Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 24 de mayo de 2020

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Tengo la desgracia (o enorme suerte) de vivir en un entorno ideológico radicalmente distinto al de mis ideas. Y es inevitable que crezca mi descontento y mi pesimismo a la hora de ver cómo la sociedad afronta la crisis post-Covid. Una sociedad hipercritica que se lleva por delante todo y que busca estúpidamente certidumbres que nadie puede ofrecer hoy en día, va dejando ver por detrás las actitudes crecientemente egoístas que ya se vieron en la anterior crisis económica. 
Los estratos medios y altos de la sociedad vuelven a las soluciones de siempre para contener la crisis. Hablando con mi familia política sale el tema a regañadientes (y tengo la sensación paranoica que es porque nos consideran unos comunistas, cuando yo he sido liberal a mi forma toda mi vida). Cualquier medida paliativa de la crisis por parte del estado (aunque sea transitoria) se considera un derroche electoralista que quita dinero a políticas de inversión y crecimiento, que provoca un aumento de impuestos en los grupos dinamizadores de la sociedad, y toda esa  retahila de recetas y soluciones liberales con los que hemos vivido engatusados toda nuestra vida. 
Ni siquiera intento entrar en la conversación que se convierte en un bucle liberal, excepto con un comentario similar al de Keynes frente a las bondades autoregulatorias del mercado. En cien años, estamos todos muertos. Si no haces nada, te estallará una crisis social peor que la económica (al no ser que optes, claro está, por una dictadura).
Aparte de mostrar una escasa empatía social, el problema es la finalidad que esconde esa austeridad, y vuelvo a expresar aquí mis dudas existenciales más profundas. ¿Y si ha dejado de existir el crecimiento tal y como se conocía? ¿Y si el empobrecimiento de países y regiones enteras es el futuro? En mi opinión, las políticas de redistribución de la riqueza van a ser imprescindibles en la gestión de esta crisis. Y siempre son dolorosas. Hemos pasado el momento en el que el estado controlaba el movimiento físico de nuestro cuerpo. ¿Llegará el momento en el que controlará el de nuestra economía? O dicho de forma mucho más directa: ¿ha llegado el momento para la inmensa mayoría de la clase media y pensionistas (ya no hablo de los estratos más ricos) bajar nuestro nivel de vida en beneficio de los crecientes grupos de exclusión?

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