Las falacias y los errores argumentativos se
extienden en nuestra sociedad como la pólvora. Cuanto más rápida y amplia es la
información que recibimos se abre más a malas interpretaciones y
manipulaciones. Si a esto añadimos la coyuntura en la que vivimos (una
democracia que atraviesa una crisis económica sin precedentes), los intereses
de manejar esa información en un sentido u otro son todavía más amplios. Es por
eso que abrimos aquí una serie destinada a destacar los errores argumentativos
que pueblan nuestros medios de comunicación y nuestro sentido común. Esto era
algo que tuvieron muy presentes los primeros filósofos, especialmente Aristóteles
en sus Refutaciones sofísticas, en
una época en la que la democracia también estaba sometida al control de los
maestros de la palabra. No vamos aquí a lanzar una larga exposición de las
falacias –ya está la red para proporcionarnos esa información- sino para ver su
aplicación práctica. Además, lo hago con el convencimiento que esta es la
principal tarea de la filosofía desde siempre: clarificar los errores del uso
del lenguaje. Nuestro eje va a ser, naturalmente, la crisis y los mensajes
políticos y económicos que subyacen a ella con distintos intereses. Decir que
nuestra posición es neutral sería una ingenuidad, a la hora de tratar el presente
problema, y ya alguien podría asegurar que estamos incurriendo en falacias. No
estamos seguros que podamos separarnos algún día de todos los malos argumentos
que subyacen en nuestro discurso. Pero una reflexión sobre los mismos ayudan a
todos.
Pasemos, pues, a la primera falacia que
continuamente subyace a los medios de comunicación: la CAUSA SIMPLE. Consiste
fundamentalmente en explicar un hecho determinado por una explicación
unicausal, de tal forma que podemos decir, A (y solo A) implica B. Sin embargo, obviamos que existen otras causas
explicativas de dicho suceso, reales o posibles, y que deben ser contrastadas.
Es decir, (A, C y D) implican B. Pasemos que esta falacia pasa por obviar información relevante en la explicación causal o desviar la atención hacia una causa que puede llegar a ser irreal.
El uso de esta falacia está tan sumamente
extendido que prácticamente se trata de leer entre líneas las editoriales de
los principales periódicos o medios de comunicación de nuestra sociedad. A esta
falacia podríamos llamarla la ILUSIÓN DE LA SENCILLEZ. A la gente le gusta la simplicidad
y cuanto más sencillas sean las explicaciones, más fuerza mediática tienen. Los publicistas y creadores de marketing lo saben. Lo
complejo no vende porque eso exige detenerse sobre el problema y no tenemos
tiempo ni fuerzas suficientes para ello. Igualmente, la ciencia ha habituado a esa
visión de las cosas desde que prima entre su metodología el principio de
economía de pensamiento: de dos explicaciones para un fenómeno determinado, la
naturaleza siempre escogerá la más sencilla. Pero el creer encontrar orden donde realmente no lo hay fue también una tentación que ya en su día aclaró Francis Bacon, junto al resto de los "ídolos".
Pero vayamos al ejemplo que se desarrolló en
los primeros años de la crisis y que se convirtió en muletilla de
conversaciones sobre cualquier cosa. La frase “la culpa de la crisis la tiene Zapatero” fue un lema usado en
amplios sectores sociales para expresar descontento y una explicación sencilla
de la crisis. Revisando periódicos no demasiado lejanos en el tiempo, nos
encontramos con distintos titulares: “Cospedal cita a Zapatero como culpable
político de la crisis” (ABC, 2-2-2012), “la
prima de riesgo española se llama Zapatero” (Saenz de Santamaría, El País,
14-5-2012). Los dirigentes populares no dudaron en lanzar el lema por activa y
por pasiva, reusando asumir cualquier parte de culpa en el problema. Igualmente,
Zapatero respondió en su día a todo ello señalando a los “avariciosos inversores de los mercados financieros”, como causante
de dicha crisis. Una declaración bastante autoindulgente por su parte para
explicar un problema como el paro o la burbuja inmobiliaria, que no supo tratar
en sus años en el poder.
Quede claro aquí que nuestro propósito no es
justificar al anterior gobierno. La crítica del adversario no conduce a la reafirmación
del atacado. Pero está fuera de duda que este lema, en el imaginario social, se
convirtió en un arma arrojadiza para un triunfo electoral brutal del Partido
Popular, es algo fuera de cuestión. Que
mantenga su vigencia, sin embargo, se hace cada vez más difícil: los actuales
dirigentes políticos lo usaron para lograr un éxito electoral, y hacer ver a la
sociedad que el problema de la crisis era un problema fundamentalmente de
decisiones políticas. Ahora nos encontramos con que el problema rebasa ese
ámbito, y los nuevos gobernantes se escudan en la inevitabilidad de las reformas
y la imposición de las decisiones desde fuera. En definitiva, uno tiene la
sensación que la política habría sido exactamente la misma de seguir gobernando
el PSOE, con la única diferencia de que este nuevo gobierno está secundado por
un amplia mayoría electoral, y que a diferencia del anterior ejecutivo, ellos
sí creen en lo que hacen. Pero este no es nuestro tema aquí.
