Cuando los naturalistas hablan de determinismo genético o biológico, nos están hablando de las circunstancias en las que discurre esa libertad humana, similares a nacer en un país, en un año o en un mes determinado. Lógicamente, nuestra capacidad de decidir está encarnada en un cuerpo, en barreras genéticas, alteraciones hormonales y circunstancias socioculturales. Es como poner paredes a una habitación. La libertad vive en esa habitación, no puede traspasar los muros, pero sí puede ver a través de las ventanas. A veces incluso logra salir por la puerta.
El naturalismo usaría un argumento tan simple como este: "usted no tiene alas; luego no puede volar". Esta evidencia nos permite no tirarnos confiadamente por un puente. Pero no significa que no tengamos libertad para caminar. El naturalismo debería posibilitarnos el conocer mejor nuestra libertad, sus límites y circunstancias, y no empeñarse en destruirla, como parece hacer a veces. ¿Por qué? En la medida que nuestro conocimiento sobre el tema se amplia, también cambian nuestras tomas de decisiones al respecto. Además existen distintas actitudes vitales al respecto:
La primera actitud posible es la renuncia: asumir el determinismo y dejarnos llevar por una explicación de nuestras circunstancias. Esto ocurre cuando aceptamos salir fuera de nosotros y estudiarnos como simples objetos del mundo natural, reconociendo que nuestras decisiones son tomadas por circunstancias mecanicistas y/o contingentes y no por los fantasmas de la conciencia. Esta actitud de renuncia es profundamente evasiva bajo su aparente seriedad: significa negar la acción del hombre. Su radicalidad es tan fuerte que la hace completamente inútil e inaplicable para la vida. La resignación se convierte en la explicación del fracaso: no hay otra posibilidad, no ha fracasado el hombre, sino la máquina en la que estoy inserto y que no puedo cambiar.
También podemos ignorar las circunstancias por completo. Seguir en la creencia que nuestra libertad no conoce límite alguno: es el hombre entendido como sujeto o conciencia absoluta. Es una decisión imprudente que puede acabar en un total desencanto y frustración con una realidad que no sigue nuestros designios. Frente a la resignación anterior, este sujeto busca la manipulación por parte de otra conciencia. Otro me ha hecho fracasar, llámese un hombre malvado, un burgués, un diablo o el mismísimo Dios.
La actitud sana para comprender nuestra libertad es un lugar intermedio entre la ignorancia y la renuncia. No sabría cómo llamarlo, pero quizás la prudencia puede llegar a ser una buena palabra. No podemos renunciar a la llamada de la acción en la vida cotidiana; tampoco podemos cerrar los ojos a nuestra naturaleza. El autoconocimiento se covierte en el único compañero que haga de guía fiable de nuestra libertad, aunque eso no quiere decir que nos haga objetivamente más libres ni responsables.
El naturalismo usaría un argumento tan simple como este: "usted no tiene alas; luego no puede volar". Esta evidencia nos permite no tirarnos confiadamente por un puente. Pero no significa que no tengamos libertad para caminar. El naturalismo debería posibilitarnos el conocer mejor nuestra libertad, sus límites y circunstancias, y no empeñarse en destruirla, como parece hacer a veces. ¿Por qué? En la medida que nuestro conocimiento sobre el tema se amplia, también cambian nuestras tomas de decisiones al respecto. Además existen distintas actitudes vitales al respecto:
La primera actitud posible es la renuncia: asumir el determinismo y dejarnos llevar por una explicación de nuestras circunstancias. Esto ocurre cuando aceptamos salir fuera de nosotros y estudiarnos como simples objetos del mundo natural, reconociendo que nuestras decisiones son tomadas por circunstancias mecanicistas y/o contingentes y no por los fantasmas de la conciencia. Esta actitud de renuncia es profundamente evasiva bajo su aparente seriedad: significa negar la acción del hombre. Su radicalidad es tan fuerte que la hace completamente inútil e inaplicable para la vida. La resignación se convierte en la explicación del fracaso: no hay otra posibilidad, no ha fracasado el hombre, sino la máquina en la que estoy inserto y que no puedo cambiar.
También podemos ignorar las circunstancias por completo. Seguir en la creencia que nuestra libertad no conoce límite alguno: es el hombre entendido como sujeto o conciencia absoluta. Es una decisión imprudente que puede acabar en un total desencanto y frustración con una realidad que no sigue nuestros designios. Frente a la resignación anterior, este sujeto busca la manipulación por parte de otra conciencia. Otro me ha hecho fracasar, llámese un hombre malvado, un burgués, un diablo o el mismísimo Dios.
La actitud sana para comprender nuestra libertad es un lugar intermedio entre la ignorancia y la renuncia. No sabría cómo llamarlo, pero quizás la prudencia puede llegar a ser una buena palabra. No podemos renunciar a la llamada de la acción en la vida cotidiana; tampoco podemos cerrar los ojos a nuestra naturaleza. El autoconocimiento se covierte en el único compañero que haga de guía fiable de nuestra libertad, aunque eso no quiere decir que nos haga objetivamente más libres ni responsables.
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