Aunque Alberto (y otros muchos) se hayan adelantado a este comentario, me veo obligado a hacerlo. Hace unas semanas los berlineses celebraban la caída del Muro, y a nivel mundial todo parece haber sido regocijo y felicitaciones. Lástima que no seamos capaces de ver otros muros mucho más cercanos a nosotros mismos y que nos tomamos muy en serio construir. Cuadraba estos días además que Larrabas, nuestro contacto saharaui, daba sus charlas en el colegio. Larry se lamentaba que a las celebraciones de Berlín hubiera acudido el ministro de asuntos exteriores de Marruecos, cuando ese país mantiene activo el muro más grande del mundo: un campo de minas antipersona de más de 2000 kilómetros de amplitud. Lógicamente, nos contó, era normal que alguien se enfadara con este señor y hubiera algún golpe de más en las celebraciones de Alemania.
Naturalmente, hay muros que duelen y otros que nos hacen bajar la vista. Muros altos que se ven y otros que pasan completamente desapercibidos. Nuestra tarea sea, tal vez, distinguirlos y hacerlos ver a los demás.
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Muros que no importan a nadie: la interminable frontera minada del Sahara.
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