Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

miércoles, 22 de abril de 2009

PONERSE EN LA PIEL DEL OTRO

Si creemos que la crisis no está cambiando nuestra sensibilidad social, entonces estamos cerrando los ojos a la realidad. En las clases de ética me he dado cuenta del abismo que va del pensamiento de los alumnos de dos años a esta parte. Hace un par de cursos, el parado era sinónimo de "vago", el que cobraba el subsidio de desempleo era considerado casi como un parásito social, y la clase media era la sufrida víctima de estos chupadores de sangre. Naturalmente no todos los alumnos pensaban así, pero sí configuraban un pequeño grupo ruidoso, celoso de sus derechos y secundado por la mayoría silenciosa. Cuando empecé a tratar el tema este año me sorprendió el hecho de que ese grupo protestón se reducían a una o dos voces tímidas, y que el habitual silencio de la clase se convertía en hostilidad manifiesta hacia ellos. Por el contrario, sus oponentes se habían hecho más osados. "Hay que ponerse en la piel de los demás", decían Clara y Soraya en 4 º B. "Te podía tocar a ti". La crisis no perdona a nadie. Del parásito y el vago hemos pasado a hablar de personas en carne y hueso, víctimas de un sistema económico que ahora se rebela sumamente injusto. Mi sorpresa se hacía cada vez mayor, cuando proponían incluso que el estado debería mantener algún tiempo más la ayuda a los desempleados, incluso cuando estos hubieran agotado el subsidio.
Sí, parece ser que las crisis, con todo lo malo que tienen, nos permiten descender de las alturas, nos hacen más vulnerables, y con ello también más sensibles. Más humanos, en una palabra. El hombre acomodado es sacado de su urna de cristal y se ve con el desempleado. Esto naturalmente produce miedo, pero también otros sentimientos menos negativos, entre ellos la solidaridad. En algún momento del curso siempre acabo hablando de cómo se fraguó el estado social en Gran Bretaña: bajo tierra y durante la II Guerra Mundial. Fue en los subterráneos y en los metros de Londres donde por primera vez se encontraron el rico y el pobre cara a cara. Las bombas de Hitler habían sacado al rico de su palacio y al pobre de su casucha y habían hecho olvidar cualquier distinción social. Sabían que si querían superar la crisis tenían que luchar codo a codo. Naturalmente, cuando los ingleses ganaron la guerra, sabían que las cosas tenían que cambiar, que no era posible volver a los privilegios de antes y que tenían el deber de construir una sociedad más justa. Las crisis, como decía antes, nos hacen más humanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario