Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 19 de abril de 2009

ENSEÑANZAS DESDE LA ERA DE ACUARIO (II)

Mi siguiente pregunta estaba relacionada no tanto con el destino, sino con las características de la personalidad, dependiendo de tu fecha de nacimiento. Les expliqué las características de mi signo Acuario, y cómo me permitía explicar algunas cosas de mi personalidad: pensativo, racional, impredecible, poco comprometido… Todo ello relacionado con el signo de aire y la órbita errática de Urano (una fantástica muestra de pensamiento analógico antiguo para nuestros días). Rápidamente muchos empezaron a preguntar qué eran ellos de acuerdo con su signo. Llegamos entonces a la pregunta crucial, me atreví a decir. “¿Qué tiene que ver la astrología con la psicología y la ciencia actual?” La pregunta es siempre la misma: qué es el hombre. Y recordábamos que no era un interrogante exclusivo de la filosofía, sino de otros muchos saberes humanos.
Y pasamos a la siguiente cuestión: “¿Qué influye para contestar a esa pregunta por el hombre?” Recapacitemos: si los astrólogos defendían el orden del firmamento, o Hipócrates la materia fundamental de nuestro cuerpo (aire, tierra, fuego y agua); los elementos primigenios se han transformado por los biólogos actuales en un código genético; la teoría social convirtió el viejo destino en una determinación socioeconómica, cultural o psicológica. En definitiva, la única diferencia ha sido un progresivo engrosamiento del carácter racional de nuestra explicación sobre qué es el hombre. Porque la otra gran posible preocupación, “¿dónde queda la libertad del hombre para decidir por su destino?”, la pueden contestar de la misma forma tanto un científico radical como un maestro de las ciencias ocultas. Esta es la última similitud -y la más paradójica quizás- que pueden existir entre estos dos campos.
En conclusión: si me dieran a elegir entre un supersticioso amante de las ciencias ocultas y un sociobiólogo dogmático que reduce el comportamiento humano a una cuestión de proteínas y enzimas, entraría en duda. Quizás hasta me quedase con el primero: por lo menos defendería un mundo encantado, como quería Ana.

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