Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 31 de mayo de 2020

38

Querida judith, empiezo esta entrada como terminamos nuestra conversación ayer: estoy muy orgulloso de ti y de tu trabajo. Cuando colgué el teléfono, me di cuenta de lo mucho que habías crecido en tan solo dos meses. Tu voz era más asertiva y madura, y tus palabras mostraban más rabia y atrevimiento. Tus inseguridades habrán cambiado, y quizás también tus certezas. Y sin embargo, siempre seguías siendo tú, con tu sensibilidad especial y tu capacidad para ver el horizonte mejor que nadie. Ha sido una prueba de fuego vital que te curtirá y que llevarás siempre contigo. Cada persona tiene la suya, buscada o encontrada por casualidad, pero la tuya sin duda será especial. Siéntete una heroína por un instante, aunque esa palabra esté alejada de tu experiencia diaria y de tu humildad característica. Con tu ejemplo das sentido no solo a los pacientes que atiendes y animas con tus palabras de aliento día tras día, sino también a los que te han formado e impulsado para llegar a ser lo que eres ahora, desde tus padres hasta un simple profesor como yo. Al fin y al cabo, nuestro trabajo, años atrás, tal vez no haya sido en balde si tenemos ahora a profesionales y personas como tú en la primera línea de batalla.

sábado, 30 de mayo de 2020

37

 Me encuentro discutiendo con unos y con otros sobre el ingreso mínimo vital, y todavía tengo la extraña sensación de que la gente no se ha dado cuenta de la gravedad de la situación en la que nos encontramos. Con un 20% de la población en riesgo de exclusión social, en realidad, ¿se puede hacer otra cosa para no condenar a esa gente al hambre? Los argumentos clásicos liberales ya no son válidos y me voy a centrar en dos de ellos. 

 

El primer argumento en contra de esta medida nos habla del riesgo de crear un enorme desincentivo para el empleo. Esto tiene sentido cuando existe un empleo que buscar. Pero el riesgo de crear una cultura clientelar de vagos acomodados es bastante reducido. Directamente, hablamos de enormes nichos de empleo que han desaparecido para un largo periodo de tiempo y que no sabemos si volverán a recuperarse nunca más, y mientras tanto, una amplia capa de la población no podrá trabajar, incluso cuando esté deseando hacerlo para mejorar su calidad de vida, porque lógicamente, esta ayuda no es una cobertura para vivir con comodidad.  El otro argumento liberal tradicional para rechazar esta iniciativa también se puede cuestionar. El endeudamiento del estado hace inviable esta prestación. Es cierto. Los recursos de los que disponemos son los que son, y además, tenderán a decrecer. Pero el gasto del estado viene marcado por una serie de prioridades, y esta ha pasado a convertirse quizás en una prioridad máxima, después de la cobertura sanitaria. Una parte de la población que vive todavía holgadamente, debe arrimar el hombro y naturalmente, también se empobrecerá: en forma de más impuestos, sueldos más bajos o perder parte de los derechos sociales que antes el estado sí le había ofrecido y que a partir de ahora no podrá mantener. Es un juego clásico de suma cero en economía: lo que añades en un sitio, deberás quitarlo de otro. Esta medida, contrariamente a lo que dicen los ingenuos (o tal vez simples farsantes) triunfalistas del gobierno, no amplía el estado del bienestar, sino que lo reorienta hacia otros fines.

Las cosas están relativamente claras: caminamos hacia una senda de decrecimiento sostenido, en la que sí o sí, la población española en su conjunto va a empobrecerse. En una situación tan extraordinaria como esta, o distribuimos nuestros recursos adecuadamente o caeremos en el tormentoso camino de la desigualdad de muchos países latinoamericanos. Ni el mercado, incapaz de regresar al crecimiento a corto plazo, ni la solidaridad de la sociedad civil  va a poder cubrir este inmenso hueco de pobreza, y el único medio que conocemos en nuestra cultura occidental es apelando nuevamente al estado. Es el estado o la anarquía, volviendo a nuestro espíritu hobbesiano de base.

