Con todo lo que está cayendo en el mundo musulmán podríamos pensar si este temible enemigo de la postguerra fría no ha sido fruto de nuestra invención en las últimas décadas. El mismo error de cálculo que pudimos tener con los malignos bolcheviques hasta el año 89, nos puede estar ocurriendo ahora con estos países árabes en efervescencia. En efecto, si hasta entonces pensábamos que todos los rusos eran bolcheviques convencidos, todavía en 2011 pensamos que los árabes siguen siendo un atajo de fundamentalistas sin posibilidad de distinción. Y eso que polémicas aún no faltan: basta que un pastor fundamentalista queme un Corán para que la respuesta en el mundo islámico sea fulgurante. Y sin embargo, hemos dejado de considerar el mundo árabe como un ente unido y siempre dispuesto a una Guerra Santa.
De ser esta visión cierta, parte de la culpa intelectual indudablemente la tiene el libro de Samuel Huntington, El Choque de Civilizaciones, que apareció hace quince años y que se convirtiría en una auténtica biblia para los conservadores bienpensantes de medio mundo (el occidental, claro está). Aunque aparecido en pleno auge del multiculturalismo (pensemos que el también influyente libro de Kymlicka, Ciudadanía multicultural, apareció solo un año antes), la psicosis colectiva y la cadena de atentados que siguieron al 11-S catapultaron las tesis de Huntington hasta niveles estratosféricos. La administración Bush lo convertiría en eje de su política exterior y tanta influencia ha tenido hasta nuestros días que nos ha dejado ciegos e incapaces de advertir el nuevo orden de cosas que nos brinda la historia a la vuelta de la esquina. En su obra, Samuel Huntington nos ofrecía unos curiosos mapas de civilizaciones nítidamente marcados, con zonas de contacto, de influencia mutua y de crisis permanentes, pero que de una manera o de otra reflejaba una visión de las culturas humanas como algo estático, eterno e inmutable. Se trataba como si Huntington, en lugar de hacer una geografía humana, estuviera hablando del mismísimo mundo de las ideas de Platón. Desde su amplio torrente de referencias bibliográficas e históricas, nos daba la sensación que las líneas comprendidas entre unas culturas y otras eran tan nítidas como el color de la piel, y tan firmes como la herencia genética. Que es un error tratar la cultura humana de esta forma es algo que la antropología académica lleva luchando desde hace más de un siglo, pero la antropología no encuentra adalides dentro de la política que permitan un público extenso. La razón de esto es bastante sencilla: el choque de civilizaciones, al igual que el conflicto ideológico de la Guerra Fría, era una situación cómoda, en el que politólogos e ideólogos de distinto signo podían trazar sin ningún problema las lineas a seguir a nivel de política institucional. Al mismo tiempo permitía encontrar un enemigo externo al que apuntar con el dedo ante problemas internos tan graves como la misma incapacidad de los estados occidentales para asumir la inmigración.
Pero la realidad siempre es más compleja de lo que aparenta en el mundo académico. Nuestros conceptos son huecos y los mapas mentales que creíamos seguros se tambalean y se hace obsoletos en cuestión de pocos años. No entraba en el cálculo de esta teoría que las culturas son permanentemente mutables, cambiantes, simbióticas. En el momento en el que justamente enterramos el multiculturalismo, nos damos cuenta que el adversario político que queda en pie también está a punto de fracasar. ¿Acaso la imagen verdadera o ficticia del próspero occidente ha sido otra vez tan atrayente que ni siquiera nos hemos dado cuenta de ello, como ocurrió en la guerra fría? ¿Va a ser esta una nueva oleada modernizadora que borre fronteras culturales y las haga más homogéneas? Me da en la nariz que las rebeliones en el mundo árabe hacen más daño al fundamentalismo que a los valores occidentales, o que al menos estos últimos tienen más flexibilidad para asumir estos nuevos retos que el retorno a la tradición.
Un reseña muy interesante y atrayente. La verdad que comparto hasta el extremo todo lo que dices, pero me gustaría iniciar un debate formativo, como siempre, contigo sobre dos cuestiones.
ResponderEliminar1. ¿En qué punto crees que la política de Obama ha influido en el desencadenamiento de estas revoluciones en el mundo árabe?
2. ¿No crees que el multiculturalismo es la expresión misma del harakiri cultural de Occidente y su decadencia, ya que nos imposibilita para tener nuestra propia mirada o tomar decisiones en contextos culturales cambiantes?
Sobre estos puntos, brevemente:
ResponderEliminar1. Obama me parece poco importante, aunque quizás ha contribuido a diluir el "enemigo exterior" que unía a los árabes en torno a estos líderes cuestionados. No lo sé.
2. El multiculturalismo ha sido contraproducente en la medida que (a) hemos pensado que los valores del liberalismo político podrían sobrevivir en el puro relativismo y (b) al considerar las culturas extranjeras como institucionalizadas, inmutables y no sometibles a nuestra propia crítica cultural (y aquí hemos partido del mismo defecto que el choque de civilizaciones).
¿de qué sirven nuestras reflexiones cuando el sujeto historico es la cultura o la civilización y no los humanos individuales?
ResponderEliminarUn postulado tan difícil de probar como su contrario. Cada momento histórico tiene su realidad peculiar.
ResponderEliminarGracias por el comentario.