Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 30 de diciembre de 2012

FALACIAS EN LA CRISIS (II): CONFUNDIR CAUSA CON EFECTO

     Pasamos a la segunda falacia relativa a las relaciones de causalidad que vamos a analizar aquí: la CONFUSIÓN ENTRE CAUSA Y EFECTO. En la vida cotidiana, somos capaces de reconocer esta relación con claridad. Si vemos la hoja iluminada en la fotografía de al lado, será porque tenemos un foco debajo que permite reconocerla en la oscuridad y no al contrario. Sin embargo, esa relación no siempre es tan obvia, y puede resultar que nos digan que A implica B, cuando en realidad lo que ocurre es que B implica A. Por poner un ejemplo irrelevantes: no hay nubes negras porque caiga agua del cielo. Más bien, si cae agua del cielo es porque habrá nubes de lluvia previamente. Este ejemplo de sentido común se puede hacer mucho más complicado cuando tenemos hechos más complejos que explicar.
      Aplicada a nuestra Gran Recesión, la confusión de causa y efecto es una de las falacias que puede tener un tinte ideológico más elevado, por sus fuertes implicaciones en algunos de sus casos para justificar las teorías liberales dominantes y la llegada al poder del partido conservador. Efectivamente, hemos escuchado (por activa y por pasiva) que la causa fundamental de nuestra crisis ha sido el desbocamiento del gasto estatal y la creación de un déficit público imposible de mantener. Fue una proclama continua durante la época electoral de hace un año y lo sigue siendo en los medios de comunicación conservadores de este país. En ese tiempo, Zapatero fue hecho responsable de la mitad del endeudamiento público español.  El estado ha gastado mucho más de lo que podía permitirse y en consecuencia estamos obligados ahora a hacer una serie de recortes dramáticos sobre los servicios públicos que han puesto a medio país (solo a medio a país) en pie de guerra. Estas son tesis que se remontan a la revolución conservadora de los años ochenta, de la mano del monetarismo de Milton Friedman y la escuela austríaca de Hayek entre otros papás intelectuales, y que han sido utilizadas cada vez que ha habido una crisis fiscal seria por problemas muchos más complejos que el mero sector público.

     Sin embargo, en nuestros días esta tesis cada vez tiene un sustrato más débil sobre el que afirmarse. Es cada vez más difícil demostrar que el aumento de gasto público en épocas precedentes y por una decisión puramente política haya sido la causa directa de nuestra situación actual, frente a otro tipo de causas externas y previas que han explicado el incremento del déficit. Por poner cuatro principales: 
     a) el desplome de los ingresos, causado por la caída de la actividad económica.
    b) La absorción de la monumental deuda privada, especialmente de los bancos que han tenido que ser rescatados con dinero público por culpa de la burbuja inmobiliaria. Solo bankia necesitó 23000 millones de euros.
   c) Los ajustes automáticos que provocan un aumento del gasto a causa de la crisis (gastos por el seguro de desempleo, por ejemplo, al aumentar drásticamente el número de parados).  
    d) las dificultades de financiación internacional, por culpa de la inestabilidad del mercado de la deuda.
   Es decir, para los críticos con la tradición liberal (Vicens Navarro o el grupo de Economistas aterrados, por ejemplo) la crisis actúa de explicador del déficit público, y no al contrario. Tan solo la última tendría un carácter de coimplicador (uno refuerza a otro y viceversa). 
     En cambio, los defensores a ultranza de la tesis liberal, sostienen que las principales causas del déficit público (y por tanto de la crisis) han sido especialmente tres, y ambas con un origen político:
    a) Servicios sociales demasiado generosos, creados por décadas de socialdemocracia en nuestro país, que han contribuido a una espiral de gasto público, el paternalismo estatal y una cultura de la subvención y de falta de iniciativa privada.
    b) Una estructura territorial administrativa  basada en las comunidades autónomas que ha provocado un aumento del despilfarro de recursos públicos, por culpa de la duplicidad de administraciones y del aumento del conjunto de la clase política. 
    c) Unas políticas keynesianas de reactivación económica basadas en la expansión del gasto público (el plan E de 11000 millones de euros, por ejemplo, durante los dos primeros años de la crisis) y el abandono de políticas de rigor de gasto (que llevó al cese de Solbes como ministro de economía).
    Los liberales, al usar casi exclusivamente estos tres argumentos, incurren en otra falacia lógica que ya hemos explicado, la apelación a la CAUSA SIMPLE y que aquí prácticamente consiste en ocultar o no tener en cuenta información relevante para ofrecer una explicación más satisfactoria de un hecho. Pero siendo justos aquí, convendría pensar si parte de sus opositores políticos e ideológicos no han hecho lo mismo con sus propios argumentos.
    A pesar de este indiscutible uso de falacias, nos podemos preguntar cuál es todavía la responsabilidad de los dirigentes de este país en la última década, para afirmar que el déficit público es causa directa y no consecuencia de la crisis. El que escribe (que en el fondo almacena prejuicios liberales) tiende a pensar que los gobernantes de las dos anteriores legislaturas no gestionaron bien los años de bonanza, y proclamaron una huida hacia adelante, tragándose su propia mentira de que la economía iba a seguir en la dirección adecuada por siempre y que el superávit había sido por méritos del gobierno y no por una mera circunstancia excepcional que tardará en repetirse en nuestro país. Esto provocó un aumento del gasto irresponsable que era tapada por unos ingresos desmesurados e irreales. En cualquier caso, el espejismo afectó a toda la sociedad y no solo a los dirigentes políticos, y fue alimentado por los que ahora se autoproclaman víctimas, como el sistema bancario. Por otra parte, no fue esta la primera vez de un espejismo económico: ya en España sufrimos una decepción semejante en la época de la I Guerra Mundial. Y entonces, al igual que ahora, perdimos la oportunidad de convertirnos en un estado saneado y con un crecimiento económico equilibrado.
    Pese a que esto último suene a rectificación, no tenemos que olvidarnos de la tesis primera. El déficit es consecuencia y no causa de la crisis, y es algo tan claro como la hoja que se iluminaba por causa del foco, como explicábamos al principio. Si esto no se ve, habrá que preguntarse por qué, y a qué intereses puede obedecer.  

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