 

 

 

jueves, 28 de mayo de 2020

36

Es tentador buscar hitos históricos que marquen una similitud con lo que estamos viviendo. Yo me quedo con uno: 1915. En 1915, en los comienzos de la Gran Guerra, los distintos países en contienda descubrieron el poder terrible del estado para tomar las riendas enteras de una sociedad y orientarla hacia un fin determinado. En aquella ocasión, el fin fue uno de los más miserables que ha sufrido la historia de la humanidad: aplastar al enemigo en una guerra absurda que había estallado por la total ineptitud de la clase política del momento y su falta de adaptación a los nuevos tiempos. Nuestro fin tal vez no sea tan mezquino, pero cuenta con los mismos medios.
A ellos les sorprendió, tanto como a nosotros, la irrupción de una nueva realidad, y reaccionaron ante ella de la misma forma que hacemos nosotros: forzando la máquina del estado. Y descubrieron no solo la capacidad del estado para endeudarse, sino también para modificar hábitos básicos de sus ciudadanos y someterle a innumerables prohibiciones y decretos. Podemos entender (y resultará atractiva y romántica especialmente a los más liberales), aquella cita nostálgica de los que decían que quienes no habían vivido antes de 1914, nunca llegarían a conocer la auténtica alegría de vivir.  Podríamos decir que la alegría retornó, pero bajo nuevos experimentos sociales nunca vistos hasta entonces. La experiencia de la guerra fue un hallazgo que después comunistas, fascistas, socialdemócratas, tecnócratas y otros advenedizos del poder, explotarían bajo distintos fines éticos y diversos horizontes utópicos o simplemente, para su propio interés personal (y me resulta imposible no pensar en Franco, para la historia de nuestro país). 
Al igual que ahora con un determinado tipo de globalización, en 1914 estalló en añicos la utopía económica del liberalismo para no volver nunca más, al menos en la misma forma. Sabemos que ante catástrofes como esta, cualquier cosa se permite y cuestionan la dinámica del mismo mercado. Al igual que depués de la Gran Guerra, tampoco sabemos la dirección que acabará tomando todo esto.
Zizek habla aquí de un "comunismo o barbarie", y su propia ideología lo empuja a hablar del mal llamado "comunismo de guerra" de 1918. Pero no hay que dibujar el estado bajo un perfil ideológico determinado, y él mismo reconoce que ese "comunismo" del que habla tiene muchas formas. Más bien, es preferible la disyuntiva hobbesiana de "estado o barbarie", y ese estado es jánico, porque el estado justifica cualquier tipo de ley con tal de preservar la seguridad y la vida de los miembros de la sociedad.
Como decimos, ahora está por  ver hacia dónde se orienta esta experiencia, y si, como algo nuevo en la historia, de esta experiencia traumática aparece el germen de un gobierno global, soñado de miles de formas distintas, desde la época de Kant. Porque estamos dando por sentado que el estado nacional puede resolver la crisis, pero eso está por verse. La disyuntiva "estado o barbarie", puede pasar con facilidad a otra aún más dramática a escala global, "colaboración o guerra". Ya veremos. 

miércoles, 27 de mayo de 2020

35

Se me ocurren ideas distópicas para acabar con esta crisis. Hace años que leí relatos políticos de Jack London como Los favoritos de Midas, o La huelga general,  que me ha dado la idea para un horizonte distópico singular.
Imaginen que tras esta pandemia, la crisis económica golpea a la generación más joven de Europa. Para salvar la crisis, el estado reacciona con inmensos recortes, pero salva las pensiones y el empleo de la gente adulta. Las tasas de desempleo juvenil ascienden a la mitad de la población y desaparecen la ayudas a esa capa de población.
La generación menor de treinta años amenaza con sublevarse, y encuentra su manera de hacerlo por medio de su arma química más temible: su saliva infectada de virus. Conscientes de que aguantan mucho mejor la enfermedad vírica que el resto de la sociedad, se saltan toda medida de seguridad y empiezan a crear comandos para contagiar a la población de más edad. Su justificación es la supervivencia del más apto, el rejuvenecimiento del mundo y el orden natural de las cosas frente a la estupidez de gastar todos los recursos de una sociedad en la capa de población anciana. Un nuevo orden surgirá, en el que la pandemia ha cumplido su función natural, equilibrar la población con los recursos disponibles. Un darwinismo implacable que ejecutan hasta su última consecuencia.
La población mayor se rebela, pero saben que no tienen escapatoria posible. Como en el relato de London, están sometidos a la coacción brutal de una amenaza terrorista invisible e imposible de controlar. Solo esperar que llegue la hora de su contagio y su encuentro con el destino, que decidirá si merece o no continuar en la nueva sociedad perfecta que emerge triunfante. Temible distopía, pero seguro que sale alguna serie con algo semejante. En cualquier caso, bastante difícil, cuando la familia -y la convivencia entre generaciones- sigue siendo el vínculo social más importante del ser humano.

