comodidad de nuestros días observamos con gusto, pero que para aquel momento tuvo que ser un oneroso gasto para la Corona. Esto no es un alegato contra quellos hombres: la época no daba para más. Como he comentado alguna otra vez, a nadie le extraña que Adam Smith prohibiera la inmiscusión en la economía para estos personajes tan improductivos.
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      Pero visitando las lujosas habitaciones, paseando por los jardines, uno pone en duda que aquella familia designada por Dios para gobernar el glorioso reino español y su imperio fuera feliz en sus aposentos. Más bien nos parece hoy una jaula de oro en la que unos locos parecen sumirse en un sueño de poder absoluto en muchas ocasiones ilusorio. Un ejército de hombres cumplían los deseos del monarca y estos se buscaban desesperadamente ocupaciones para mantenerse ociosos. Así salieron reyes melómanos, granjeros, cazadores y relojeros. Curiosamente aquellos monarcas absolutos tenían cadenas invisibles, basadas en convenciones, costumbres y una moral católica que atenazaba todas sus decisiones y los convertían en marionetas de la institución que representaban.  No resulta difícil imaginarse a uno de estos hombres paseando cabizbajo por los jardines, rodeados de servidores a sus espaldas, buscando una escapatoria a esa cárcel invisible.

2 comentarios:

  1. Cuando visité el Vaticano o el Palacio Real de Madrid tuve sensaciones similares. Es todo tan bello, tan insultantemente bello...

    Un saludo

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  2. Sí, yo tuve experiencias parecidas anteriormetne visitando París o los castillos de la República Checa. Allí, por cierto, el estado comunista en 1948 requisó todos los bienes de la nobleza y los convirtió en bienes públicos y museos (una de las pocas cosas que se mantienen de esa época en el país).

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