Hoy toca descanso para la cosa pública, que ya era hora. Mirando hacia atrás, la curiosidad filosófica había intentado ser la trama central de este blog y el Sr. Tibb ve con desánimo la deriva hacia la opinión política conforme se aproxima el fin del mundo. Por eso, hoy vamos a cambiar brevemente nuestro tema: la originalidad filosófica.
Durante muchos años el Sr. Tibb albergó la ilusión de escribir un libro de filosofía de forma artesanal. Esa artesanía implicaba un esfuerzo personal, único e individual, como aquel que reclamaba Descartes al escribir su Discurso del Método. El reflexivo Descartes pegado a una estufa en las noches de invierno actúa simbólicamente como ese Louis Pasteur encerrado en su laboratorio o aquel Darwin dando vueltas alrededor del mundo con su paciente trabajo de campo. Los artesanos del conocimiento son de otra época. Al final sucedió lo que tenía que pasar, y acabó creando un libro sobre otros libros, una sucesión continua y aburrida de glosas. Se dice que Leibniz fue el último gran filósofo capaz de brillar con la misma fuerza en otros campos del saber. Heidegger o Wittgenstein serán tal vez los últimos filósofos que actúan como individuos brillantes en el propio campo de la filosofía. Desde entonces, nuestra acción se disuelve en el grupo.
La filosofía como actividad original de un individuo tiende a su disolución total. La actividad filosófica, sobre todo si se entiende como riguroso ejercicio conceptual, se refugia en los grupos de trabajo. Detrás de los nombres majestuosos de la modernidad hay grandes equipos académicos que van cerrando una tras otra cualquier tipo de fisura filosófica que puede mostrar la hipótesis original del maestro. Así nos encontramos con libros terriblemente aburridos y completamente cerrados, en los que aceptando sus premisas de partida difícilmente nos podemos encontrar con algún problema no resuelto. Las obras de Habermas o de John Rawls eran de este tipo. La filosofía, al igual que la historiografía, se ha disuelto en la investigación científica académica. La originalidad se convierte en un lujo que solo los elefantes académicos pueden saborear, incluso con el riesgo de hacer el ridículo y construir libros completamente irrelevantes.
Pensemos que en el día de hoy, el filósofo profesional ni siquiera elige su tema de trabajo. El estudiante universitario con vocación de investigador sueña con construir su propia tesis sobre un tema que él elige, pero a medida que avanza la carrera sufre una saludable cura de humildad. Esto hace que en el momento crucial, se encuentra con que las redes del mundo académico ya deciden por él. Abandona su proyecto inicial y lo vincula a la línea de investigación presente en la institución para la que estudia. Durante mucho tiempo, ese joven profesional sigue soñando con una promoción que le permita decidir por sí mismo su materia de trabajo. Después se encontrará con que el patrocinio de ese trabajo dependerá de otras instancias que él ya no puede dominar. Para entonces, las redes sociales académicas habrán apagado cualquier instinto individualista. En muchas ocasiones, habrá reprimido su vocación humanista. Ni siquiera será responsable crítico con su propio trabajo. Se escudará en la institución que le paga, como a un técnico más. El filósofo, al igual que el historiador o el economista, se disuelve en el técnico del think tank, como en la escolástica el filósofo se diluía en un funcionario religioso. Lo académico entendido como castración de lo individual.
Afortunadamente, hay todavía muchos que trabajan al margen de este planteamiento, ya sea fuera del mundo académico o dentro. El ámbito de decisión del individuo todavía es lo suficientemente libre como para optar entre unas líneas de pensamiento u otras, pero raro será el investigador que no se ha enfrentado alguna vez contra esa castración con consecuencias nefastas. ¿Le queda alguna originalidad, algún margen de acción a la reflexión filosófica personal frente a esta amalgama? Tan solo una: su disolución en metáforas infinitas y solipsistas. Y si consigue rebasar el solipsismo, verá la réplica de su metáfora repetida en memes continuos a lo largo de la red, la única forma de contrastar el éxito de una imagen.
Que Kafka me perdone. Aquellos artesanos volaban libres (o eso queremos pensar porque somos muy romáticos), pero con su quehacer fueron definiendo una jaula. Y ahora la jaula (libre) vuela para atrapar a un pájaro.
ResponderEliminarEs posible, es posible... Pensamos que la filosofía y las humanidades ya no son lo que era, y tal vez nunca fue lo que que creímos que fue. En cualquier caso, somos herederos suyos. Y hemos heredado barrotes.
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