lunes, 25 de mayo de 2020

34

Escucho Maris Marais, después Enya, para preparar mi clase del Barroco, y me acerco a la divinidad. Pueden ser otras muchas músicas, pero hoy, de forma inesperada, el dardo ha caído ahí. La experiencia de escuchar música iguala toda distinción de clase social y estatus. Uno puede tener la momentanea sensación de dejarse tocar por Dios y alejarse del más rico de los mortales que no comparte o no conoce ese sentimiento sublime. Si el mismísimo Bill Gates no ha llegado a experimentar esa sensación, me apiadaré por él y lo consideraré un pobre desgraciado, al menos mientras dure la música en mi reproductor. Será una experiencia momentánea, tal vez un espejismo, pero está ahí, poderosa, electrizante, sublime, brutal, desgarradora y mágica.

domingo, 24 de mayo de 2020

33

Tengo la desgracia (o enorme suerte) de vivir en un entorno ideológico radicalmente distinto al de mis ideas. Y es inevitable que crezca mi descontento y mi pesimismo a la hora de ver cómo la sociedad afronta la crisis post-Covid. Una sociedad hipercritica que se lleva por delante todo y que busca estúpidamente certidumbres que nadie puede ofrecer hoy en día, va dejando ver por detrás las actitudes crecientemente egoístas que ya se vieron en la anterior crisis económica. 
Los estratos medios y altos de la sociedad vuelven a las soluciones de siempre para contener la crisis. Hablando con mi familia política sale el tema a regañadientes (y tengo la sensación paranoica que es porque nos consideran unos comunistas, cuando yo he sido liberal a mi forma toda mi vida). Cualquier medida paliativa de la crisis por parte del estado (aunque sea transitoria) se considera un derroche electoralista que quita dinero a políticas de inversión y crecimiento, que provoca un aumento de impuestos en los grupos dinamizadores de la sociedad, y toda esa  retahila de recetas y soluciones liberales con los que hemos vivido engatusados toda nuestra vida. 
Ni siquiera intento entrar en la conversación que se convierte en un bucle liberal, excepto con un comentario similar al de Keynes frente a las bondades autoregulatorias del mercado. En cien años, estamos todos muertos. Si no haces nada, te estallará una crisis social peor que la económica (al no ser que optes, claro está, por una dictadura).
Aparte de mostrar una escasa empatía social, el problema es la finalidad que esconde esa austeridad, y vuelvo a expresar aquí mis dudas existenciales más profundas. ¿Y si ha dejado de existir el crecimiento tal y como se conocía? ¿Y si el empobrecimiento de países y regiones enteras es el futuro? En mi opinión, las políticas de redistribución de la riqueza van a ser imprescindibles en la gestión de esta crisis. Y siempre son dolorosas. Hemos pasado el momento en el que el estado controlaba el movimiento físico de nuestro cuerpo. ¿Llegará el momento en el que controlará el de nuestra economía? O dicho de forma mucho más directa: ¿ha llegado el momento para la inmensa mayoría de la clase media y pensionistas (ya no hablo de los estratos más ricos) bajar nuestro nivel de vida en beneficio de los crecientes grupos de exclusión?

martes, 19 de mayo de 2020

32

Si hay algo que nos enseña esta crisis, es que la educación presencial no es reemplazable por la educación online. No nos quedará más remedio y tendremos que acostumbrarnos a ella en el corto plazo. Pero esta educación amenaza con ser excluyente, fría, poco evaluable, y sobre todo, que es lo que reflexiono hoy, muy poco entusiasta. 
¿Se puede transmitir entusiasmo a través de la pantalla de un ordenador o de una tablet?  Yo creo que no. Por mucho énfasis que pongas en una videoconferencia, por mucha originalidad que tengan tus presentaciones, creatividad en tus tareas, el entusiasmo no es fácil de transmitir sin una comunicación más física, sin un lenguaje corporal, sin un intercambio de ideas en un aula, en una biblioteca escolar o en un recreo. El profesor tiene que transmitir el entusiasmo al alumno, y eso solo lo puede hacer en un ámbito presencial. Después de que la semilla del entusiasmo germine, sí, pueden venir todas las videoconferencias, charlas virtuales y vídeos de youtube, pero solo después. La filosofía cuando nace, lo hace solo en el ágora o en un jardín -una expresión optimista de nuestras aulas-. Solo después puede pasar a las pantallas de un móvil. 

