Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

miércoles, 29 de abril de 2009

UNA CARTA SOBRE LA HIPOCRESÍA

Hoy era el día de la solidaridad en el centro. Multitud de atividades se habían preparado para recaudar fondos de ayuda para las misiones y todos los cursos participaban festivamente en el ambiente. Niños y adolescentes se mezclaban por el colegio corriendo de un sitio para otro. A mí me tocó esperar más tiempo encerrado en mi aula de cuarto: allí nos habían encomendado hacer algún ejercicio de concienciación.
Para mi asombro, alguien decidió cuestionar todo aquello. "Esto no es más que hipocresía, una fachada". Las actividades no eran más que "tonterías", desde su forma de pensar. Yo creía que aquello sería pasajero, pero conforme pasaba el dia, su humor se iba agriando. Algo la molestaba por dentro y no la dejaba en paz. Y reconozco que era algo que se me iba contagiando a mí también. Quizás porque la voz discrepante venía precisamente de la gente más concienciada del curso, pero también porque era una crítica que convenía recordar de cuando en cuando y que yo hacía mucho tiempo que había olvidado su importancia.

La crítica no es nada nueva: hoy ibamos de solidarios porque tocaba ser solidarios. Solidarios con su camiseta igual, repetido en seiscientos alumnos y adultos, en una forma que para un adolescente inquieto no es más que un ultrajante símbolo de borreguismo. Solidarios en caridad, en ofrecer una limosna una vez al año, como si tocara repartir migajas del festín que nos damos todos los días. Solidarios de fachada, cuando la solidaridad se disfraza de fiesta y de excusa para no tener clase. Solidaridad, bonita palabra manipulada, vaciada, manchada cuando la toca toda esta hipocresía.

Bien, llegados a este punto, podría intentar una refutación de todo esto. Importa el fin, el objetivo último, importa llegar a la conciencia de algunos, aunque sean pocos, etc etc... pero no quiero hacerlo. Me gustaría ponerme en la posición del adolescente serio (que cuando es serio, es mucho más incisivo que un adulto). Cuando nos hacemos adultos, este tipo de críticas se van disolviendo paulatinamente. Uno se acostumbra a seguir la corriente, en definitiva, a no plantearse la cuestión de la autenticidad de nuestros actos cotidianos. Y no creo que esto sea un signo de cobardía: lo más seguro es que el adulto tiene tantas batallas abiertas para luchar en lo que él cree que tiene que mantenerse íntegro, que decide combatir en lo esencial: perdemos muchas pequeñas batallas pero intentamos no perder la guerra. En definitiva, el adulto diría: "esto no es lo importante".
Pero esto tan evidente para un adulto, no tiene por qué estar claro para un adolescente (un adolescente que se pregunta quién es él, qué carajo hace en el mundo y por qué la gente se comporta como se comporta), y es bueno que sea así. Cuando esta chica me habló de sus sensaciones sobre este día, me sentí como delante de un espejo. Reconozco que yo sentía el mismo malestar cuando tenía su edad. Me recordaba tanto a mí mismo que no me atreví a contradecirla. Sí, es cierto. A tu forma, en tu vivencia, tenías toda la razón cuando ponías en duda la veracidad de todo este circo. Y tengo que confesar que sentía satisfacción al oír tu voz discrepante. Al menos, alguien lo suficientemente crítica como para darse cuenta de eso.

PD: Solo hay un detalle importantísimo en el que discrepo, y que valdría para escribir un artículo entero. Aquellos que sueñan con tener su integridad y su autenticidad completa, a prueba de bombas, corren el riesgo de ver un mundo que tarde o temprano se pone en su contra. La autenticidad es una cosa de los dioses o de los viejos héroes (inhumanos además). Pero por lo general los aprendices de héroes caen por el camino, y se convierten en todo lo contrario que deseaban ser. Ya sé que esto suena a mediocridad, pero ¿qué le vamos a hacer? La amargura se puede traducir en desilusión, y la desilusión en renegar por completo de tus sueños. Demasiadas veces ves a tu alrededor gente desilusionada por haberse creído un Dios que podía con todo e imponerse a todos (los superhombres apenas existen, Nietzsche no entendió esto). Espero que ojalá no te ocurra esto nunca y que orientes esa rabia comprensible hacia todas las cosas maravillosas que estarás destinada a hacer en tu vida.
Un abrazo.

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