Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

jueves, 28 de mayo de 2020

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Es tentador buscar hitos históricos que marquen una similitud con lo que estamos viviendo. Yo me quedo con uno: 1915. En 1915, en los comienzos de la Gran Guerra, los distintos países en contienda descubrieron el poder terrible del estado para tomar las riendas enteras de una sociedad y orientarla hacia un fin determinado. En aquella ocasión, el fin fue uno de los más miserables que ha sufrido la historia de la humanidad: aplastar al enemigo en una guerra absurda que había estallado por la total ineptitud de la clase política del momento y su falta de adaptación a los nuevos tiempos. Nuestro fin tal vez no sea tan mezquino, pero cuenta con los mismos medios.
A ellos les sorprendió, tanto como a nosotros, la irrupción de una nueva realidad, y reaccionaron ante ella de la misma forma que hacemos nosotros: forzando la máquina del estado. Y descubrieron no solo la capacidad del estado para endeudarse, sino también para modificar hábitos básicos de sus ciudadanos y someterle a innumerables prohibiciones y decretos. Podemos entender (y resultará atractiva y romántica especialmente a los más liberales), aquella cita nostálgica de los que decían que quienes no habían vivido antes de 1914, nunca llegarían a conocer la auténtica alegría de vivir.  Podríamos decir que la alegría retornó, pero bajo nuevos experimentos sociales nunca vistos hasta entonces. La experiencia de la guerra fue un hallazgo que después comunistas, fascistas, socialdemócratas, tecnócratas y otros advenedizos del poder, explotarían bajo distintos fines éticos y diversos horizontes utópicos o simplemente, para su propio interés personal (y me resulta imposible no pensar en Franco, para la historia de nuestro país). 
Al igual que ahora con un determinado tipo de globalización, en 1914 estalló en añicos la utopía económica del liberalismo para no volver nunca más, al menos en la misma forma. Sabemos que ante catástrofes como esta, cualquier cosa se permite y cuestionan la dinámica del mismo mercado. Al igual que depués de la Gran Guerra, tampoco sabemos la dirección que acabará tomando todo esto.
Zizek habla aquí de un "comunismo o barbarie", y su propia ideología lo empuja a hablar del mal llamado "comunismo de guerra" de 1918. Pero no hay que dibujar el estado bajo un perfil ideológico determinado, y él mismo reconoce que ese "comunismo" del que habla tiene muchas formas. Más bien, es preferible la disyuntiva hobbesiana de "estado o barbarie", y ese estado es jánico, porque el estado justifica cualquier tipo de ley con tal de preservar la seguridad y la vida de los miembros de la sociedad.
Como decimos, ahora está por  ver hacia dónde se orienta esta experiencia, y si, como algo nuevo en la historia, de esta experiencia traumática aparece el germen de un gobierno global, soñado de miles de formas distintas, desde la época de Kant. Porque estamos dando por sentado que el estado nacional puede resolver la crisis, pero eso está por verse. La disyuntiva "estado o barbarie", puede pasar con facilidad a otra aún más dramática a escala global, "colaboración o guerra". Ya veremos. 

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