Hablar de política económica sería obligación en estos días. Pero resulta doloroso y además, crecientemente inútil. La esfera de la económica real y ficticia parece sobrevolar por encima de nuestras cabezas, completamente insensibles a lo humano y sin que ningún impedimento político o social pueda restringir sus sagradas normas. Antes bien, parece que vuelven los viejos tiempos del tío Marx en el que los estados son meras marionetas bajo la especulación financiera.
Por todo esto, prefiero hablar de una trivialidad que sin embargo me tiene preocupado en mi reducida esfera personal: la pérdida de curiosidad, primer momento de la vejez humana. Recordamos que Aristóteles hacía de la buena curiosidad la esencia del conocimiento humano, y que Sócrates, las noches antes de morir, pedía a sus compañeros de celda que le enseñaran sus oficios, por el mero hecho de aprender cosas nuevas. Pensemos que este sentimiento no está tan lejos de ese afán nietzscheano de vivir nuestra existencia en una constante creación estética.
Pero estas creencias griegas parecen evaporarse con los nuevos mitos de la ciencia actual. En uno de los libros de divulgación científica que miro de cuando en cuando, una idea revolvía mis tripas con especial virulencia. Según Sapolski, la curiosidad humana tiene fecha de caducidad. de forma muy exhaustiva, el científico va examinando cómo nuestra curiosidad va aminorando en nuestras lecturas, la música a los treinta, el cine a los treinta y cinco, la comida o la ropa al llegar los cuarenta. Nos vamos haciendo animales de costumbres, y las costumbres desfiguran poco a poco el buen hacer de nuestro cerebro, convirtiéndolo en un órgano vago. Cuando leía ese artículo me invadió cierto espíritu rebelde (un espíritu que se levanta en muchas ocasiones con este tipo de lecturas) e intenté hacer lo contrario como reivindicación de la libertad humana. Pero revisando la tesis, reconozco la gravedad del asunto: apenas leo literatura nueva (más bien tiendo a releer clásicos), me cuesta sentarme en el sofá o delante del ordenador para ver una película nueva. Tiendo a pensar que lo que voy a leer o ver no es más que una nueva versión de algo ya conocido. Tan solo la música se resiste a abandonarme: todo lo que cae en mis manos se consume con rápidez, y todavía me siento como un niño pequeño cuando este último mes he descubierto la discografía de Frank Zappa o de los Sonic Youth (aún así, mi mirada es más hacia el pasado, no hacia la novedad). Puedo atribuir muchas causas para el origen de este hastío, pero empieza a preocuparme profundamente. Empiezo a sentir una envidia malsana de mi propio hijo cuando le quito la mano de su cara y él, completamente entusiasmado, se da cuenta que el mundo sigue ahí.
Pero estas creencias griegas parecen evaporarse con los nuevos mitos de la ciencia actual. En uno de los libros de divulgación científica que miro de cuando en cuando, una idea revolvía mis tripas con especial virulencia. Según Sapolski, la curiosidad humana tiene fecha de caducidad. de forma muy exhaustiva, el científico va examinando cómo nuestra curiosidad va aminorando en nuestras lecturas, la música a los treinta, el cine a los treinta y cinco, la comida o la ropa al llegar los cuarenta. Nos vamos haciendo animales de costumbres, y las costumbres desfiguran poco a poco el buen hacer de nuestro cerebro, convirtiéndolo en un órgano vago. Cuando leía ese artículo me invadió cierto espíritu rebelde (un espíritu que se levanta en muchas ocasiones con este tipo de lecturas) e intenté hacer lo contrario como reivindicación de la libertad humana. Pero revisando la tesis, reconozco la gravedad del asunto: apenas leo literatura nueva (más bien tiendo a releer clásicos), me cuesta sentarme en el sofá o delante del ordenador para ver una película nueva. Tiendo a pensar que lo que voy a leer o ver no es más que una nueva versión de algo ya conocido. Tan solo la música se resiste a abandonarme: todo lo que cae en mis manos se consume con rápidez, y todavía me siento como un niño pequeño cuando este último mes he descubierto la discografía de Frank Zappa o de los Sonic Youth (aún así, mi mirada es más hacia el pasado, no hacia la novedad). Puedo atribuir muchas causas para el origen de este hastío, pero empieza a preocuparme profundamente. Empiezo a sentir una envidia malsana de mi propio hijo cuando le quito la mano de su cara y él, completamente entusiasmado, se da cuenta que el mundo sigue ahí.
Me ha encantado este nuevo artículo, pero yo no creo que dejes de ser una persona curiosa. Esta creo que es una característica que te singulariza, como ha Sócrates, respecto del resto de los humanos. Lo que yo creo es que acontecimientos más importantes y novedosos se han asentado a tu alrededor, has sido capaz de sorprenderte de una reunión de vecinos y, sobre todo, de tu nuevo papel como padre. Por otro lado, el hastío al hablar de elementos como la economía es que buscamos cambios en procesos estructurales que son demasiados lentos para nuestra demanda de inmediatez.
ResponderEliminarNo te preocupes Ángel la curiosidad siempre te acompañará. Lo que a mejor cambian son los temas o las circunstancia, pero ya verás como cuando nos jubilemos seguiremos disertando, como dos diletantes sobre el Imperio Romano, la laicidad, el gobierno económico, el Imperio de Barbarroja, etc. Un abrazo.
Suscribo el comentario anterior. Te leo y me parece estar oyendo a algún que otro compañero de trabajo al poco de estrenar su paternidad. Recuerdo que leí hace un tiempo que los bebés expulsan, sobre todo por la cabeza, una cantidad enorme de feromonas. Dicen los científicos que su finalidad es la de estimular reacciones hormonales en los cerebros de los adultos que les inducen a cambiar su orden de prioridades para volcarse en el cuidado del niño. Los padres "se enamoran" de sus hijos gracias, en parte, a este mecanismo de supervivencia. Así que no te comas demasiado el coco, que creo que lo que pasa es que tu chaval te tiene hipnotizado. Un abrazo
ResponderEliminarPD Leo lo que he escrito y me suena casi a intento de psicoanálisis. No ha sido esa mi intención, sino más bien la de echarte un cable jeje Espero que no lo tomes a mal. Ciao
Angelillo, Angelín..., no puedo menos que preguntarte ¿Qué es novedad? No creo que tenga que ver con el tiempo cronológico, sin duda te atrapará más Zappa, Beethoven inclusive, que algún top ten. No creo que sea Tu edad, sino el momento histórico que nos toca. Siento una gran maceta estancada en cuanto a lo creativo, que la calidad se demore en aparecer (es mi humilde opinión) no significa que haya aminorado la curiosidad. Tus testimonios fotográficos de salidas en bici, hablan de cualquier cosa, menos de alguien con la curiosidad en baja.
ResponderEliminarArriba Angelín, nos sigue esperando la vida con cantidad de novedades!!!
Gracias por los ánimos a los tres...
ResponderEliminarLo curioso de todo es que este sentimiento lo tengo desde hace tiempo, antes del advenimiento de Juanito. Uno se siente un poco "Horacio", como el de la Rayuela de Cortázar. Pienso que la intensidad de los descubrimientos no pueden tener la fuerza de nuestra niñez o nuestra adolescencia. Y pienso que crear estos blogs precisamente es mi lucha personal contra esa claudicación... o explorar nuevos horizontes.
Por cierto, Despotrikador, "El mono enamorado" de Sapolski seguro que te encantaría leerlo... si no lo has hecho ya.