lunes, 18 de mayo de 2020

31

Caceroladas en Cánovas, como en otros muchos sitios del país. Gente con banderas de España a sus espaldas. No son más de un centenar, pero son ruidosos, y se les oye desde bastante lejos, aunque no consigo escuchar ningún mensaje concreto más allá del ruido metálico de las sartenes. Inconscientemente busco otros distintivos que me permita definirlos mejor pero no los encuentro. Las mascarillas tapan la expresión de sus rostros, pero los hacen más subversivos y revolucionarios; recuerdan fugazmente a los chalecos amarillos o los independistas tan odiados.
Ahora estoy delante del teclado sin saber muy bien qué pensar sobre ellos. Ciertamente inquieta ver cómo se apropian de la bandera para su propia causa, y me pregunto si me aceptarían como miembro de su exquisito colectivo si les confesase que los toros o la caza me parecen una aberración cultural, que mi bebida favorita es el mate argentino o les sugiriese que es tal vez sea prematuro exigir responsabilidades jurídicas a cualquier estado cuando desconocemos tantas cosas sobre esta crisis. Pero supongo que estos serán mis propios prejuicios cosmopolitas hacia esa ideología del terruño patriótico. En cualquier caso ahí están, mostrando su derecho a la disconformidad y a la libertad de expresión, cuando esta se hace más contagiosa y necesaria. 

domingo, 17 de mayo de 2020

30

Discutía con mi cuñado sobre los estereotipos que deben regir una sociedad eficiente y con una crisis tan brutal como la nuestra. Como buen liberal, atribuía a nuestra crisis más profunda una causa de tipo moral. Hay una crisis de valores permanente: no hay respeto a la autoridad, no hay afán deportivo de superación, no hay competitividad, no hay innovación, y por consiguiente, no hay progreso ni crecimiento económico.
Como buen liberal, desgarraba en dos la población del país. Aquellos que se acercaban al perfil de la figura del empresario innovador, ambicioso y que arriesga por un mayor beneficio, y  aquellos vinculados con el individuo subsidiario, favorecido por el estado y que pintaba con los estereotipos clásicos: extremeño, de campo, pícaro, conservador y sin visión alguna de futuro. Por supuesto, la vieja división de la sociedad en clases sociales atrapadas en su puesto dentro de un sistema de producción no es relevante desde esta perspectiva.
Hasta hace poco yo también defendía estos estereotipos. Pero mi perspectiva sobre este punto ha cambiado radicalmente conforme me siento cada vez menos liberal. 
La figura del empresario se mantiene si hay confianza en un crecimiento indefinido. Pero eso ya no se puede garantizar hoy en día. Una crisis como el Covid ha tirado a la cuneta a miles de empresarios al igual que lo hizo la crisis del 2008. Estas crisis podrán repetirse en el futuro. Como conclusión, la figura del empresario innovador se diluye, porque cada vez hay menos tarta para repartir, y menos individuos lo pueden utilizar como ascensor social, si alguna vez ha existido tal ascensor.
Frente a ellos, la capa sudsidiaria de la población puede tener enormes defectos, como falta de liderazgo, de competitividad o de riesgo. Pueden ser poco profesionales, chapuceros, y horriblemente conservadores a los ojos de la gente subida al tren global. Pero estos supuestos vagos subsidiarios que pueblan el mundo rural y también nuestras ciudades tienen una enorme ventaja para el mundo que viene. No tienen ambición. Son conformistas con muy pocas cosas y llegan a ser felices con cantidades ridículas de dinero. Muchos de ellos han optado por no arriesgar para no poner en peligro su tipo de vida. Son poco eficientes y escasamente productivos, ¿pero a quién demonios le importará ser productivo en un mundo en el que no se puede ir a trabajar, como el COVID, o una revolución robótica? Los que lo hacemos nos engañamos a nosotros mismos, víctimas de unos valores cada vez más anacrónicos e irreales.
Hasta hace poco esto era la psicología más nociva contra el espíritu del capitalismo. Se les tachaba de ser los perdedores de la globalización, las víctimas del neoliberalismo, las rémoras del estado del bienestar y últimamente, los que engrosaban los partidos populistas. Pero nuestro mundo, crecientemente, necesitará gente de este tipo, cuya vida no esté marcada por una ambición desmedida y casi siempre insatisfecha, teniendo de referencia grandes logros materiales o inmateriales. Quizás necesitemos menos empresarios ambiciosos, y más gente conforme con lo poco que tiene. Necesitamos recuperar cuanto antes nuestra faceta olvidada de campesinos medievales, más estáticos y más pobres que nosotros, pero perfectamente conocedores de los límites que marca la naturaleza. Si el futuro nos lo pintan sin recursos ni crecimiento, necesitaremos mucha menos ambición en nuestros genes y bastante más estoicismo. Triste, pero posible.

