Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 17 de mayo de 2020

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Discutía con mi cuñado sobre los estereotipos que deben regir una sociedad eficiente y con una crisis tan brutal como la nuestra. Como buen liberal, atribuía a nuestra crisis más profunda una causa de tipo moral. Hay una crisis de valores permanente: no hay respeto a la autoridad, no hay afán deportivo de superación, no hay competitividad, no hay innovación, y por consiguiente, no hay progreso ni crecimiento económico.
Como buen liberal, desgarraba en dos la población del país. Aquellos que se acercaban al perfil de la figura del empresario innovador, ambicioso y que arriesga por un mayor beneficio, y  aquellos vinculados con el individuo subsidiario, favorecido por el estado y que pintaba con los estereotipos clásicos: extremeño, de campo, pícaro, conservador y sin visión alguna de futuro. Por supuesto, la vieja división de la sociedad en clases sociales atrapadas en su puesto dentro de un sistema de producción no es relevante desde esta perspectiva.
Hasta hace poco yo también defendía estos estereotipos. Pero mi perspectiva sobre este punto ha cambiado radicalmente conforme me siento cada vez menos liberal. 
La figura del empresario se mantiene si hay confianza en un crecimiento indefinido. Pero eso ya no se puede garantizar hoy en día. Una crisis como el Covid ha tirado a la cuneta a miles de empresarios al igual que lo hizo la crisis del 2008. Estas crisis podrán repetirse en el futuro. Como conclusión, la figura del empresario innovador se diluye, porque cada vez hay menos tarta para repartir, y menos individuos lo pueden utilizar como ascensor social, si alguna vez ha existido tal ascensor.
Frente a ellos, la capa sudsidiaria de la población puede tener enormes defectos, como falta de liderazgo, de competitividad o de riesgo. Pueden ser poco profesionales, chapuceros, y horriblemente conservadores a los ojos de la gente subida al tren global. Pero estos supuestos vagos subsidiarios que pueblan el mundo rural y también nuestras ciudades tienen una enorme ventaja para el mundo que viene. No tienen ambición. Son conformistas con muy pocas cosas y llegan a ser felices con cantidades ridículas de dinero. Muchos de ellos han optado por no arriesgar para no poner en peligro su tipo de vida. Son poco eficientes y escasamente productivos, ¿pero a quién demonios le importará ser productivo en un mundo en el que no se puede ir a trabajar, como el COVID, o una revolución robótica? Los que lo hacemos nos engañamos a nosotros mismos, víctimas de unos valores cada vez más anacrónicos e irreales.
Hasta hace poco esto era la psicología más nociva contra el espíritu del capitalismo. Se les tachaba de ser los perdedores de la globalización, las víctimas del neoliberalismo, las rémoras del estado del bienestar y últimamente, los que engrosaban los partidos populistas. Pero nuestro mundo, crecientemente, necesitará gente de este tipo, cuya vida no esté marcada por una ambición desmedida y casi siempre insatisfecha, teniendo de referencia grandes logros materiales o inmateriales. Quizás necesitemos menos empresarios ambiciosos, y más gente conforme con lo poco que tiene. Necesitamos recuperar cuanto antes nuestra faceta olvidada de campesinos medievales, más estáticos y más pobres que nosotros, pero perfectamente conocedores de los límites que marca la naturaleza. Si el futuro nos lo pintan sin recursos ni crecimiento, necesitaremos mucha menos ambición en nuestros genes y bastante más estoicismo. Triste, pero posible.

2 comentarios:

  1. Hola Ángel...

    Quería dejar en la caja de comentarios este fragmento con el que acaba Zizek su recién publicado Pandemia. Vamos hacia ese delirio que él denomina, además con alegría,'comunismo de catástrofe'. Me ha sorprendido leer tu entrada por lo lúcido que has sido al describirlo tú también. Sin más rollos:

    "Así es como otro de mis amigos, Andreas Rosenfelder, 70 un periodista alemán de Die Welt, me describió en un correo electrónico la nueva postura hacia la vida diaria que está surgiendo:

    "Realmente puedo sentir algo heroico en esta nueva ética, también en el periodismo -
    todo el mundo trabaja día y noche desde la oficina en casa, haciendo videoconferencias
    y cuidando de los niños o escolarizándolos al mismo tiempo, pero nadie pregunta por
    qué lo hace, porque ya no es más "me dan dinero y puedo ir de vacaciones, etc.", ya
    que nadie sabe si volverá a haber vacaciones y si habrá dinero. Es la idea de un mundo
    en el que tienes un piso, lo básico como la comida, etc., el amor de los demás y una
    tarea que realmente importa, ahora más que nunca. La idea de que uno necesita 'más'
    parece irreal ahora."

    Termina Zizek diciendo: "No puedo imaginar una mejor descripción de lo que uno debería llamar descaradamente una vida decente no alienada - y espero que algo de estas actitudes sobreviva cuando esta pandemia pase.".

    Solo puedo limitarme a repetir lo que ya tú mismo has dicho. Lo que él denomina "una vida decente no alienada" es quizás el futuro más triste y posible que tenemos por delante.

    Abrazos...

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  2. Muchas gracias fidel, por la referencia. Ya me parecía a mí raro que el zizek no sacase libro en dos meses. Vaya conejo... en cualquier caso, él lo verá con alegría, yo lo veo con muchas sombras. Ya veremos.

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