La causa sencilla fue utilizada también con la misma intensidad por una parte importante de los simpatizantes del 15M, pero en un entorno completamente distinto al de una confrontación electoral. Ellos manifestaban en sus pancartas el rechazo a los políticos y banqueros como causantes de la crisis ("no somos mercancias en manos de políticos y banqueros" fue uno de sus grandes lemas), que hacían una división social de la crisis entre los que estaban "arriba" y "abajo". De todo ello veían una solución igual de sencilla para la crisis recortando los salarios de los primeros. Quizás la ilusión de la sencillez se acabase convirtiendo en desilusión por inoperancia, pero esa sencillez -que no se nos olvide que es completamente irreal- se hace necesaria para la movilización general en un primer momento en cualquier revolución o movimiento social.
Como vemos, esta falacia es algo básico tanto en pancartas de manifestaciones como en lemas electoralistas: lo sencillo vende, engaña y mueve. Pero conviene no olvidar que la ilusión de sencillez es algo sumamente peligroso en manos políticas inadecuadas. Pensemos que fue el leitmotiv de Hitler y el NSDAP en los años treinta en Alemania. La culpa de la gran depresión tenía nombres y apellidos: el pueblo judío. Franco no se quedó corto, cuando casi hasta su muerte, seguía mencionando a los culpables de cualquier problema español como miembros de una “conjura judeomasónica”. Vayan ustedes a saber qué era eso en una mente tan calenturienta y llena de demonios internos como la de nuestro antiguo dictador. Aunque tampoco conviene olvidar que los líderes socialistas de los años ochenta coreaban “que viene la derecha”, como posible explicación unicausal de los futuros males del país. Pero pensemos que el problema es internacional: la Guerra Fría es un canto a la sencillez explicativa, ya sea capitalista o comunista. Unos y otros explicaban sus fracasos como ingerencias enemigas en asuntos internos. Aunque esto también nos conduce a otros tipos de falacias, como veremos más adelante.
La causa sencilla fue utilizada también con la misma intensidad por una parte importante de los simpatizantes del 15M, pero en un entorno completamente distinto al de una confrontación electoral. Ellos manifestaban en sus pancartas el rechazo a los políticos y banqueros como causantes de la crisis ("no somos mercancias en manos de políticos y banqueros" fue uno de sus grandes lemas), que hacían una división social de la crisis entre los que estaban "arriba" y "abajo". De todo ello veían una solución igual de sencilla para la crisis recortando los salarios de los primeros. Quizás la ilusión de la sencillez se acabase convirtiendo en desilusión por inoperancia, pero esa sencillez -que no se nos olvide que es completamente irreal- se hace necesaria para la movilización general en un primer momento en cualquier revolución o movimiento social.
Como vemos, esta falacia es algo básico tanto en pancartas de manifestaciones como en lemas electoralistas: lo sencillo vende, engaña y mueve. Pero conviene no olvidar que la ilusión de sencillez es algo sumamente peligroso en manos políticas inadecuadas. Pensemos que fue el leitmotiv de Hitler y el NSDAP en los años treinta en Alemania. La culpa de la gran depresión tenía nombres y apellidos: el pueblo judío. Franco no se quedó corto, cuando casi hasta su muerte, seguía mencionando a los culpables de cualquier problema español como miembros de una “conjura judeomasónica”. Vayan ustedes a saber qué era eso en una mente tan calenturienta y llena de demonios internos como la de nuestro antiguo dictador. Aunque tampoco conviene olvidar que los líderes socialistas de los años ochenta coreaban “que viene la derecha”, como posible explicación unicausal de los futuros males del país. Pero pensemos que el problema es internacional: la Guerra Fría es un canto a la sencillez explicativa, ya sea capitalista o comunista. Unos y otros explicaban sus fracasos como ingerencias enemigas en asuntos internos. Aunque esto también nos conduce a otros tipos de falacias, como veremos más adelante.
Sin embargo, uno se siente pesimista al
respecto para la cura de semejante enfermedad argumentativa. Un lema lanzado
por un dirigente o un líder revolucionario tiene éxito porque cala entre la sociedad. Por el contrario, un intelectual nunca llegará a esa masa popular con un discurso racional pero árido e insoportable. Y como decíamos al
principio, la gente nacida a la sombra de la galaxia Internet es ávida de la sencillez. Al igual que las canciones del
verano o un trending topic, todo el
mundo desea repetir aquello que es sencillo y fácil de entender. Si ZP fue la causa sencilla usada por la derecha española, y los lemas antisistema la causa sencilla de la izquierda más combativa, nos podríamos preguntar cuál será el siguiente paso, el próximo chivo expiatorio. Y con esto
dejamos la puerta abierta a aquellos que deseen seguir las sendas del populismo, si las cosas siguen yendo igual de mal.
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