miércoles, 13 de mayo de 2020

29

Tengo empacho de neurocientíficos preparando las actividades de bachillerato. El cuestionamiento de la existencia del alma es algo fuera de toda duda en el campo del relato científico del siglo XXI. Desgraciadamente, ese relato tan evidente y esclarecedor desde una perspectiva epistemológica pura no es convincente en nuestra existencia cotidiana, pese a que nuestra sociedad sea crecientemente agnóstica en esa materia  y superadora de las creencias religiosas, animistas o espiritistas. 
Nos falta una filosofía lo suficientemente estoica para aceptar nuestro humilde destino biológico y al mismo tiempo lo suficientemente emancipadora como para seguir luchando por la dignidad humana, sabiendo que es una entelequia y siendo conscientes de nuestra irrelevancia como individuo dentro del universo genético e inmortal de nuestra especie. ¡Qué fácil es aceptar la reducción de la mente a mapas neuronales, o poner bajo un cerrojo la vieja idea del alma, si nos encontramos bajo la perspectiva existencial de un científico que ha encontrado sentido a su vida en la investigación neurológica y la búsqueda de una imagen objetiva de la realidad! Aquel que aspira a llegar al final de su larga existencia satisfecho con su creación intelectual y habiendo disfrutado más que probablemente de una buena cobertura material y afectiva en su vida no tendrá problemas en aceptar con cierta resignación la falta de trascendencia humana. Me pregunto si esa perspectiva existencial casa bien con las víctimas de la epidemia actual que han muerto en la soledad más absoluta, desamparadas por una ciencia todavía demasiado imperfecta para ganar todas las batallas contra la biología más básica. 

martes, 12 de mayo de 2020

28

En la última noche me han visitado elucubraciones terribles e interesantes del futuro del estado. No es una cosa que suela ocurrir, pero mis pesadillas a veces son de carácter político. La crisis del 2008 fue una crisis del capitalismo y resuelta finalmente (para bien o para mal) bajo la lógica interna del capitalismo liberal. Pero la crisis del COVID es más peligrosa precisamente porque está fuera de las reglas del sistema económico. Es la primera de las muchas crisis postcapitalistas por venir, y a largo plazo puede ser tan profunda que el estado resultante del mismo no será ya el estado apagafuegos keynesiano, al final devorado siempre por el liberalismo que quiere salvar. El estado acabará tarde o temprano rompiendo las reglas básicas de la baraja capitalista (libre mercado y propiedad privada) y convirtiéndose en una auténtica bestia de poder de la que lo desconocemos todo. 
Por si alguien ve aquí alguna veleidad comunista, que conste que todo esto lo digo sin ninguna alegría. Al fin y al cabo, soy un pobre individuo nacido en la postmodernidad frívola y el liberalismo económico. Pero esto no da más de sí. Al menos, eso es lo que me dicen las voces de la noche. 

miércoles, 6 de mayo de 2020

27

La soledad distópica de la ciudad se hace a veces difícil de soportar. La ciudad vive en un eterno domingo, dormida, inexistente. En mi coche atravieso calles desiertas. Pongo la música a todo volumen. Espanto el silencio, lleno mi espacio de ruido humano y guitarrazos de metal. Cualquier otra música me parece ahora casi improcedente. Abro las ventanillas y hago saber a los todavía escasos peatones que seguimos existiendo.

lunes, 4 de mayo de 2020

26

El mal profesor es el que deja de ser alumno, escribí hace tiempo en una línea de pensamientos fáciles. Cuando el profesor es obligado a ser alumno hasta el final de su vida profesional, acaba siendo una explotación. Cuando el profesor desea ser alumno hasta el final de sus días, es vocación. Pero cuando se unen las dos cosas, acaba siendo la alienación interiorizada más temible. El mal reside en nosotros mismos. 

25

Releyendo a Hobbes. El miedo nos vuelve terriblemente dóciles e indefensos ante los mandatos de un estado. A diferencia de la guerra civil inglesa, en nuestra propia confrontación los sujetos no se han vuelto contra sus semejantes como lobos hambrientos, sino que se han unido contra un exogrupo invisible. Pero a pesar de esto, el resultado acaba siendo el mismo.